Marc Solanes
Periodista

Banderas por la guerra

el ejemplo de los estibadores italianos demuestra que los trabajadores de a pie sí que podemos hacer algo para luchar contra las masacres alrededor del mundo.

Los estibadores del puerto de Génova se negaron el pasado martes 21 de mayo a cargar armas en un transportador que, supuestamente, iban a ser utilizadas por Arabia Saudí en la guerra contra Yemen. Los trabajadores del sindicato Confederación General Italiana del Trabajo, nacido hace más de un siglo, protestaron contra el conflicto negándose a introducir el cargamento mientras sostenían pancartas en las que se podía leer «Stop al tráfico de armas. Guerra contra la guerra». Y es que la guerra se fragua a altos niveles políticos e institucionales, pero sin que los estibadores carguen las armas en un barco, la guerra no puede llevarse a cabo.

Existe un silencio mediático acerca de la participación de los países occidentales en los conflictos armados del resto del mundo. Si el ciudadano no realiza una búsqueda exhaustiva, nunca sabrá que Italia participa en las guerra del Yemen a través de soporte armamentístico; que el barco saudita Bahri-Yanbun atracó en el puerto de Santander hace apenas unos días para cargar material bélico contra este mismo país; o que Turquía envía armamento escondido en cajas de productos farmacéuticos para alimentar al Estado Islámico en su guerra contra Siria, tal como destapó el periodista Can Dundar, condenado a casi seis años de cárcel por este hecho y actualmente exiliado en Berlín.

Y es que, por mucho que lo intenten, una reflexión mínimamente profunda de cualquier ciudadano puede llegar a la conclusión que son los países occidentales los que tienen el poder y los recursos económicos para enfrentar una guerra. Siempre, eso sí, desde la distancia física, política y mediática. No vaya a ser que los ciudadanos pensemos que contribuimos a enriquecer un país que convierte a otros en máquinas de matar. España batió en 2018 su récord de exportación de armamento con 4.346 millones de euros. Arabia Saudí, que aumenta sus compras un 133%, se convierte en su mejor cliente fuera de la Unión Europea y la OTAN. Saquen ustedes mismos sus propias conclusiones.

Pero todo sigue igual. La Interpol continúa manteniendo activa la orden de búsqueda impuesta por Erdogan para cazar a Can Dundar, el ministro Josep Borrell alega que el armamento «no letal» cargado en el barco saudí tenia una finalidad de «exhibición» y nosotros seguimos alzando nuestras banderas como buenos patriotas. Tiene gracia, justificar la venta de armamento mediante argumentos exhibicionistas, como si fueran obras de arte en una exposición museística pública en la plaza del pueblo saudí de turno. Quizás le pueda servir al señor Borrell para mantener la conciencia tranquila. Seguro que sí, han batido el récord de exportación de armamento, y eso es todo un logro.

Así pues, el ejemplo de los estibadores italianos demuestra que los trabajadores de a pie sí que podemos hacer algo para luchar contra las masacres alrededor del mundo. Si los estibadores no cargan las armas, las armas no se transportan. Si la tripulación del barco no arranca motores, el barco no llega a puerto. Si los trabajadores que construyen los aviones de transporte de guerra de Sevilla (que es el producto estrella de exportación, copando el 79% del negocio) se niegan a hacer que vuelen no hay movimiento de armas. Pero, como siempre, las consecuencias de tan heroicas acciones tienen graves consecuencias: el despido y reemplazo por otro trabajador. Así de fácil. No todos los colectivos de trabajadores tienen un sindicato tan potente como el de los estibadores. Ni todos gozan de la situación personal idónea para jugársela. Al final, todos jugamos en el mismo tablero. El capitalismo tiene a unos y otros cogidos por el mismo rabo: el dinero. Y, sin dinero, ni llegan las armas a Yemen, ni los hijos de los estibadores comen en su casa.

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