Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y Ramón Balenziaga
Etikarte

Bases éticas para convivir. El debate actual sobre el suelo ético

La reflexión crítica sobre el mejor modo de organizar la convivencia en las comunidades humanas ha suscitado desde muy antiguo el debate sobre sus bases éticas. En las teorías modernas, partiendo de la creencia en que nadie nace con la corona en sus sienes, se plantea repetidamente la cuestión de la fundamentación de la obediencia del individuo a la autoridad política.

No es extraño que también se debata, hoy y aquí, sobre las bases que deben sustentar la convivencia en una sociedad en la que algunos de sus miembros han llegado a matar y se han conjurado excluirse mutuamente. Muchas personas han sido asesinadas. El dolor infligido ha sido cruel. Se ha vivido la conciencia de una persecución injusta.

Actualmente, incluso responsables directos de tanto dolor manifiestan su deseo de corresponder a las demandas de paz de la inmensa mayoría de esta sociedad, afirmando que renuncian a métodos injustos. Ello, sin embargo, en modo alguno quiere decir que la paz deseada por los diferentes partidos o grupos sea la misma, en lo que al contenido social, cultural y político se refiere.

Es en este contexto en el que se plantea el debate sobre el ‘suelo ético’. La primera referencia literal a dicha expresión la hemos hallado en febrero de 2002: «Hoy, después de las elecciones del 13 de mayo de 2001, todos hemos aprendido que hay que compartir un suelo ético y moral. Si no tenemos un suelo [...] chapoteamos sobre el barro..., [...]Tenemos muy claro todos los partidos políticos hoy que debemos rechazar la violencia y contestarla conjuntamente. [...] En este sentido creo que la recuperación de la confianza es el primer elemento que necesitamos para emprender un diálogo político».

En los años siguientes ha habido escasas referencias a dicho ‘suelo ético’. Sin embargo, en el debate público de este año 2013 abundan las citas sobre el tema, aunque su uso es contradictorio.

Hay una corriente de opinión mayoritaria que propone, como primer paso, llegar a un acuerdo integrador sobre las bases éticas. Frente a ella destaca la posición de algunos líderes de la actual Izquierda Abertzale que se oponen a tal punto de partida. Hasier Arraiz, presidente de Sortu y parlamentario vasco, declaraba el 30/03/2013 que «las valoraciones éticas, así como los suelos éticos, a menudo son resbaladizos» y proclamaba que para abordar el proceso de pacificación «nuestros debates tienen que ser políticos, sobre contenidos políticos; la ética hay que dejarla para cada cual». Desligar así la política de la ética no es algo nuevo en la historia humana. Y una mirada al pasado confirma que se ha impuesto demasiadas veces la boca del fusil a la voz de los ciudadanos.

La ética ha de ser a la convivencia lo que las reglas al juego. Es inviable jugar a pelota con alguien con el que no se comparten las normas que establecen dónde están los límites o qué es «falta» y qué es «buena». La convivencia no es un juego, es la vida misma, necesariamente “conjugada”. Solamente un suelo ético compartido puede garantizar poder vivir juntos en beneficio común –para ser más y mejores-, lo que exige establecer límites a la capacidad de actuar unos contra otros.

Generar confianza compartida entre las personas y pueblos llamados a «convivir», es decir, a hacer historia sin renunciar a ser ellos mismos y sin impedir que otros puedan hacer otro tanto, es el reto siempre actual y nunca definitivo de cada pueblo.

La Declaración Universal de los derechos-deberes humanos, como reacción a la crueldad vivida en las guerras de los años previos, es una contribución importante a la definición de esa base ética humanitaria común. Asumir como sociedad particular hoy y aquí el reto de afianzar un suelo ético compartido para vivir y convivir mejor, puede ser el comienzo para superar en el futuro próximo un pasado que nos deshonra.

No podrá recuperarse la confianza mínima para una ética compartida en ese futuro, si no se alcanza un encuentro en el juicio sobre lo que nos ha ocurrido, al menos en el pasado reciente del que hemos sido, si no actores protagonistas, al menos testigos implicados. Este juicio a nuestro pasado sobre hechos tan graves como asesinatos, secuestros, persecución obstinada y otras violaciones de derechos humanos básicos que han llagado de fracturas dolorosas al pueblo, es la puerta por la que estamos obligados a pasar, si queremos llegar a la ventana común de un horizonte de convivencia libre y solidariamente compartida.

Para que este tránsito sea real, deben evitarse analgésicos y amnésicos. Cada cual tenemos la parte de responsabilidad que nos corresponde. Depende de lo que cada cual pudo y debió hacer en cada caso y lo que realmente hizo. Evitar este dolor con trampas o ambigüedades sibilinas es no pasar por la puerta que nos hace mutuamente fiables. Es crear una realidad virtual engañosa desde la amnesia interesada.

La dirección de ETA nunca ha pedido perdón a este Pueblo por haber actuado en contra de su voluntad democrática, atribuyéndose injustamente poderes para juzgar y ejecutar sentencias, justificándolas ideológicamente. Quienes han dirigido el GAL tampoco han pedido perdón a los ciudadanos que les confiaron la noble tarea de velar por su seguridad, ajustándose a las exigencias del Estado de derecho. La ‘cal viva’, de la que da cuenta Amedo, es también expresión de barbarie, que, teniendo responsables, debe ser reconocida y reparada.

En esos vértices antagónicos que han actuado en guerra declarada hasta el asesinato alevoso y premeditado, seguramente no vaya a darse ni el primero ni el segundo paso para transitar la puerta del reconocimiento de su contribución al mal. Pero entre quienes les han animado y apoyado –incluso arengado-, a seguir en esa lucha y quienes sentimos no haber logrado el evitarlo, debería crearse un debate honesto, para afrontar el reto de crear las condiciones para que ninguno de nuestros hijos, ni los de los asesinados, ni los de los propios asesinos, deba temer por la bomba lapa o por la cal viva.

Desde las instituciones de la democracia debiera acelerarse el proceso que permita la reintegración social normalizada a quienes –aún habiendo causado tanto mal- manifiesten y demuestren voluntad clara de trabajar por una comunidad pacificada.

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