Kepa Ibarra
Director de Gaitzerdi Teatro

Berango, mon amour!

Han establecido un clima interno-intenso de muy complicada desmembración por parte de quien pretenda mantener unidades sacrosantas y de destino en lo universal.

Llegados a este punto, uno ya no sabe muy bien si habla con la cabeza, siente con el corazón, si el alma tiene servicio o si todo a la vez no es más que una elucubración del sistema vital o del sistema que nos ha tocado cuestionar. Desde hace prácticamente 40 años que conozco algunas peculiaridades de los denominados Països Catalans, y en estos tantísimos lustros siempre o casi siempre me había tocado escena, disyuntiva artística o cualquier otra acepción que se le pueda dar a las Artes Escénicas. Por supuesto que, aderezando todo este componente dramático, siempre había acusado un acercamiento político y en clave nacional a las reivindicaciones diversas de este pueblo, y aunque los años nos enseñaron que mientras la gran burguesía catalana pactara y acordara presupuestos generales y otro tipo de acuerdos más inconfesables con el gobierno central de turno, he de reconocer que, conociendo algunas interioridades ocultas bajo el tupido manto del manoseado –pacto hasta con el diablo–, intuía que algún día todo este procedimiento de forma política podía saltar por los aires, rompiendo con tanto corsé pragmático.

En 2014, viví en primera persona la consulta participativa que se desarrolló en un tono festivo y catártico, lleno-impregnado de colorido y a urna-humilde pero válida. Noté diferencias sustanciales con lo que había conocido con anterioridad, y aunque algunos movimientos legislativos en 2010 y en 2012 a nivel estatal empezaban a traer dudas entre la ciudadanía catalana, empezaba a vislumbrarse que algo ocurría y que nada iba a ser igual. Eso que era una premonición, con el tiempo se convirtió en una constatación. Y hasta aquí hemos llegado.

Mi presencia directa y humilde en la fecha del 1-O ha tenido y ha causado en mí una impresión sorprendente, por no decir extraordinaria. Me ha sorprendido muchísimo la capacidad de respuesta que daban a cada minuto que pasaba, con qué originalidad solucionaban todos y cada uno de los handicap que se suscitaban ante un tipo de evento tan definitivo y definitorio como éste, sin dejar al margen la sensación palpable y palmaria de que hacía tiempo que se habían ido del contexto estatal, avisando, pero sin levantar la voz, empujando, pero suavizando los ritmos, en un ejercicio coral y al unísono.

No es cuestión de este artículo entrar en consideraciones policiales u otras remesas que tan bien conocemos por estos lares desde hace muchos años, y sí incidiría más en esa dinámica vivida a un galope rítmico, aunando conciencias, clases sociales y demás componenda ideológica, que en cualquier otra época hubiese resultado imposible conciliar, entender y compatibilizar. Fue un día histórico y para el recuerdo. Para esa memoria vital con la que siempre hemos soñado y se nos resiste.

La gente de edad se volcó de una manera abrumadora y emocional, mientras en esas edades intermedias donde todo se debate entre la necesidad y lo necesario, la respuesta tenía un grado de enfado todavía encauzado, mientras en ese espacio juvenil y universitario, la sensación de huida era evidente, en una impresión palpable de que jamás volverán a lo del destino común y único de un Estado del que han sido expulsados de manera irreversible. Sería largo enumerar la cantidad de anécdotas vitales que uno puede vivir cuando asiste a algo en lo que soñamos muchos vascos, y por supuesto que nos hubiera gustado que lo mismo que nombramos Calafell o L’Ateneu Popular de Vallcarca, nos hubiera gustado gustado nombrar a Zeanuri u Oñati.

Estamos aprendiendo mucho con la lección catalana, y si toda revolución y toda contestación necesita de toneladas de risa-sonrisa-buen humor, en esta ocasión los amigos catalanes lo han superado con creces. La nota festiva de la jornada dominical fue absoluta, y en cada colegio electoral, en cada esquina, en cada plaza pequeña o grande, el ejercicio de oxígeno resultó todo un descubrimiento. Cuando disfrutas de emociones únicas y hasta vertiginosas, siempre te queda la sensación de que no hay más, y que todo tiene un sello muy personalizado y poco exportable, pero acabas admitiendo que no acaba de ser cierta la afirmación.

Desde Euskal Herria sabemos mucho de alegrías efímeras y tristezas compartidas, pero también sabemos donde están las claves a todo proceso que se precie y mantenga viva su reivindicación. Y las alegrías que se disfrutan con pasión, y los movimientos que se plasman con rigor. De eso sabemos mucho y bien. La política adquiere su protagonismo formal si volvemos la mirada hacia ella, pero en procesos como el que estamos viviendo en Catalunya, hay un componente emocional muy denso y corrosivo que rompe con cualquier convención, y que se va directamente a la base, a pie de calle, a lo que se entiende por un discurso cifrado en un movimiento popular y amplio que no conoce de estigmas ni fisuras. Y aquí está el verdadero ejercicio movilizador del pueblo catalán. Ver y comprobar la fuerza, el ímpetu y la respuesta puntual a cada disyuntiva planteada ha sido todo un descubrimiento vital.

Decía que han ganado un par de generaciones venideras y que han establecido un clima interno-intenso de muy complicada desmembración por parte de quien pretenda mantener unidades sacrosantas y de destino en lo universal, etc… Así lo hemos sentido quienes participamos de unas jornadas llenas de futuro. Y el camino emprendido no tiene marcha atrás. Sean días, meses o años. Y como colofón, la exclamación que rompe nuestra particular cuarta pared escénica: Berango, mon amour!

Bilatu