Xabier Sánchez Erauskin
Periodista

Bergamín en Euskadi, razones de un autoexilio

El 8 de setiembre de 1982, treinta años ha, el escritor José Bergamín, (uno de los grandes de la Generación del 27, la de sus amigos Salinas, García Lorca, Alberti, Cernuda...) llegaba acompañado de su hija Teresa, a Donostia. Venía a establecerse en Euskadi a vivir y morir en una tierra donde respirar en libertad. Huía del ahogo y de las mordazas madrileñas. No era un exilio más en su azarosa vida de errante republicano.

Esta vez era él mismo quien elegía la ruta. Una decisión meditada meses anteriormente en las soledades de Fuente Heridos en Huelva. Tenía 86 años. Allí había escrito un estremecedor poema: «Fui peregrino en mi patria desde que nací/ Y lo fui en todos los tiempos que en ella viví/ Lo sigo siendo, al estarme ahora y aquí/ peregrino de una España que ya no está en mí/ Y no quisiera morirme aquí y ahora/ para no darle a mis huesos tierra española».

Para su mejor biógrafo, Gonzalo Penalva, la salida de Bergamín era de una lógica aplastante; «se trataba de fijar la residencia donde pudiera escribir cuándo y sobre lo que quisiera. Por eso se marcha a Euskadi. Bergamín jamás hubiera salido de Madrid si no le hubieran cerrado las puertas como escritor. en la práctica un veto para quien estaba obsesionado por la libertad e independencia en el oficio de «inquirir verdad y decirla».

Había que romper el muro de silencio al que también le había condenado «Sábado Gráfico», último reducto que le publicaba. Lo empezaría a romper a través del País Vasco, en el diario «Egin» y en la revista «Punto y Hora». Aunque amortiguados los ecos por el distanciamiento y la marginación que rodeaba a ambas publicaciones abertzales, en ellas iba a cubrir la necesidad, casi existencial, de hacer oír su voz discrepante. En su primer escrito, «El interregno», publicado en «Punto y Hora», ajustaba cuentas pendientes de su forzado mutismo. Lo hacía con nombres y apellidos

«Esta democracia tan a la española por achocolatada y babosa más que de los muertos nos está pareciendo la democracia de los gusanos; de sus gusanos devoradores del cadáver en putrefacción del franquismo (...) Los cuatro jinetes apocalípticos de este terrorismo estatal ultratúmbico y monarquizado que destruye España se llaman Fraga, Suárez, Gonzalez y Carrillo, sociedad nominal de irresponsabilidad ilimitada y de inseguridad pública».

Habían callado su voz pero desde Donostia seguiría denunciando la «impostura general». El escritor maldito de quien Alberti decía en 1980, tres años antes de su muerte, que era «el mas vilipendiado, temido, alabado y deliberadamente olvidado de ese llamado Grupo del 27... buena brasa para la hoguera de algún reciente inquisidor», no estaba por arriar su bandera republicana de libertad y por eso se autoexilió a Euskadi.

Cinco meses antes de su llegada, en mayo de 1982, en una entrevista para «Diario 16» anunciaba ya su decisión firme: «Me voy de España porque está dividida, falseada y herida». Ese «fuera de España» era Euskadi. Lo ratificaría en su encuentro en Hondarribia con otro ilustre autoexilado, Alfonso Sastre, que le preguntaba la razón de su venida a Euskal Herria. Bergamín contestaba con contundencia: «Porque no me siento en España»».

La decisión de venirse precisamente al País Vasco no era solamente una respuesta a las mordazas madrileñas. Menos aún una «ventolera senil», así calificó alguien su viaje sin retorno, que los medios silenciaron en sospechoso mutismo. Fue una decisión meditada y medida, incluso tomada un tanto a trasmano de la opinión de su gran amigo, el abogado Miguel Castells, que desaconsejaba el viaje por la situación política de nuestro país.

La «querencia» por el País Vasco y su lucha era anterior. En Febrero de 1979, en el mitin de una coalición republicana con el PC (ml) en un cine de Cuatro Caminos, había escandalizado a todos los bienpensantes españoles con un provocador «¡Viva Euskadi! ¡Viva la República!», justificándolo «Esta República que es España está defendiéndose por la resistencia de un pueblo heroico y admirable». El escritor, ya en tierra vasca, explicitaba a un periodista del diario «Egin»: «Estoy aquí no como republicano jubilado, como parecía dada mi edad, sino todo lo contrario. Por eso estoy aquí. No he venido a jubilarme, sino a pelear estando con los que pelean. A darles lo poquísimo que puedo darles y aceptar lo muchísimo que ellos me dan».

Bergamín iba a vivir casi un año en un ático de alquiler de la calle Egaña donostiarra junto a su hija Teresa. Fueron meses en los que vivió feliz y encantado, encontrando un entorno humano que le atraía y admiraba, recobrando la ilusión por la escritura, la poesía sobre todo, y artículos sin mordazas.

Quiso vivir en Euskadi y morir en su tierra, y en su tierra, Hondarribia, está enterrado. Aquel día un montón de amigos le despidieron entonando el «Eusko Gudariak». Sobre su cuerpo, la ikurriña. Recojo de nuevo el testimonio de alguien tan poco sospechoso de partidismo como es su biógrafo, Penalva: «no cabe duda de que la bandera republicana cubriendo el féretro bergaminiano hubiera tenido un sentido mas profundo y acorde con lo que siempre defendió. Pero, por otra parte, la ikurriña simbolizaba perfectamente el último combate de este luchador infatigable: fue la prueba inequívoca de que la muerte había encontrado al escritor en la brecha, con la pluma y el corazón puestos al servicio de la causa que creyó justa»

Está claro. Euskadi tiene una deuda con Bergamín; conservar su memoria.

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