Iñaki Egaña
Historiador

Blanqueros

Así es una gran parte del mundo académico con el tema vasco. Endémico contra la verdad.

Asistimos a un continuo goteo que proponen los del relato único con intervenciones, textos y manifestaciones públicas que se dirigen hacia un objetivo secular. Uniformidad. Cuestión de supremacía, no solo política. A veces, aunque ya sé que desde que se descubrió el ADN eso de las razas quedó suprimido científicamente, muchas de esas andanadas tienen una versión racial. Al menos, así lo sudan sus autores.

Hay, en esa cabalgada del poder y sus aliados, una tendencia que se va expresando con mayor intensidad. Mostrar una mayor burrada que la anterior, conseguir mayor espacio visual, aunque para ello el nivel de los exabruptos alcance cotas que no llegáramos siquiera a imaginar. Son sencillamente mentiras, falacias que llegan con el sello académico, con la firma de un premio estatal de no sé qué, o con el apoyo de una institución aparentemente democrática. Y la vía para que su relato continúe siendo único pasa por negarle espacio a la duda, al contraste... a la posibilidad de otra verdad.

Mi labor en el terreno de la memoria ha conocido decenas de situaciones irreales difíciles de entender en un contexto normalizado. Aún sufro la censura, una semana sí y otra también, en foros donde la crítica o la apertura de hipótesis está mal vista. Ayer acabé de leer precisamente un libro, firmado por Egoitz Gago y Jerónimo Ríos, en el que se me descalifica por mis trabajos de «mayor dogmatismo y menor bagaje académico» que los del relato único. Un trabajo titulado “La lucha hablada”, lleno de errores, falacias, mentiras increíbles, blanqueos y una línea descriptiva impropia del currículo que afirman poseer sus autores. Pero así es una gran parte del mundo académico con el tema vasco. Endémico contra la verdad.

Hace poco, precisamente, sufrí otra embestida de un estilo similar. Sabido es que con relación a la muerte de Txabi Etxebarrieta en 1968, la versión oficial sigue siendo la misma que difundió el régimen franquista. Una película, "La línea invisible", ahondó en aquella interpretación. Escribí sobre la falsedad, con datos objetivos extraídos de la autopsia. Lo hice en este medio, pero la contestación llegó en este y otros diarios, para tapar la duda. Lo hicieron, además, aquellos que supuestamente tenían un pasado pulcro, antifranquista y revolucionario y hoy comparten mesa con la autoridad.

El 4 de junio debía dar una charla sobre el contexto de la muerte de Txabi Etxebarrieta. Un compañero experto se iba a centrar en el análisis de la autopsia. Dos tiros, uno por la espalda, casi a bocajarro. Una ejecución. Pero llegaron denuncias, amenazas y el Ayuntamiento de Bilbao, con alcalde jeltzale al frente, nos retiró el permiso para la conferencia a celebrar en un local de su propiedad. La Audiencia Nacional, citada por los denunciantes, no observó indicios de delito. Pero el PNV fue más papista que el papa. Y mientras, a pesar de tratarse de una crónica de la época franquista, la versión que sigue deslizándose entre la sociedad vasca es la del relato único. Ni siquiera nos dejan expresar en público lo que algún juez definiera como «duda razonable».

Un nuevo ejemplo, coincidiendo también con un aniversario. Hace ahora 37 años, el 15 de junio de 1984, la Guardia Civil asaltó una vivienda en Hernani donde se refugiaban tres miembros de ETA. Uno de ellos sobrevivió, Garratz Zabarte. Los otros dos, Juan Luis Lekuona y Agustín Arregi, murieron en el ataque a resultas de unas granadas que los GAR arrojaron en el cuarto donde dormían. Un agente resultó herido por sus propios compañeros. Habían sonado minutos antes las cuatro de la madrugada.

En la vivienda vivía el matrimonio formado por Kepa Miner y Fermina Villanueva. Con sus cinco hijos, aunque dio la casualidad de que esa noche dos de ellos se encontraban de excursión en Barcelona, con la ikastola. Después de iniciado el asalto, los tres niños fueron trasladados fuera de la vivienda, refugiándose en casa de una vecina. Una hora más tarde, un familiar de ella se hizo cargo y los llevó de Hernani a Urnieta, donde quedaron ubicados. Rodríguez Galindo dirigió el asalto de Hernani.

En febrero de este año 2021, falleció Enrique Rodríguez Galindo, el exgeneral condenado por torturar y matar a Josean Lasa y Joxi Zabala. Por cierto, en el trabajo citado de Egoitz Gago y Jerónimo Ríos, los autores, para evitar citar a la Guardia Civil y a Galindo, afirman que los cadáveres de Lasa y Zabala aparecieron en Bussot unos días después de su secuestro, en octubre de 1983, cuando en realidad sus cuerpos aparecieron en 1995.

Días después de la muerte de Galindo, Gonzalo Araluce, nieto de un diputado general franquista de Gipuzkoa muerto por ETA en 1976 y sobrino de la presidenta de la AVT, escribía un demencial artículo. Blanqueando a Galindo, recién fallecido. En el mismo decía que los tres hijos del matrimonio Miner-Villanueva había sido acogidos por Galindo en su casa del cuartel de Intxaurrondo, cuando los agentes se llevaron detenidos a sus padres y mataron a Lekuona y Arregi. Una mentira gigantesca que tenía una segunda parte. Porque uno de aquellos tres niños, Imanol Miner, se encuentra preso en la actualidad en Dueñas después de pasar casi 19 años en Granada, por su militancia en ETA. ¿El mensaje? Que buenos unos y que desagradecidos otros.

El relato de Araluce es una fantasía de principio a fin. Pero su currículo ya dice que «ha trabajado en escenarios de conflicto o de crisis humanitarias en África. Está especializado en temas de seguridad, defensa y terrorismo». Fue coautor de “Historia del terrorismo en Navarra” y de “La Guardia Civil contra ETA”. Su credibilidad es nula, obviamente. Pero el Ministerio de Defensa español le concedió un premio periodístico en 2019. Su carrera ya está definida, al margen de que su relato sea radicalmente falso. Son los arietes de esa ola que trata de blanquear las atrocidades del Estado, que avalan impunidades y a los que sugiero un nuevo apelativo: blanqueros. Maquilladores y falsarios de la historia.

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