Emir Sader

Brasil 2019: de Bolsonaro a Lula

El balance del primer año del Gobierno es desastroso, desde todos los puntos de vista, dentro y fuera de Brasil. Nadie puede imaginar otros tres años así y tampoco qué va a pasar con el país y el Gobierno

Brasil, que empezó el 2019 viviendo la tercera gran derrota de la izquierda en su historia, termina el año con Lula como gran referente. Después del golpe y la dictadura militar de 1964, los triunfos neoliberales de los años 90, vino la guerra híbrida que tumbó a Dilma Rousseff de la presidencia del país, tomó preso a Lula y le impidió ser reelecto presidente de Brasil y llevó a elegir, de forma fraudulenta, a Bolsonaro. Parecía que Brasil tendría otro año terrible.

Y de hecho lo fue. El país sufrió la continuación y la profundización del desmantelamiento del Estado, con la intensificación de la privatización de las propiedades públicas, la radicalización de las desregulaciones favoreciendo las inversiones privadas y la expropiación de los derechos de los trabajadores, así como el congelamiento de las políticas sociales. A la vez que el país proyectaba la peor imagen posible en el plano internacional, haciendo que el presidente de Brasil se haya convertido en el representante de lo peor que tiene el mundo hoy.

El Gobierno se inauguraba con un flamante presidente, un poderoso ministro de Justicia y docenas de militares copando cantidad de ministerios y secretarías. Parecía que la extrema derecha venía para quedarse en Brasil.

Al mismo tiempo que Lula seguía siendo víctima de la más brutal persecución jurídica que Brasil jamás haya conocido. El cerco jurídico hacía que no pudiera avizorar un horizonte posible para la libertad de Lula.

Brasil termina el 2019 con un escenario muy distinto. La incapacidad del presidente, las arbitrariedades cometidas por él y por sus hijos, las declaraciones delirantes y los conflictos internos y externos generados, así como la inviabilidad de la política económica ultra neoliberal como promotora del crecimiento de la economía han cambiado profundamente la imagen pública del Gobierno. El presidente ha perdido por lo menos dos tercios de los apoyos que tenía y termina el año con el noticiero completamente copado por las denuncias en contra de él y de sus hijos, por escándalos económicos y por sus vínculos con la muerte de Marielle.

El balance del primer año del Gobierno es desastroso, desde todos los puntos de vista, dentro y fuera de Brasil. Nadie puede imaginar otros tres años así y tampoco qué va a pasar con el país y el Gobierno.

Mientras tanto Lula había empezado el año sin perspectivas de salir de la prisión, impedido de hablar en público, prescripto de ser elegido presidente de Brasil en primera vuelta, sufriendo no solamente inmensas injusticias desde el punto de vista jurídico en las causas en su contra sino también la inmensa injusticia de ver cómo se desmontaba el país que él había construido.

El año termina de forma radicalmente diferente. Libre –aunque sin haber recuperado aún sus derechos políticos– circulando por Brasil, con su discurso, reencontrando al pueblo en las calles, termina el año como la gran referencia de la oposición al Gobierno.

Lula terminó el año político en Brasil con gran acto rodeado de artistas e intelectuales en Río de Janeiro, en gran estilo, proclamando un manifiesto sobre la cultura brasileira, aclamando por millares de personas. Por si fuera poco concluye definitivamente el año con el tradicional partido de fútbol en el campo Sócrates, de la Escuela Florestan Fernandes, del Movimiento de los Sin Tierra, el domingo 22, con Chico Buarque, conmigo y mucha gente más.

Así llega Lula al final del 2019, después de haber empezado el año de la peor forma posible. Proyectando un gran protagonismo, no solo en Brasil, para el 2020.

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