Víctor Moreno
Profesor

Cadenas, premio Cervantes

No es la primera vez, ni la última, supongo, que un reclamo parecido se utilice para valorar la poética de un escritor. Pero, en este caso, hay algo que no cuadra.

He leído los comentarios vertidos sobre la obra del venezolano R. Cadenas, recientemente premiado con el Cervantes ("El País" 11.11.22). Al mismo tiempo, he releído algunos de sus poemas contenidos en su "Obra entera", publicado por la Editorial Pretextos y Fondo de Cultura Económica. Hace años que unos amigos mexicanos me lo recomendaron. «Un buen poeta», me dijeron. Nada hablaron de Chaves, ni de Maduro, ni de la militancia comunista del poeta en tiempos pasados. De hecho, cuando he retomado su obra, en ningún momento he asociado sus versos con la política actual de Venezuela. Sin embargo, no puedo evitar la sensación agridulce de sospechar que, quizás, se le haya premiado por esa razón, es decir, porque alguien del Cervantes haya considerado que su nombre y su obra son un útil valioso como revulsivo para denunciar la situación política de Venezuela gobernada por un «comunista». No sería la primera vez que los motivos políticos se primaran por encima de los literarios para conceder este tipo de premios.

Lo que resultaría cómico. En la actualidad, poca gente habrá que crea que la poesía sea motor de cambio. Y no, porque no lo sea, sino por algo más prosaico: ¿quién lee, hoy, a Dante?

Dice el jurado que ha premiado a Cadenas porque «su obra demuestra el poder transformador de la palabra cuando se lleva la lengua al límite de sus posibilidades creadoras». Maravilloso. Ahora bien, ¿en qué consiste llevar la lengua al límite de sus posibilidades creadoras? Uno pensaba que los movimientos creativos literarios del siglo XX ya habían agotado esa veta generativa de la escritura, que diría Chomsky. Las apuestas lingüísticas de Roussell, Jarry y el Oulipo, por poner tres ejemplos bien elocuentes de estrujar el lenguaje creativo hasta sus pretendidos límites, ¿han sido superados? Ni idea. Para saberlo, sería necesario fijar cuál es ese límite y cuándo realmente se rebasa. Se precisaría disponer de un metro específico. Tarea tan complicada como imposible, dado que nadie conoce esos límites. En algunos casos, con que ciertos escritores respetaran los límites que establece la gramática sería suficiente.

Resulta sospechoso que el crítico sea más claro cuando abandona el supuesto terreno de lo poético y asocia a Cadenas con la política, diciendo que el poeta «critica la autoritaria falta de separación de poderes en su país». Los poderes de Montesquieu. Y aquí estaría lo interesante. Saber cómo hace Cadenas para criticar tal carencia política mediante el recurso poético. Pero dudo mucho que el crítico lo aclare cuando intenta aproximarse a una descripción de este supuesto método. Es muy cierto que «las palabras pierden su alcance y su poder de nombrar libremente cuando el totalitarismo lo impide». Eso sucede cuando hay censura y falta de libertad de expresión. En esta situación, el crítico asegura que Cadenas se convierte en «un explorador del sentido profundo de las palabras, del adelgazamiento del yo como fórmula hacia el sosiego, del trabajo de la poesía como proximidad humana». ¿Este sería su método crítico poético?

No sé, pero, para empezar, las palabras no tienen un significado profundo, ni superficial. Su significado es el que viene en el diccionario. El poeta dirá albérchigo y por muy profundo que sea su significado en el verso o en su contexto, será el lector quien se lo otorgue en función de su experiencia vital, mental y emocional, sea con albaricoque o con libertad.

Añade el crítico que Cadenas «entiende que el esplendor de la vida reposa en la vida misma». Claro. La vida sin vida no es vida. Y una habitación sin luz está a oscuras. Aunque hay haikus que lo niegan. Cuanta más oscuridad, más luz. Nada más oportuno, por tanto, que decir que «la intención de la escritura de Cadenas ha sido siempre entender lo poético como una parte inmediata de la existencia y como una necesidad de habitar el fulgor presente». Está en su derecho.

Lo que ya lo parece tanto es que, con estos antecedentes, lleve al crítico a decir que «Cadenas es una totalidad». Vamos, un portal cuántico. Y no extrañará que, entonces, «la escritura de Cadenas no permanece en los libros, sino que salta de inmediato hacia los ritmos de la respiración íntima». Y así, tampoco extrañará que el lector quede abducido, porque para ningún lector es posible ser el mismo una vez que se desliza por frase como esta: «solemos hablar del misterio de universo sin incluirnos como cosa ajena como si no le perteneciéramos. El espacio más familiar, el espacio donde nos movemos, el espacio cotidiano, es el mismo de las estrellas».

A decir verdad, no es la primera vez, ni la última, supongo, que un reclamo parecido se utilice para valorar la poética de un escritor. Pero, en este caso, hay algo que no cuadra. Primero, o en Venezuela nadie lee o ha leído la poesía de Cadenas, pues, dadas sus cualidades transformadoras de la existencia, su país, no solo hubiera acabado con el «totalitarismo chavista», sino que los malos no se habrían hecho con el poder. Eso, caso de que esas cualidades poéticas transformadoras de la existencia sean para hacer el bien. O, segundo, aceptar que leer poesía, sea la de Cadenas o de otro poeta, es una actividad intransitiva que rara vez transforma la realidad, ni siquiera la inmediata, es decir, la de uno mismo. Claro que, tratándose de algo tan íntimo, lo más probable es que solo uno podría hablar de ello sin engaño y no cobijándose en los tópicos con los que se habla de los «efectos transformadores de la poesía», no solo a título individual, sino colectivamente.

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