Raúl Zibechi
Periodista

Cambios de arriba y de abajo en América Latina

Los movimientos sociales y populares vuelven a ser los grandes protagonistas en este período de ultraderechas en el poder. Recordemos que en la década de 1990 fueron capaces de destituir una decena larga de presidente autoritarios y neoliberales, y casi todas se produjeron en medio de masivas movilizaciones callejeras.

El calendario electoral de este año en América Latina es muy escueto. Sólo habrá elecciones presidenciales en Argentina, Bolivia y Uruguay. La primera puede ser importante, porque una derrota de Mauricio Macri –posible pero nada segura- sería una señal positiva para una región donde el avance derechista sido la tónica en los últimos cuatro años. Los resultados en Bolivia son más inciertos y lo que suceda en Uruguay tiene escasas repercusiones en la región.

El escenario regional está siendo pautado, este 2019, no tanto por lo que suceda en las alturas del poder sino por dos cuestiones decisivas: el resultado de la agresión estadounidense a Venezuela y el papel de los movimientos populares.

La población del país caribeño viene sufriendo un poderoso desgaste, en particular desde 2013 cuando se produce la muerte de Hugo Chávez y asume Nicolás Maduro. Los problemas que ya se venían acumulando (la profundización del «monocultivo petrolero», la corrupción, la militarización de la vida cotidiana y un fuerte desabastecimiento de productos básicos), se vieron agravados por la ausencia del dirigente más importante del proceso bolivariano y la división en las bases entre chavistas y maduristas.

Pese a que el abastecimiento ha mejorado, una parte importante de la población (quizá el 10%) optó por la emigración. No es un tema menor, porque quienes se marchan son mayormente jóvenes calificados, cuya ausencia alarga la posibilidad de recuperación del país. Lo cierto es que el Pentágono, que es quien toma las decisiones estratégicas que luego firman los presidentes, decidió que era el momento de lanzar lo que creían era la «ofensiva final».

Fracasaron en el primer intento, porque las fuerzas armadas mostraron un respaldo más o menos compacto a Maduro y rechazaron la aventura de apoyar al candidato de Washington. Dos problemas se avizoran en el horizonte inmediato: la ofensiva asumirá formas militares con lo cual a guerra civil es una posibilidad cierta, y Venezuela ingresa en un período de aislamiento regional que tiende a agudizar todos los problemas.

Dos datos adicionales a destacar. El primero es que las fuerzas que apoyan en la región la caída de Maduro enseñan un perfil impresentable. En su reciente visita a Paraguay, el presidente brasileño Jair Bolsonaro rindió homenaje al dictador Alfredo Stroessner (1954-1989), levantando polvareda entre la oposición y buena parte de la población del país vecino (goo.gl/b14aSW). La dictadura paraguaya fue una de las más prolongadas y cruentas de América Latina, y no puede menos que desgastar la imagen de cualquiera que muestre simpatías por ella.

La segunda cuestión es que los militares brasileños le han dicho claramente que rechazan una invasión militar contra Venezuela. Aunque las fuerzas armadas de Brasil desean la caída la Maduro, son perfectamente conscientes que una intervención militar es contraproducente para toda la región, que es donde las grandes empresas de ese país realizan sus mayores y mejores negocios. De modo que la ofensiva del Pentágono puede encontrar trabas entre sus propios cómplices.

En esta situación, los movimientos sociales y populares vuelven a ser los grandes protagonistas en este período de ultraderechas en el poder. Recordemos que en la década de 1990 fueron capaces de destituir una decena larga de presidente autoritarios y neoliberales, en Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela, y casi todas se produjeron en medio de masivas movilizaciones callejeras que, en algunos casos, se convirtieron en verdaderas insurrecciones.

En los últimos cinco años, desde las jornadas de junio de 2013 en Brasil, los movimientos recuperaron la iniciativa, aunque en algunos casos las derechas tuvieron la capacidad de aprovecharse de las movilizaciones, en general porque las izquierdas se abstuvieron de apoyar aquellas iniciativas populares que no controlaban.

Pero lo cierto es que hoy los movimientos volvieron a ocupar el centro del escenario político. El enorme desgaste de Macri en Argentina no se debe tanto a la escalada del dólar, que duplicó su valor en cuatro meses del año pasado, sino a la permanente y tenaz ocupación del espacio publico por decenas de colectivos y organizaciones sociales.

El movimiento más activo es el feminista, que ha sido capaz de colocar a la defensiva a la Iglesia católica, a numerosos personajes de las cúpulas políticas y en ocasiones a todo un gobierno, como sucedió en Argentina con las gigantescas movilizaciones por el derecho al aborto. La lucha antipatriarcal atraviesa todos los países con intensidades diversas y está reconfigurando el mapa político de forma indirecta.

En Brasil la antropóloga Rosana Pinheiro-Machado estudió una misma comunidad durante diez años y comprobó que entre los varones jóvenes hubo una emigración de Lula a Bolsonaro, muy rápida, impulsaba por la doble crisis económica y política que desarticuló el papel masculino sobre todo en las periferias urbanas. Asegura que «es imposible separar la crisis del macho de la crisis económica» y que los varones que apoyaron a Bolsonaro lo hicieron por «frustración, miedo, desamparo y rabia» (goo.gl/uWs7Mq).

La antropóloga detecta que «para los adolescentes de la periferia el bolsonarismo era una reacción a la nueva generación de chicas feministas, algo inédito en Brasil. Tenemos muchas historias de campo de maridos que apoyaron a Bolsonaro como una forma de agredir a las mujeres, que ahora están más empoderadas que antes».

Seguramente en Europa puedan encontrarse casos similares entre los votantes de Vox, de Marine Le Pen y de otras ultraderechas. Pero en Brasil el conservadurismo adoptó un perfil muy peculiar: contra las mujeres y los LGBTs, contra negros y negras que desde las movilizaciones de 2013 ganaron presencia en las calles y, sobre todo, en la vida cotidiana, en las familias, las favelas y en todos los rincones de las ciudades.

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