Ainhoa Güemes
Doctora en bellas artes y técnica de igualdad

Carta abierta a Zigor, Alaitz y Yon, presos políticos y coautoras del proyecto artístico Zorroztarri

En este tiempo nuevo, me comprometo con vosotras a exorcizar el vértigo, el propio y el ajeno, desde la afectividad y la creatividad. Todo me parece secundario respecto a este compromiso

Miro la pantalla en blanco del ordenador, e intento, con gran dificultad, comenzar a redactar esta carta. Quiero expresarme a través de una escritura abyecta y encarnada. Pero sobre todo quiero comunicarme con vosotras desde la afectividad absoluta, sin cortapisas; y para hacer posible este acercamiento y esta conversación, os anuncio (aunque a estas alturas de la historia seguro que ya lo sabéis) que acabamos de derribar el muro. Ha caído. El muro acorazado de la incomunicación. Ahora podemos crear una bella escultura con sus piedras. Cruzo la calle Ronda, la antigua muralla de la ciudad, y a la altura de la Herriko, en la pared, leo: LIBRE. En este paseo intempestivo me acompaña David Bowie, con su tema ‘Fill your heart’: el miedo está en tu cabeza, solo en tu cabeza… está escrito en la pared, libre, sí, si así lo eliges.

Afilar la voz y la pluma es tan arriesgado y exigente como afilar la piedra, ¿verdad? Hay que agudizar hasta el extremo todos los sentidos. Zorroztarri. Con pasión y con ternura el sentimiento más duro acaba por ablandarse y germinar.

No voy a detenerme en esta carta a reflexionar sobre la violenta aspereza de empuñar un arma, ni sobre la escabrosa crueldad de torturar y descomponer un cuerpo. Hay quienes me lo van a reprochar. Creo firmemente en este nuevo tiempo, me aferro a su maleable consistencia y me hago cargo de su extrema fragilidad. Por esta razón, prefiero escribiros con el lenguaje del arte y de la filosofía, hace ya mucho que huyo de la retórica militar, incluso de algunos mítines políticos, tan arraigados en la mezquina sociedad del espectáculo.

María Zambrano escribió que la escultura nace del mismo mundo que la filosofía, testimonia de otro modo el descubrimiento de la idea o de la imagen clara, nítida y tangible. Gracias a la agudeza de los sentidos regeneramos nuestra subjetividad, procedemos a una re-estructuración psíquica, a un retorno perseverante a los orígenes, un viaje de ida y vuelta. La suspensión de ese tránsito retrospectivo equivaldría a una suspensión del pensamiento, es decir, sin ese cuestionamiento y esa contradicción permanentes correríamos el peligro de caer en el agujero sin fondo del totalitarismo. La escultura de Zigor, Bat garen heinean, que apela a la unidad y a la fraternidad, cobra especial sentido con los versos de Yon y Alaitz, que nos interpelan y nos recuerdan que estamos condenados y condenadas a entendernos. Para ello, es necesario tender puentes comunicativos.

La comunicación hace posible el apoyo mutuo, la convivencia y la solidaridad. Por el contrario, la sanción, la inhabilitación discursiva o la censura, son instrumentos más propios de un sistema totalitario que de una sociedad democrática. Sí, el conflicto (y lo que ha desatado en mí un nudo interno) yace en este punto, en el preocupante hecho de que una institución de salud pública prohíba que vuestra obra artística sea expuesta en su sede. Este hecho, entre otras cuestiones, me ha animado a remitiros esta carta. Me gustaría que quienes han tomado esta triste decisión entiendan que el ejercicio de la censura, en este caso, equivale a la suspensión del pensamiento crítico y, por ende, a la anulación del razonamiento colectivo. Lejos de equilibrar las diferentes sensibilidades lo que hace es enfrentarlas, jerarquizarlas y no permitir que se expresen en toda su complejidad. Evidentemente, inmersos en un proceso de pacificación como ahora estamos, es un grave error hacer abuso del poder para negar a otras personas que se expresen libremente. Subrayo, que se expresen con libertad a través de versos y esculturas.

Expresarse en paz, y con plena libertad

Ni cerrojos, ni castigos, ni alambradas son dispositivos suficientemente útiles para quitarnos las ganas que tenemos de crear y prosperar, como individuos y como pueblo. Los vigilantes no pueden evitar que alimentemos todo aquello que amamos, y nos distanciemos de todo lo que odiamos. Los censores apelan a su compromiso con la neutralidad, ya sabemos lo que eso significa, que le temen a la palabra transgresora y a la obra libertaria que nace de las diferencias. Pero su temor debe importarnos cada vez menos. Nosotras deseamos e imaginamos un mundo nuevo, sí, en paz y en libertad.

Las esculturas y los versos han traspasado el muro, y no con intención de herir a nadie, eso no es cierto. El arte nos salva, nos humaniza, nos hace seres más afectivos. El arte nos cura y nos alienta, nos fortalece, otorga sentido a nuestra existencia. El arte también es un viaje estético que hay que atreverse a realizar. Louise Bourgeois siempre decía que el arte es la garantía de nuestra cordura. Me pregunto si quienes se están negando a establecer un diálogo en el plano puramente estético con personas presas las quieren locas, enfermas, y doblemente aisladas. Qué idea tan limitada tienen del arte y su estrecha relación con la salud.

Quizá no sepan que el corredor de la cárcel es oscuro y estrecho. Allí, al otro lado, hay una pasarela larga que conduce desde el patio sitiado a un último pasillo, aparentemente sin salida. Parece que ha transcurrido una eternidad en el laberinto donde habita el ejército de bestias nihilistas y sádicas. Justo antes de llegar al final de ese último pasillo, espera la visión de un rostro demacrado, con las cuencas de sus ojos vacías. Es el rostro del terror, que nos quiere paralizadas y muertos en vida. Es allí, en ese límite, donde se desencadenan las últimas fuerzas, entre el suicidio o la supervivencia. No siempre se tiene el suficiente valor para resistir, ni se tiene la valentía para dejarse morir.

Al final de ese claustrofóbico paso (tras haber recorrido infinitas veces la distancia que separa la vista de las alambradas del patio de la cárcel hasta el último habitáculo), la angustia se dispara y tenemos que sostener, literalmente, nuestra cabeza. El dolor y la asfixia hacen que perdamos el hilo del pensamiento, el sentido se desploma, algo muy reactivo nos hostiga, nos inmoviliza y nos aplasta. Soportamos un dolor muy contenido y silencioso, profundamente analítico. Tenemos muy presente la posibilidad de extraviarnos, ya que nos sentimos totalmente fuera de la realidad.

Los párrafos anteriores remiten a la experiencia del encierro, también del trauma. No hace falta estar preso para llegar a experimentar vivencias muy traumáticas. El sufrimiento es parte de la vida, y humano, demasiado humano. Todos y todas hemos recorrido ese túnel irrespirable y opresivo.

¿Qué es lo que nos cura y nos mantiene en contacto con la realidad, es decir, con la vida cotidiana, con las personas que amamos, con la comunidad a la que pertenecemos, con el cielo y el asfalto? Pues precisamente el puro acontecimiento, la inmanencia creadora, la luz de la estrella, un abrazo, esta carta, la materia que se ofrece a ser esculpida, la obra que contiene tu latido, una fuente, la sangre que fluye, el verso que desde el interior alcanza el exterior, para afectar a los otros… la comunicación. Si, el arte también es comunicación.

Os escribo desde una terraza, junto al museo Guggenheim, protegida por la araña-madre de Bourgeois. El cielo está nublado, pero la temperatura es cálida. Estoy leyendo un ensayo de Derrida, “Papel y máquina. La cinta de máquina de escribir y otras respuestas”, es por cierto la primera vez que leo directamente a Derrida, y aunque me exaspera un poco su estilo, me quedo con una expresión que él rescata de la filosofía de Sartre, y yo la rescato para nosotras: «Cabo de no-infidelidad», expresión que lleva implícitas las palabras compromiso y resistencia. Derrida observa que decir fidelidad sería decir demasiado, y demasiado imposible. Este «cabo de no-infidelidad” es el juramento renovado de no traicionar, ¿qué cosa mejor se puede prometer que un “cabo de no-infidelidad» a través de todos los cambios de dirección, los giros de cabo a rabo, incluso, los perjurios a veces, pero nunca las negaciones o las renuncias?
Es evidente que debemos seguir luchando por nuestros deseos contradictorios, pero cerca unas de otros, sin cortapisas, y sin dañarnos. Somos la cadena que discurre entre la historia, la verdad, el absoluto, la vida y la muerte, la pasión y el testimonio, ¿la salvación? Sartre insiste en que el libro más bello del mundo no salvará los dolores de un niño: no se salva el mal, se lo combate. Entonces, ¿de qué nos sirve el libro, la escultura, el arte en definitiva?

El arte nos remite a sensaciones y percepciones, por medio del arte valoramos el tipo y la densidad de las emociones sentidas: la atracción, la repugnancia, el dolor, la alegría, el miedo, la indignación… La experiencia estética termina conformando un saber que nos ilumina sobre nuestra manera de estar en el mundo. Y cuando pienso cómo han sido concebidas tus esculturas, Zigor, y vuestros versos, Yon y Alaitz, pienso en la imperiosa necesidad de traducir una obra de arte que ha sido materializada en el límite de lo discursivo, de lo visible y de lo enunciable. Esta traducción tiene que servirnos para enfrentarnos a nuestros propios procesos de liberación y sanación, ya que alude a las sensaciones más fuertes, persistentes e intensas de lo humano, a toda una gama de sensaciones que van desde el miedo o la angustia hasta el bienestar y el placer.

La experiencia puede ser incomunicable, o tener la posibilidad de narrarla, de traducirla en palabras o en imágenes, la de revivirla para conjurarla. Los sobrevivientes se convierten en narradores. El arte es capaz de retorcer esos pensamientos de náusea sobre lo espantoso o absurdo de la existencia, convirtiéndolos en representaciones con las que se puede vivir.

En este tiempo nuevo, me comprometo con vosotras a exorcizar el vértigo, el propio y el ajeno, desde la afectividad y la creatividad. Todo me parece secundario respecto a este compromiso. A pesar de las distancias, los movimientos de acuerdo y desacuerdo, afirma Derrida, aquí está el susurro de nuestra conversación, la madeja imposible de desenredar de las solidaridades y las preguntas inquietas, las diferencias de gesto, de estilo y de lugar. Y añade: qué importa ahora si yo me he sentido acorde, de acuerdo o no, a favor o en contra, con frecuencia ni lo uno ni lo otro. Lo que importa es que este seísmo profundo y silencioso ha transformado ya a todo un pueblo. El muro blindado se ha desplomado, y hoy nos queda la esperanza de expresarnos sin miedo, y en paz.

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