Juantxo Macua Ruiz

¿Casualidad o causalidad?

Llegados a este punto, personalmente, creo que esta pandemia es un nuevo «experimento social» al cual nos han sometido las elites económicas valiéndose de la manipulación y perversión del lenguaje entre otras lindezas.

Nunca he creído en las casualidades, sino en las causalidades. Es decir, lo que hoy en día estamos viviendo en nuestro planeta no creo que sea algo pasajero sino que guarda una relación causa-efecto.

A finales del 2008 comenzamos un largo viaje por el desierto. Un desierto lleno de hostilidades, con el único rumbo de encontrar un oasis de sosiego entre tanta adversidad. Viajábamos en un dromedario cuyas alforjas pesaban mucho y asemejaban lastres. Esos mismos lastres eran los que no nos dejaban ver con claridad el ansiado horizonte.

Por otro lado, en el interior de nuestro ser portábamos la ilusión y las ganas de vivir en un mundo más justo y solidario donde nuestros valores fuesen el respeto, la igualdad, la solidaridad y la esperanza de un mundo mejor para todos nosotros y futuras generaciones. Sabíamos que en el comienzo de la travesía por el desierto, nos íbamos a encontrar numerosas dificultades y con el tiempo desencantarnos, frustrarnos y así convertirnos en una sociedad individualista y resignada, donde nuestras ilusiones y sueños se fueran desvaneciendo antes de encontrar el tan esperado oasis de paz y tranquilidad.

Recuerdo como partía aquella travesía después de unos años de bonanza económica. O al menos eso nos hacían creer mientras confundíamos el sueño con la realidad.

Comenzamos la andadura por este largo y angosto desierto sabiendo que el camino iba a estar lleno de trampas. En las primeras etapas de la travesía nos engañaron diciendo que había brotes verdes, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que no eran más que cantos de sirena.

Los días eran largos, las noches eran cortas pero al mirar a las estrellas y ver los atardeceres, nuestros corazones se hacían pequeños y admirábamos la grandeza de nuestra madre naturaleza. Era un regalo el poder estar viviendo en este planeta tan precioso. No parábamos de darle las gracias cuando afloraba el lado más humano de las personas y nos desprendíamos del materialismo en el que estábamos impregnados como sociedad.

Después de cuatro años de travesía y habiendo dejado atrás los brotes verdes, nos topamos con un baño de realidad en el que llegamos a cuestionarnos si lo que estábamos viviendo era fruto de nuestra imaginación o era la realidad.

Como sociedad, empezamos a darnos de cuenta en lo individualistas que nos habíamos convertido. Comenzamos a ver como esa Europa del bienestar que habíamos construido empezaba a tambalearse. Veíamos con incredulidad como privatizaban y recortaban gastos en la sanidad pública en nombre de la eficiencia bajo el paraguas de la externalización, vendiéndonos a la sociedad que con esas políticas el mayor beneficiario sería la ciudadanía, por el contrario, con el tiempo vimos que estas externalizaciones estaban vinculadas a un partido político.

El paisaje del desierto cada vez se hacía más inhóspito, por medio había reformas laborales, precariedad laboral, desigualdades sociales y guerras geopolíticas.

La travesía cada vez se nos hacía más difícil. Por el camino se nos quedaban compañeros, amigos y conocidos. Conforme nos adentrábamos en el desierto veíamos como el paisaje era cambiante. Donde antes había bosques y selvas ahora eran desiertos. Observábamos como estábamos aprovechándonos al igual que los parásitos de la sangre de la tierra en nombre del desarrollismo. Aún recordamos una noche entorno al fuego, como un viejo indígena conocido, nos platicaba y nos decía: «Cuando desaparezca el último árbol, el último rio, el último pez nos daremos cuenta de que el dinero no es comestible».

Fueron años duros de travesía por el desierto pero seguíamos sin encontrar el oasis de nuestros sueños. El grado de asimilación de la sociedad había adquirido unos niveles estratosféricos que a los que seguíamos en el arduo viaje nos producía un vértigo espantoso.

Una mañana despertamos con el ruido de los sables. América Latina, sobrecogida, veía como la desangraban. La economía mundial exigía mercados de consumo en continua expansión para dar salida a su producción creciente y para que no fueran derrumbadas sus tasas de ganancia, pero a la vez exigía materias primas y mano de obra barata. El mismo sistema que necesitaba vender cada vez más, precisaba también pagar cada vez menos.

Al otro lado del continente observábamos la miseria y descomposición de Yemen, la ocupación militar, la persecución en Afganistán e Irak, las guerras imperialistas Sirias y la masacre Palestina. En la opinión pública de muchos países Europeos daba la sensación de una falta de control por parte de los poderes ejecutivos, creando unas consecuencias políticas negativas. Estas debilidades las aprovecharon los líderes ultraderechistas, demostrando lo fácil y rentable que era manipular la sensibilidad de muchos ciudadanos hasta hacerles creer que estaban amenazados e indefensos ante una invasión incontrolada de inmigrantes.

Tras un periplo de unos doce años deambulando por el desierto, al final vislumbramos el oasis. Al llegar nos encontramos con una sorpresa. El mundo se encontraba inmerso en una pandemia. Todos nos sobrecogimos y entramos en estado de shock. Nos convertimos entonces en una masa social vulnerable y manipulable para las peligrosas garras de un sistema neoliberal voraz y siempre sediento de poder.

Llegados a este punto, personalmente, creo que esta pandemia es un nuevo «experimento social» al cual nos han sometido las elites económicas valiéndose de la manipulación y perversión del lenguaje entre otras lindezas. Lo que el sistema considera «economía del mercado» se convierte en capitalismo, «globalización» en imperialismo y «países en vías de desarrollo» son víctimas de ese mismo imperialismo.

Hablamos de crisis, sí. Solo una crisis da lugar a un cambio verdadero. Cuando este desequilibrio tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente, es decir, que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable.

Hablamos de elites, sí. Esas mismas elites económicas, políticas y empresariales. Sencillamente se han fusionado, intercambiando favores para garantizar sus derechos y apropiarse de los preciados recursos públicos. Es decir, la transferencia de la riqueza pública hacia la propiedad privada. Para ello se valen de tres medidas habituales con las cuales nos hemos familiarizado: privatización, desregulación de gobiernos y recortes en el gasto social.

Quizás lo que nos diferencie de esta nueva travesía como sociedad, es que en la de ahora, tenemos más conocimientos y experiencias. Lo que nunca han conseguido arrebatarnos y nunca lo conseguirán será la dignidad. Sí, dignidad con mayúsculas es lo que nos va a hacer falta en esta nueva etapa.

Esperando que esta crisis nos haga sacudir la conciencia, peleemos por un mundo más justo, más solidario entre todos y todas y más respetuoso con el medio ambiente. Dejemos un porvenir mejor para las futuras generaciones.

Otro mundo si es posible. Luz y fuerza.

Bilatu