Jesús Valencia
Educador Social

Claro que habrá «ongi etorris»

Somos especialistas en preservar nuestras querencias al margen del cura, el maestro o el señor gobernador. Gracias a estos aprendizajes clandestinos hemos sobrevivido como pueblo

A quienes salgan libres por orden de Europa les acompañará una nube de moscardones que no los perderán de vista ni a sol ni a sombra (en ello les va el kurrusko). Los secretas deberán rendir informes detallados al Delegado del Gobierno; el mentado al Ministro del ramo; el susodicho al presidente de la nación y este a la suprema autoridad española: las asociaciones de víctimas.

Todos ellos están rebotadísimos. Y, en casos de cabreo generalizado, es un alivio encontrar alguien en quien descargar la rabia. Para estas fechas ya han despotricado contra los jueces de la Gran Sala a los que consideran  palurdos. Han despellejado al único juez español en dicho Tribunal, al que tildan de traidor. Como no podía ser de otra forma, han culpado de esta catástrofe al oscilante Zapatero. Hasta el PP se ha visto salpicado por una biliosa sospecha de complicidad.  Descargas emocionales que alivian el malestar pero que no canalizan toda la ira acumulada; la rabia necesita de una catarsis más dura. Y, para esto, nada mejor que unos abertzales cantando el «Eusko Gudariak». Bastaría que apareciesen los encargados de instalar la tarima del homenaje para que cayera sobre ellos todo el peso de la ley (y de la inquina). Los infelices serían la víctima propiciatoria que permitiría a la España histérica reconciliarse consigo misma.

Nos enfrentamos a una persecución cruda, pero no nueva. Nuestra condición de pueblo sometido nos ha colocado muchas veces ante parecidas coyunturas. Nos han obligado a desarrollar sutiles habilidades para seguir siendo nosotros sin darles carnaza a ellos. Hubo personas que aprendieron nuestra lengua refugiadas en recónditos graneros, tarareaban nuestras canciones en cocinas con las ventanas cerradas, se trasmitieron nuestras tradiciones mientras desgranaban mazorcas de maíz, supieron de familiares presos o fusilados cuando el abuelo se lo contó en voz baja. Somos especialistas en preservar nuestras querencias al margen de lo que pensara el cura, el maestro o el señor gobernador. Gracias a estos aprendizajes clandestinos hemos sobrevivido como pueblo.

Los que salgan de cárcel serán escudriñados con minuciosidad. Los detectives apuntarán en la libreta que muchas personas entran a la casa del expreso; que algunas llegan con bolsas y salen sin ellas; que en la calle reciben abrazos largos, saludos cálidos y sonrisas misteriosas. Apuntarán todo esto carcomidos por la envidia. Los nefandos excarcelados recibirán incontables gestos de bienvenida mientras ellos –gente de orden– tendrán que ocultar su identidad para que nadie sepa cómo se ganan el jornal. Mirarán y no conseguirán descifrar el alcance de las efusiones; quienes las prodigan procurarán no desvelar ante los ojos que las acechan su significado.

Tras estudiar los birriosos informes, el Subdelegado gubernamental lo tendrá complicado. ¿Qué argumentos utilizará para  criminalizar las risas, el ongi etorri dicho a la oreja, el dulce de membrillo obsequiado por la vecina, el café con bollo a cuenta del tabernero, la cena en el txoko  amigo acompañada de jotas, tortillas y patxaran?

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