Fátima Andreo Vázquez
Economista

Comercio justo y Covid-19

Esta situación podría servir para reflexionar sobre el tipo de consumo que queremos, sobre la necesidad de comprar cosas de poca utilidad, sobre el tipo de que bienes que querremos comprar con los ahorros que hayamos generado durante el encierro (quienes hayan podido hacerlo) o con la renta disminuida que quede, cuando podamos salir a la calle.

Una vez más, el próximo 9 de mayo celebraremos el Día Mundial del Comercio Justo. Sólo que esta vez en unas condiciones especiales para todo el mundo (literalmente) y muy especiales para el comercio.

Empecemos recordando a qué llamamos Comercio Justo. Una definición podría ser que es aquel  que vende productos ecológicos (procedentes de cultivos ecológicos, que no utilizan agroquímicos o elaborados a través de procesos que no dañan al medio ambiente y según las condiciones medioambientales del entorno), que buscan la calidad (del producto y de los procesos),  así como unas condiciones laborales justas. Es decir, bienes y servicios ecológicos y producidos por mano de obra con buenas condiciones de trabajo. Y a veces también se incorpora un elemento comunitario, de aportación al grupo de pertenencia. Bienes y servicios que, por tanto, no compiten en precios (aunque tampoco tienen por qué ser muy caros) sino en calidad y además ofrecen una externalidad positiva, es decir, contribuyen de forma positiva a la vida de las comunidades en las que se producen. Y que, sin embargo, a pesar de sus ventajas sociales, no acaba de despegar (aunque sí que va creciendo poco a poco).

¿Podría ser la situación de Covid-19 una oportunidad para estos productos? Es difícil de saber. De momento parece que, salvo en los bienes esenciales, en el resto de sectores (como hostelería, ocio y entretenimiento, viajes, vestido y calzado, etc.) el consumo se ha hundido un 90% como consecuencia del cierre de los establecimientos (según el Informe BBVA Research 2T20). Y que las ventas por Internet no están compensando las compras presenciales, ya que en conjunto también han caído. La incertidumbre es un factor relevante en estos descensos, aparte de las dificultades o imposibilidad directamente, de acceder a muchos bienes y servicios.

Esta situación podría servir (aunque ya se verá) para reflexionar sobre el tipo de consumo que queremos, sobre la necesidad de comprar cosas de poca utilidad, sobre el tipo de que bienes que querremos comprar con los ahorros que hayamos generado durante el encierro (quienes hayan podido hacerlo) o con la renta disminuida que quede, cuando podamos salir a la calle. Así, estaremos reflexionando sobre la sociedad post-crisis que queremos, porque las consumidoras tenemos ese voto económico que, sumado al de otra mucha otra gente, puede cambiar el mundo. Lo que pasa es que no acabamos de creerlo.

¿Queremos una sanidad pública mejor dotada y con profesionales suficientemente remunerados? Paguemos nuestros impuestos con alegría (o, simplemente, paguemos lo que nos corresponde), para que las haciendas cuenten con recursos suficientes para financiarla.

¿Queremos un medio ambiente limpio, cuidado, que deje atrás la continua deforestación; queremos actuar contra el cambio climático, sabiendo que todos estos factores influirán sobre la aparición y virulencia de futuros virus? Apostemos por los productos ecológicos y no nos volvamos locas cuando podamos volver a consumir con normalidad. Utilicemos la bicicleta para desplazamientos cortos.

¿Queremos contar con una producción asegurada de productos esenciales y a la vez favorecer el empleo local y con buenas condiciones laborales y minimizar el impacto medioambiental de los transportes interoceánicos? Compremos productos locales frente a los procedentes de fabricación deslocalizada.

¿Queremos bajar nuestra huella de carbono y favorecer a las PYMEs? Hagamos turismo rural/local en pequeñas explotaciones turísticas no demasiado lejanas a nuestro domicilio y sin utilizar el transporte aéreo.

Sin embargo existe el riesgo de que sigan aumentando los consumos online producidos no se sabe dónde, repartidos por trabajadores con malas condiciones de trabajo y que satisfacen,  necesidades espurias.

¿Volveremos a tirar de comida preparada, normalmente menos sana que la casera y de la que no tenemos control sobre los ingredientes que utilizan o pondremos en práctica las recetas aprendidas durante el confinamiento con productos frescos, de producción cercana (su consumo también ha aumentado durante estas semanas)?

¿Cambiará el valor que le demos al tiempo y al tiempo libre? ¿Dedicaremos más tiempo a actividades que no afectan al medio ambiente y nos pueden resultar satisfactorias, como clases de baile o de yoga?

En definitiva, no es posible saber qué va a pasar cuando retomemos nuestra vida tras el confinamiento. Lo que sí deberíamos tener claro es que está en nuestras manos influir en el rumbo que tome la economía, la ecología y, en definitiva, la sociedad postcrisis.

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