Antonio Álvarez-Solís
Periodista

Como en la República

El autor encuentra un cierto paralelismo entre los ataques «sesgados de la derecha pura y dura contra la progresista política social que pretendían los innovadores gobiernos de la izquierda», y las demandas que se están planteando contra concejales, diputados autonómicos... recientemente elegidos en municipios y autonomías.

Cuando se lee con atención una historia honesta y bien informada acerca de la II República española o de la España que la antecedió, la motivó o la destruyó –por ejemplo, de Tuñón de Lara o de Pierre Vilar, Soutworth, Richards, Pons Prades, Crusells, González Casanova–, lo primero que llama la atención es la sucesión de ataques sesgados de la derecha pura y dura contra la progresista política social que pretendían desarrollar los innovadores gobiernos de la izquierda, a fin de hacerla prematuramente imposible. Estos ataques se apoyaban en hechos irrelevantes o, casi siempre, en una información miserable que adelantó el modelo que habrían de seguir la inmensa mayoría de los dirigentes derechistas y sus medios informativos setenta años después, es decir, ahora. Ha empezado el menudeo de acusaciones respecto a los triunfadores en las recientes elecciones, con denuncia de comportamientos que yacían olvidados por su escaso calado, que se juzgan ahora como un imperdonable crimen social que demanda la eliminación inmediata, política y moral, de esos dirigentes: una concejal que se desnudó en la capilla de una universidad, un edil que hace años manejó un chiste indebido sobre el holocausto judío, un electo que apareció en una pantalla televisiva para jugar con el nombre de una víctima de ETA, etc. Todo eso demanda, al parecer, que esos protagonistas de hechos siempre recusables por su frivolidad –la mayoría acontecidos en etapa juvenil y frágil– sean invalidados precisamente ahora, en el Gobierno de ayuntamientos y comunidades con la consiguiente desestabilización para los equipos en que están o estaban integrados. Y los que ahora reclaman urgente justicia en nombre de un Dios en el que no creen –si creyeran se avergonzarían de su punible obra de gobierno– han estado diez o doce años contemplando impasibles y contribuyendo a él, el paro mortal de más de cinco millones de trabajadores, protagonizando la miserabilización de las pensiones, facilitando el asalto empresarial a la sanidad pública, arruinando los presupuestos de los servicios de protección social, maltratando la educación, robando caudales públicos mediante una corrupción multicéfala protegida por el manejo impúdico de la justicia o publicando emails de inexplicada procedencia en que el verbo haber aparece sin hache, crimen cultural horrendo ya que con ese creciente analfabetismo han ido asegurando su gobierno los líderes que ahora acuden a Dios para mostrarle su desesperación por el alevoso e imperdonable pasado de los embestidos. No valen, dicen a gritos, los votos de los elegidos. No es admisible su gobierno, sientan litúrgicos y risiblemente procesionales. ¡Cínicos! ¡Falsarios! ¡Hipócritas! Gentes herederas de quienes en la República quemaban las cosechas antes que pagar dos pesetas más de salarios; que asesinaban en nombre de Dios a la espera de una sangrienta respuesta para seguir asesinando –ya en los solemnes consejos de guerra que masacraba a los «rebeldes», ya en los caminos sin justicia–; que utilizaban a campo abierto la fuerza pública, con sus guardias jorobados y nocturnos, para salvaguardar al amo intemperante del pan mojado, como tituló su obra un gran escritor español; que convocaban a los fascistas europeos para aplastar la difícil libertad naciente. Gentes que en sus encarnaciones actuales han firmado todas las amnistías necesarias para que el crimen siguiera oculto en las cunetas… ¿Qué piensa el Sr. Rajoy de todo esto cuando aún se atreve a legislar acuciantemente para imponer su permanencia al pie mismo del final de su legislatura, lo que debiera  obligarle a una contención moral en salvaguarda de la democracia?

Y como entonces, también tenemos unos determinados socialistas que han aprovechado el triunfo de los que han colonizado para subirse al tren institucional y buscar acomodo en ayuntamientos y autonomías merced a las nuevas vanguardias que se baten como pueden. Socialistas que sacan de la sacristía negra de su juego a carta marcada las palabras sagradas de «estamos con los que han llegado y seguiremos con ellos, pero queremos limpieza, transparencia, lealtad a las masas, apertura a la luz…». Igual que entonces, igual que después de entonces; igual que siempre. Todos tenemos un pasado, menos la derecha conspiratoria y ellos, que únicamente tienen presente, un presente inacabable que balancean con descoco a fin de, como hacen los cucos, dejar sus huevos en el nido ajeno para que aves ajenas saquen adelante sus polluelos. ¡Cuánto hay que querer a los socialistas para quererlos!  Y una vez más el aviso honrado contra quintacolumnistas que destruyen por dentro la escasa democracia que nos queda: el verbo haber se escribe con hache. Hache de lo que hay; no «a ver», de a ver lo que queda aún por pervertir. Lo digo para que descuenten unas letras a los que han introducido sus rutilantes y pícaros comentarios en la jaula de la prensa colaboracionista, a la que, conste, respeto hasta en sus más avergonzantes momentos. Porque yo, ya ven ustedes, fui pinche panadero, niño de tartera y pan de munición, en la gran hora de la acosada libertad republicana, y esa semilla sembrada a vena loca por tantos héroes me hizo desdichadamente libre y honrado incluso con esos especímenes brotados de la estupidez y la colusión. ¡Rediós, que rebote tengo! Y que Él me perdone, pero es que hay días en que uno, nada más salir de casa, tropieza con la higuera seca.

Otra vez el juego que acabó con tantas ilusiones e incluso hizo del entonces natural y necesario Frente Popular republicano una obra lastrada de recaudos y tornasoles, incluyendo represiones de trabajadores que no estaban dispuestos a más concesiones que prolongaran su infortunio. Un juego que utilizó la derecha cerril, si es que hay otra, para cerrar con su lenguaje apocalíptico todo paso hacia un entendimiento de burguesía avanzada sobre bases de razonable justicia, que es lo que movía a don Manuel Azaña desde izquierda Republicana. Ese renacido lenguaje que en boca del Sr. Rajoy avisa de nuevo a los españoles sobre extremismos y radicalismos destructores de cualquier convivencia. ¿Extremista Podemos; radical Ciudadanos? ¿Y qué otro lenguaje manejaron los Sres. Calvo Sotelo, Goicoechea, Gil Robles o Primo de Rivera en sus conferencias, sus mítines, sus artículos de prensa y ante un Parlamento, aquel de 1936, con 437 diputados, en que había 17 comunistas y contenía un PSE con dirigentes primordialmente preocupados por que el Sr. Largo Caballero no se hiciese con el poder decisivo en el partido de Pablo Iglesias?

De nuevo una maniobra de descalificación de las opciones políticas surgidas con voluntad de innovación en el estercolero político español. Pero como esa descalificación no puede ser política obviamente, dado el teatro corrupto en que se desarrolla la obra, gira ahora en torno a descalificaciones morales, iniciativas de Hacienda y manejos policiales y judiciales que reconduzcan a la ciudadanía desnortada a calentarse de nuevo en el brasero que conserva los rescoldos del franquismo. Ha empezado la cacería del concejal distinto, del diputado autonómico inédito, del político surgido de una calle que navega por ahora sin brújula fiable. ¿Hasta dónde llegará la innoble maniobra de envenenar al agua que bebe la ciudadanía? Sr. Rajoy, esta es la cuestión.

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