Adel Alonso
Artista plástico y escritor

¿Cómo será el día después del coronavirus?

El momento es realmente intenso. Crisis global, crisis sanitaria, crisis económica, crisis social, crisis de intimidad y control. Venimos arrastrando varias décadas una «normalidad» de crisis permanente y deficitarias en valores y progreso colectivo.

La perspectiva de futuro, aunque con el debido margen de incertidumbre, está llena de engañoso entusiasmo, tanto para quienes ostentan una visión neoliberal del mundo como para quienes nos consideramos pertenecientes a ese espectro multicolor progresista de izquierdas.

Quizá pensamos que un gran porcentaje de la ciudadanía ha adquirido mayor grado de madurez y concienciación por la dramática experiencia vivida estos últimos meses. Hemos podido comprobar cada ocho de la tarde, la solidaridad y el respaldo para con el equipo sanitario, más después de demostrados los resultados por los recortes en la sanidad pública durante los años anteriores. ¿Esto ha sido un gesto de protesta o un impulso colectivo marcado por el miedo, o simplemente unos minutos de relación social ante la soledad del encierro?

Quizá pensamos que el plan marcado por los responsables en la aplicación de medidas para superar la crisis sanitaria, ha sido, en parte, un fiasco. Especialmente lo piensan aquellos que han aplicado políticas de recorte en gobiernos anteriores, han destinado 15.000 millones para compra de armamento solo en la última década, han aplicado recortes laborales y fomentado la desigualdad social, han regalado decenas de miles de millones del erario público a la banca...

¿La crisis de 2008, con las medidas aplicadas, supuso mayor concienciación colectiva o fue una demostración más del desencanto colectivo junto al individualismo extendido por las políticas liberales?

La sociedad está informada, la sociedad está engañada, la sociedad está mentida. Pensamos que somos dueños de nuestro destino, pero la realidad nos muestra que solo una minoría social es consecuente con este pensamiento. Una gran parte de la población, votantes también, se encuentra enmarcada en eso que estudia la psicología de masas, que «los individuos se contagian del comportamiento de los demás y se limitan a repetirlo sin cuestionarse nada». La propaganda mediática y gubernamental extienden los mensajes convenientes.

En estos momentos la política se encuentra aplazada y secuestrada, fuera de los foros de debate y del espacio público. Estamos pasando por una fase que niega la posibilidad de la participación y la resistencia. ¿No será esto el comienzo de las restricciones del espacio social y de la manifestación de control desde el poder concentrado? Ensayos probados estos meses permiten vislumbrar alguna sospecha: control digital, primer plano militar, enemigo interior, miedo y esperanza teledirigidos, ciudadanía confinada y obediente... Necesitamos estar indignados.

¿Qué perspectiva somos capaces de entrever de cara al inmediato futuro?

El momento es realmente intenso. Crisis global, crisis sanitaria, crisis económica, crisis social, crisis de intimidad y control. Venimos arrastrando varias décadas una «normalidad» de crisis permanente y deficitarias en valores y progreso colectivo.

Quería haber comenzado este comentario con una pregunta que me hacía el pasado año sobre la emergencia climática: ¿qué consecuencias se derivarán del abuso global sobre el planeta? No lograremos concebir la magnitud de los cambios, tampoco el alcance de las consecuencias. Quizás recuperemos la nostalgia permanente antes que la razón sensible.

El gran tema de la emergencia climática es anterior, es presente y futuro a este que ahora se nos ha colado en nuestras vidas. Emergencia climática y crisis Covid-19 se encuentran imbricadas por la misma razón de fondo y de principio.

La globalización permite que todas las situaciones tengan una repercusión planetaria, en muchos casos, como el actual, con efecto mariposa. Situaciones caóticas de origen local se encuentran proyectadas al resto del mundo. Un hecho que nos negamos a comprender desde la perspectiva individual. Seguimos mirando el mundo como ese hipermercado inagotable y de autoservicio (consumo y turismo), inconscientes de las repercusiones globales de nuestra forma de vida. Y esto tiene su efecto bumerán en el mundo globalizado, pues todo es universal y es presente. No tenemos ya opción para negar lo evidente.

Sin querer ser pesimista, pensar que el día después del confinamiento viviremos en una sociedad mejor, más hermanada, consciente y justa, pertenece más a la ilusión que a la realidad. La historia está salpicada de hechos dramáticos globales, de guerras, dictaduras, pestes y desastres. La humanidad está habituada a estos zarandeos o tsunamis catárticos, y a la desmemoria.

Sospecho que nada va a cambiar de forma sustancial porque se considerará una conquista suficiente recuperar el statu quo perdido. Los miedos extendidos de la propaganda, la incertidumbre y, especialmente, los riesgos a perder cotas de bienestar y consumo, muestran el camino para el día después. La gente necesitará superar el shock emocional, y necesitará desquitarse en la recuperación del espacio de decisión individual perdido y de la falsa independencia del día antes.

La sociedad estará satisfecha con exigir el día después la vuelta a la «normalidad» y la reconstrucción de nuestras condiciones de vida, incluso asumiendo reducciones en medidas económicas, laborales, sociales y pérdida de derechos..., y el riesgo de la vuelta a le excepcionalidad.

Siendo consecuentes y optimistas, ¿qué hemos de hacer para disipar las sombras sobre el inmediato futuro? ¿qué claves nos ha proporcionado esta crisis para la mejora de nuestros planteamientos? La vuelta a la normalidad es un retroceso. Como decía en su artículo Joseba Permach: «La resignación es el peor de los virus».

La crisis actual ha sensibilizado a la sociedad, sin duda, y ofrece la oportunidad para fomentar valores individuales y colectivos. ¿Seremos capaces de plantear un futuro contra-populista y contra el poder de soluciones autoritarias? ¿Seremos capaces de construir un futuro compartido, igualitario y sostenible?

Debemos procurar que lo deseable deje sitio a lo esencial, que lo posible y necesario se transforme en sostenible. Nos toca redoblar los esfuerzos en la línea de transformar más que de recuperar, construir más que restituir.

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