Pedro Ibarra
Profesor jubilado de Ciencias Políticas (UPV/EHU)

¿Cómo va a acabar la cosa?

La guerra y sus consecuencias van a ser una mina para el voto de la derecha y, sobre todo, de ultraderecha.

Parecería que la cadena –da la sensación que interminable– de acontecimientos traumáticos que nos persigue –crisis de partidos políticos, ¡la guerra!, crisis económicas y precios desatados, etc.– nos envuelve en una especie de incertidumbre constitutiva. Parece que ya no podemos saber qué es lo que va a pasar. Así intento ingenuo por mi parte de apuntar por dónde puede ir el futuro. Me atrevo solo a un limitado asunto, aunque con consecuencias a lo mejor impactantes. Algunas pistas de por dónde y hasta dónde puede llegar la derecha y ultraderecha en un futuro próximo, y que nos puede pasar... a nosotros.

El punto de llegada –el hasta dónde– es que en unas próximas elecciones generales derecha y ultraderecha habrán crecido lo suficiente como para alcanzar una mayoría absoluta y gobernar.

Así los acontecimientos generadores de la reciente bronca del Partido Popular –preocupación de algunos y regocijo de bastantes – no van a influir negativamente en el futuro electoral. Los actuales y previsibles votantes del PP no van a reconsiderar su voto por la existencia de una historia de uso privado de dineros públicos. A los votantes del PP les resulta indiferente –y en muchos casos les parece una muy buena idea– que los políticos saquen partido económico a su gestión pública.

Podría pensarse que este conflicto podía hacer percibir a votantes del PP que su partido estaba desestructurado, desordenado, desorientado, lo que podría implicar un desencanto y retirada de votos. Pues no. A los votantes del PP les importa un bledo la mayor o menos solidez de los diseños organizativos y estratégicos de su partido. Les interesan cosas más prácticas. Que los políticos a los que él ha votado, cuando hayan llegado al poder –sean las que sean las formas y condiciones de lograrlo– establezcan leyes a favor de sus convicciones patrióticas y de... sus muy particulares intereses. De hecho ya existe un Partido Popular estabilizado y con nuevos líderes con lo que estos acontecimientos en nada perjudicarán el voto a su favor.

Lo que sustentará el voto del PP y también de Vox resulta muy poco distinto a las actuales razones de apoyo. Sus actuales y previsibles votantes lo seguirán haciendo si tales partidos consiguen convencerles que van a lograr que España, ¡solo España!, va a estar más fuerte y más unida; si les convencen de que solo ellos van a ser capaces de defender la libertad de los votantes de mantener y desarrollar sus privilegios, sus prioridades sobre los diferentes, y sobre todo... sus intereses; si les activan el odio que tienen frente a los enemigos: los actuales gobernantes. Y si les convencen que van a gobernar con autoridad y con sentido jerárquico.

Estos partidos de derecha van a mantener en el futuro estas propuestas y promesas, y –además y sobre todo– me temo que crecerá el numero ciudadanos culturalmente orientados hacia esas convicciones y exigencias políticas. Entra dentro de lo posible que se mantenga, o aun descienda, el voto del Partido Popular y ascienda el de Vox. En todo caso lo que sí parece muy probable es que el conjunto de ambos partidos logre un resultado que podría alcanzar una mayoría absoluta y establecer un gobierno de derecha-ultraderecha. Ya hay antecedentes.

La guerra y sus consecuencias van a ser una mina para el voto de la derecha y, sobre todo, de ultraderecha. La guerra está extendiendo y reforzando la cultura del enemigo en la sociedad. Aquella que nos dice nuestros males provienen de la existencia de un enemigo interno o externo que debe ser abatido. Por eso hay que votar a aquellos –PP y Vox– que se presentan como paladines en la destrucción del enemigo y en el establecimiento de un poder fuerte duro y autoritario; que su lucha tiene como objetivo fundamental la eliminación del contrario.

Lo dramático para la izquierda es que su discurso original y su correspondiente propuesta de carácter racional de un proyecto dirigido al interés general, va perdiendo oyentes. Va perdiendo escucha su discurso argumentativo, en el que se establecen las causas, procesos y resultados en políticas públicas, que se prometen servicios públicos para todos, que defiende la diferencia, todas las diferencias, que marca la necesidad lograr un país, una comunidad regida por los principios y prácticas de los principios solidarios, de lo común... de la igualdad. Poca escucha.

Ello, de alguna forma, está obligando a la izquierda a compartir con la derecha el mismo espacio de debate. El centrado en confrontar consignas que promueven emociones, entusiasmos, odios y creencias (sin ningún argumento que las sustente). En un discurso que la derecha y ultraderecha son mejores. Entre otras cosas, porque es lo que han hecho toda su puta vida.

Aquí en Euskal Herria, las cosas son y van ser... muy distintas. Una previsión como la descrita, y no digamos un triunfo electoral derecha / ultraderecha, es sin más, impensable. El crecimiento de las derechas en España provocará el efecto contrario.

El desarrollo de un notable crecimiento del sentido de pertenencia a la comunidad nacional vasca y de radicalización hacia la exigencia de una plena o cuasi plena separación. Crecimiento y radicalización que provendrían de considerar que esa nación española, gobernada ya por las derechas está en su mayoría conformada por ciudadanos que, desde la perspectiva de sus formas de entender y vivir las relaciones sociales y cuál debe ser el papel del Estado en su relación con la sociedad, poco o nada tienen que ver con las dominantes en la comunidad vasca. Serán una cultura, una sociedad, y un Estado... distintos. Que se respetan y toleran, pero que se rechazan tanto en el compartir como en depender de ellos.

Asimismo, crecerá la radicalidad con la percepción de que esa nación española y sus dirigentes políticos activarían, a través de la exaltación de su patria española, una actitud y posición de desprecio frente a la comunidad / nación vasca.

Todo ello incrementaría las movilizaciones sociales y políticas dirigidas a lograr una plena autonomía, confederación o separación del Estado nación español. O sea que ni tan mal.

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