Javier Cubero de Vicente

Consideraciones sobre la reforma del Museo del Carlismo

La dimensión del Carlismo como movimiento popular de protesta social y reivindicación foral permanece ocultada y tergiversada

El 22 de enero en el Museo del Carlismo fueron presentados los cambios realizados en su exposición permanente. Básicamente consistieron en una renovación de los contenidos referentes a la II República y a la Guerra Civil así como en una ampliación del espacio temporal abarcado, que anteriormente concluía en 1939, hasta llegar a la llamada Transición democrática.

La verdad que no se entiende muy bien que siendo un Museo localizado en Navarra no se refleje también la actividad institucional que el Partido Carlista desarrolló hasta 1983 en el Parlamento de Navarra, y hasta 1987 en importantes ayuntamientos navarros y guipuzcoanos.

Respecto a la ampliación referente al periodo comprendido entre 1939 y 1977, dirigida por Francisco Javier Caspistegui, algunos aspectos son cuando menos matizables o incluso cuestionables.

De mano en referencia a los tres Congreso del Pueblo Carlista celebrados en Arbonne entre 1970 y 1972 se afirma «que crearon el Partido Carlista y asumieron los principios socialistas y autogestionarios». Realmente en el II Congreso (1971) más que crearse una nueva organización política lo que ocurrió es que la Comunión Tradicionalista de Don Javier de Borbón Parma adoptó oficialmente como nueva denominación la histórica de «Partido Carlista». Y curiosamente en la línea ideológica-política aprobada en el III Congreso (1972) no se definió ningún tipo de «socialismo autogestionario», que sería formulado posteriormente con motivo del Montejurra de 1974.

En relación a la evolución ideológica previa se afirma que «Pedro José Zabala y el grupo de Zaragoza impulsaron la reflexión ideológica desde mediados de los sesenta, y pusieron en marcha un proceso de “clarificación ideológica”, acercando a un amplio sector del carlismo a posiciones socialistas y autogestionarias». Sin embargo la editorial SUCCVM de Zaragoza, creada en 1966, es claramente posterior a la fase inicial de la renovación ideológica del Carlismo. Un investigador nada sospechoso de simpatías hacia esa evolución como es el neointegrista sixtino Manuel de Santa Cruz, en su obra Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español (1939-1966) (tomo 18 (II): 1956, p. 343), sitúa lo que denomina como «la aparición del progresismo en el Carlismo» en el año 1956, con motivo de un Manifiesto de la Juventud Carlista de Navarra, en el cual ya se expresa explícitamente una voluntad de diálogo con los «extremismos de izquierda». Es decir diez años antes del nacimiento de SUCCVM. También en 1956 en una hoja de la Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas (AET), titulada Vivimos descontentos, se plantea abiertamente que «las estructuras sociales burguesas y el sistema capitalista no deben seguir vigentes». No mucho más tarde se empezará a hablar de «Revolución Social» (Manifiesto de las Juventudes Tradicionalistas de Cantabria en 1959) e incluso de «Monarquía Socialista» (nº 14 de la revista Azada y Asta en 1961).

Respecto a las minoritarias escisiones integristas de la Comunión Tradicionalista de Don Javier, dentro del ámbito Con o contra Franco (1955-1968), se afirma que «Este proceso (…) chocó con los sectores tradicionalistas, que se fueron desgajando y creando sus propias organizaciones, en ocasiones al amparo del régimen. Uno de los sectores más críticos lo encabezó Francisco Elías de Tejada, separado desde 1962, o el de José Luis Zamanillo, desde 1963». Es decir que en un mismo panel unas líneas más arriba se dice que el proceso se pone en marcha «desde mediados de los sesenta», pero otras líneas más abajo que desde 1962 y 1963 ya existen sectores tradicionalistas lo suficientemente críticos con ese proceso como para escindirse. Pero lo más sorprendente de todo es cuando se afirma, a continuación, que «la figura de Sixto Enrique, hijo de Javier de Borbón Parma, se convirtió en su referencia». Difícilmente Sixto Enrique iba a ser referencia política de nadie en esa época, cuando a diferencia de Carlos Hugo y de sus hermanas su participación en la vida política del Carlismo era muy pero que muy escasa. De hecho no participó en ningún acto de Montejurra hasta el trágico año de 1976. En la década de 1970 un sector ultraderechista sí que pondría sus esperanzas en Sixto Enrique, que en 1975 dio el paso de intentar encabezar un «carlismo paralelo». Pero el caso es que este panel pertenece al ámbito de Con o contra Franco (1955-1968), no al de El carlismo entre el Tradicionalismo y la oposición al régimen de Franco (1968-1977). En la década de 1960 los sectores que abandonaban la disciplina de la Comunión Tradicionalista de Don Javier automáticamente rompían cualquier vínculo con la Familia Borbón Parma, pasando unos a reconocer a Juan Carlos como futuro Rey, y otros a incorporarse a la organización tronovacantista Regencia Nacional y Carlista de Estella (RENACE). Sería muy de agradecer que Caspistegui aportase públicamente las pruebas documentales en las que se ha basado para afirmar esta pretendida referencialidad de Sixto Enrique con anterioridad a 1968. De no hacerlo tal vez habría que barajar la posibilidad de que ciertas afirmaciones se corresponden con criterios políticos e intereses ideológicos que nada tienen que ver con la metodología científica propia de la historiografía.

Respecto a la parte anterior a la II República todo sigue igual en este Museo de la idealización «contrarrevolucionaria» del Carlismo. La dimensión del Carlismo como movimiento popular de protesta social y reivindicación foral permanece ocultada y tergiversada. Debe ser más interesante vincular la génesis del Carlismo a los teóricos del pensamiento «reaccionario» francés, aunque sus ideas no se introdujeran en la sociedad española hasta después de la Primera Guerra Carlista y de la mano de un intelectual isabelino.

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