«Cookies»
El colectivo en el mundo con mayor porcentaje de imbéciles, con gran diferencia respecto a los demás, es el de los políticos. Es indiferente que pululen en una democracia representativa, iliberal, monarquía, república, dictadura, autocracia, y cualquier otro invento.
Han conseguido dividir a la población en Europa de una forma maniquea en la que el pensamiento fuera del dualismo, que es lo único que practican todos, se ha convertido en una ridiculez que se censura. Como la verdad es imposible de conocer, ya que con lo bueno, y lo malo, lo único que consigue es que la mentira prevalezca en cada una de las dos castas que gobiernan el continente. Los medios de comunicación forman parte de este engranaje diabólico por el que todos se convierten en torquemadas de sus respectivas bondades.
En un pequeño pueblo de la Normandie, de unos 4.000 habitantes, una minúscula pastelería familiar artesanal, en plenas Olimpiadas, tuvo la idea de poner banderas de los distintos Estados que participaban en las cookies. Algún desconocido anónimo, que es lo que se frecuenta actualmente, por esto las redes, que son las cuevas de los miserables, observó que la bandera Palestina ondeaba en un pastelillo. Este majadero se ofendió y pidió un boicot denigrando al modesto negocio. Se expandió como la pólvora y los dueños sufrieron insultos de odio, y todo lo que estos humanoides son capaces de expulsar de sus mugrientos sesos. Bajaron las ventas en más de un 30%, y lo que considero más denigrante es que los pobres pasteleros clamaban que no era un gesto político y que la gente no quiere comprender. Aquí reside la maldad de los que tienen sueldo por ser políticos. La política es patrimonio de todos sin excepción, y poner banderas es un acto político por antonomasia.
La política es nuestra, y no de esta casta de miserables que viven la mar de bien. Mientras no seamos conscientes que los únicos que tenemos derecho de hacer política son las masas, nadie más tiene que robar semejante verdad. Pidieron a la comunidad judía del pueblo que los ayudasen de esta vorágine de insultos y de amenazas. La contestación que recibieron fue la habitual, les dieron la espalda. Una sociedad troceada en colectivos de bondadosos, y malvados, que es lo que prevalece en la actualidad, nos lleva directamente a la catástrofe. A los pocos que intentan elevarse de este estercolero se les censura.