Txus Pérez Artuch

Cosas de viejas

Cuando volvía a casa valoré la libertad de esa mujer para hablar tan serena y claramente de cómo había sido su vida a pesar de la gran imposición de miedo, amenazas y el silencio que perduró en la sociedad.

Cuántas veces escucharon en casa o en el trabajo la frase «de esto no se habla»? Quizá, en según qué ámbitos todavía se puede escuchar. Resulta que la semana pasada, dando un paseo por el Arga, llegué al barrio de la Txantrea, pasé junto a un banco donde descansaba una mujer, de unos 80 años, y me salió un «buenos días» natural, como ya en pocas partes de una ciudad surgen, cosa que en los pueblos aún permanece.

La señora, de muy buen temple, me respondió y apuntó «aunque buenos buenos, con esta sarta de políticos que nos gobiernan...». He de reconocer que en un primer momento, dudé si estaba bien de cabeza o no, por su cercanía nada habitual a día de hoy. «Ya me pueden hablar de Putin, de Sánchez o de cualquiera, que al final a pagarlo, como siempre, nosotros». Frené mi paso y asentí su afirmación, y al ver su intención de continuar hablando, paré. Diluida la duda, la señora estaba bien.

Con un «no quiero molestarte», que no lo fue para nada, aprecié que tuviese la claridad, sinceridad y valentía para contarme los tiempos verdaderamente duros que había pasado en su juventud bajo una dictadura, como señalando al monte Ezkaba, me compartió como su abuelo estuvo preso en el Fuerte y un requeté amigo de la familia salvó su fusilamiento, como hizo estudios de enfermería en Madrid y vivió la llegada e instalación del Opus Dei en Pamplona y las visitas inoportunas que varios curas realizaban en la planta de ginecología donde trabajó. O como, a pesar de que había recibido un nombre al nacer antes del golpe fascista del 1936, tras aquel exterminio cultural/identitario, fue bautizada con el correspondiente María y el nombre compuesto que tocase: Mercedes, Carmen, Concepción, Dolores, etc.

«Ya dirás... cosas de viejas» se despidió; a lo cual le agradecí que era historia, su historia y también una parte de la nuestra colectiva.

Cuando volvía a casa valoré la libertad de esa mujer para hablar tan serena y claramente de cómo había sido su vida a pesar de la gran imposición de miedo, amenazas y el silencio que perduró en la sociedad. Sin ánimo de extrapolar ni comparar realidades ni lugares: ¿Habrá hoy algún abuelo o abuela británica que cuente, a pesar de que no sea políticamente correcto ni agradable estos días, que vio a la entonces reina Isabel II tragarse el “God s(h)ave the Queen” de los Sex Pistols en el Támesis, o que rechazó su gran silencio ante uno de los mayores escándalos judiciales de UK en el caso de «Los cuatro de Guilford» cuando, siendo jefa del Estado, Irlanda del Norte era un hervidero, o tantas otras? Pues, aunque las portadas que tocan sean otras, ojalá en algún parque se transmitan también esas pequeñas partes de la historia.

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