Jesus Valencia
Educador social

Cuentos y relatos

Pocas fueron mis afinidades con el defenestrado Zapatero, pero hubo un día en que suscribí sus palabras. ETA acababa de anunciar el cese definitivo de su actividad armada y el entonces presidente -mirando hacia estos parajes- advertía intimidatorio: «No vamos a pasar página sin levantar acta de lo que ha sucedido».

¡Faltaría más! Una de las manías que tiene este pueblo es, precisamente, la de escribir su historia; para mantener vivos sus rasgos identitarios y también para defenderse. De lo primero dan fe quienes escudriñan los secretos de su arqueología, su cultura, su lengua, sus creencias... Trabajo minucioso que ha permitido recuperar parte de nuestra esencia profunda y ancestral. El relato de lo vivido es, además, nuestro mejor fortín. Por aquí pasaron visigodos, francos, sarracenos... y todos ellos venían con dos cuerpos de ejército complementarios: el de los guerreros que nos agredían y el de los cronistas que nos denigraban. Siempre fueron héroes quienes nos invadían y rufianes quienes se defendían. Llegaron a Iruñea los españoles en los albores del siglo XVI y lo sucedido hasta entonces se quedó corto. Los incontables cronistas cortesanos presentaron al Duque de Alba como libertador de los navarros y a estos como afortunados lugareños que pudieron incorporarse al imperio. Tantos y tan abultados fueron sus cuentos que las maniatadas Cortes navarras sintieron la imperiosa necesidad de un relato propio. Le encargaron a Moret que lo redactara y lo hizo bien. Quinientos años más tarde, la pugna entre cuentos y relatos continúa.

Pese a tanto vendepatrias que sigue llamando pacto a la conquista y colegas a los conquistadores, la memoria colectiva sigue viva. Mucho es el paisanaje que continuó y continúa la minuciosa tarea que inició Moret.

Y junto al documentado quehacer de los historiadores, la viva efervescencia de un pueblo que no se traga los cuentos de los cronistas españoles. Nuestros aldeanos se echaron al monte porque no se fiaban de los liberales españoles que «les traían el progreso». Rechazaron las quintas y prefirieron ir a ultramar antes que servir a una patria que no era suya. Fueron escardados con saña en la fascistada de 1936; y, aunque nuestra tierra se plagó de «monumentos a los caídos en la cruzada», no faltaron quienes hurgaron en las cunetas buscando ideales republicanos: Otxoportillo, Gernika, Sartaguda, Durango... son algunos de los muchos nombres que guardan nuestra verdadera historia. ETA volvió a las armas. Y aunque toda la caverna ha denigrado a sus caídos como criminales, la conciencia popular va por otro lado. Todas las policías han tendido que dotarse de mazas (¡con lo poco que les gusta esa herramienta!) para destrozar las placas y monolitos recordatorios que asoman por cualquier rincón.

¿Que debemos escribir la historia? En ello estamos y estaremos; la crueldad gratuita y extemporánea que soportamos ahora la recordaremos siempre. Somos un pueblo que goza de buena memoria. Ayer evocamos en Iruñea nuestra soberanía. Y basta el rasgueo de una guitarra para que txokos y sobremesas canten con brío: «Navarra tiene cadenas por adentro y por afuera».

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