Asier Fernández de Truchuelo Ortiz de Larrea

«Cuius regio, eius religio»

Si importante es para cualquier grupo social o nacional constituir un Estado propio, no menos, son el modelo y sus bases.Los vascos, cuyas tierras llevan más de mil años siendo colonizadas, ¿a qué tipo de sociedad aspiramos? ¿A una sociedad postcolonial con un territorio más o menos amplio pero asumiendo como propias las culturas, las lenguas y leyes de las naciones que nos someten? ¿O seremos capaces de revertir el proceso y recuperar aquella sociedad genuina y propia?

Con esta frase vendríamos a reconocer la importancia del Estado. Parece ser que fue acuñada en 1582, en medio de la Reforma Protestante y las luchas de religión (1454 - 1598). Una traducción libre sería: «El gobernante de un territorio elige la religión de todos sus súbditos» o «un estado, una religión». Con la misma intencionalidad Luis XIV, Rey de Francia y de Navarra, conocido como el Rey Sol ("le Roi Soleil"), a quien se le atribuye la frase: «L’État, c’est moi» (El Estado, soy yo –1655–), al rubricar el Edicto de Fontainebleau (1685) por el que ponía fin a la libertad religiosa en sus Estados, afirmaría: «une foi, une loi, un roi» (una fe, una ley, un rey). Aboliendo así el Edicto de Nantes (1598) firmado por su antepasado Enrique el Bearnés, primer rey «Bourbon», aquel que dicen que dijo: «París bien vale una misa».

Con Rousseau (1762) se produce un cambio sustancial en el pensamiento político, el poder emana del pueblo, siendo cada ciudadano soberano y súbdito al mismo tiempo. Los Estados «modernos» y sus estructuras beben de las aguas de la revolución francesa (1789 - 1799) donde la burguesía con su concepción política y económica emergerá como la gran vencedora, acaparando el poder político y el económico. Con el lema netamente burgués «Liberté, égalité et propieté» (adoptado por el directorio revolucionario francés, 1794 - 1799) sustituido al tiempo por el todos conocido «Liberté, égalité et fraternité», el Estado se convertirá en el gran defensor de la burguesía en detrimento del pueblo. A partir de ese momento los intereses de la nación, convertida en Estado, se verán supeditados y confundidos con los intereses burgueses.

Este proceso revolucionario, conocido como Primera República, será exportado al resto de Europa y al Mundo. Pasará por varios estados, en ocasiones enfrentados entre sí, para terminar siendo el modelo que adoptarán los futuros gobiernos y/o nacionalismos burgueses y/o liberales. Si la revolución en un primer momento fue bien acogida en la mayoría del territorio y supuso un instante de esperanza, al poco, chocó de manera frontal e irreconciliable con el mundo tradicional. Estallando conflictos armados a lo largo y ancho del territorio –el más relevante, que no el único, fue la Guerra de la Vendée (1793 - 1796)–.

La represión y el terror resultaron brutales, las tierras vascas bajo soberanía francesa (soberanía contraria a derecho) no serán ajenas a él. En su mayor apogeo, durante el «Reinado del Terror» (1793 - 1794), «Labourd» padecerá de primera mano el «terrorismo de estado». Todos aquellos que no mostraron entusiasmo por la revolución fueron tildados de contrarrevolucionarios y por tanto de enemigos del pueblo, descargando sobre ellos toda la «injusticia» de la ley. Varias fueron las circunstancias que llevaron a los vascos a ser desafectos al proceso revolucionario:

- Desde el mismo momento de su génesis, por sus particularidades políticas, no vieron la forma de encajar en el nuevo orden (cada territorio respondió de forma diferente a la llamada Real a los Estados Generales y se vieron superados por el proceso revolucionario subsiguiente).

- La nueva constitución era considerada la única ley y forma de gobierno posible en toda la nación Francesa (derogaba y atentaba contra los diferentes usos y costumbres propios de los territorios vascos. Curioso el caso de la Baja Navarra, que de por sí era reino independiente, compartiendo monarca con el Reino de Francia).

- No contribuían a las levas de reclutamiento (Guerra de la Convención 1793 - 1795, conforme a sus leyes consuetudinarias no tenían obligación, pese a ello se les consideraría pro españoles y traidores a la Patria).

- Reestructuración social (desaparición de la figura del mayorazgo –vital para la pervivencia del mundo tradicional vasco–, confiscación y venta de las tierras del común, liberalización de precios y arrendamientos).

- Se trataba de una sociedad donde el sentimiento religioso estaba fuertemente arraigado (ultracatólica –favorable a la iglesia– y por tanto enemiga del Estado –de marcado carácter ateo y descristianizador–).

A las deserciones de reclutas, seguirán detenciones, ejecuciones sumarísimas y deportaciones masivas de civiles (todo al más puro estilo estalinista). Pueblos enteros fueron considerados traidores (Ascain, Itsasu y Sara –1794–) y toda su población deportada (niños, mujeres, ancianos y hombres sin distinción de género ni edad) en otros pueblos (Zuraide, Ezpeleta y Zuraide) desterraron a aquellas familias consideradas desafectas –«aquellas de las que se sospeche odio a la república y amor a España»–, siendo sus propiedades confiscadas y repartidas entre aquellos afectos a la revolución. Otros pueblos afectados por la medida fueron Luhuso, Lekorne, Makea, Larresoro, Biriatu y Cambo. En total cuatro mil desplazados –separando a las familias– al interior del territorio francés, mil de ellos morirán de hambre en el desplazamiento (un verdadero genocidio). Tras ocho meses de destierro y padecimientos, con la caída de Robespierre, los afectados podrán volver a sus casas a seguir sufriendo hambruna y necesidad (cosechas perdidas y propiedades desvalijadas).

Curiosamente, al mismo tiempo, la provincia vasco española de Guipúzcoa negocia con representantes revolucionarios (Pinet y Cavaignac) el ingreso de la provincia en la Convención –siempre y cuando le sean respetadas sus particularidades–. Con la Paz de Basilea (22 de julio de 1795) las fronteras volverán al Pirineo quedando Guipúzcoa bajo soberanía española, a cambio Haití pasará a manos francesas. Al tiempo, Guipúzcoa y sus dirigentes pagarán cara esta «traición».

Comenzará un proceso de asimilación y etnocidio –donde la única lengua será el francés y las leyes las que emanen de la constitución republicana–, buscarán centralizar y homogeneizar el territorio, forjar un sentimiento de adhesión a la lengua, a la bandera, a la unidad nacional (serán los encargados de modelar la recién creada identidad francesa). Serán los jacobinos franceses, con Robespierre y su época del terror a la cabeza, los que sublimarán hasta su máxima expresión la idea de la indivisibilidad del territorio, la unidad de la patria. Pensamiento que transmitirán al resto de nacionalismos de corte jacobino, entre ellos el español y/o el vasco o incluso al pensamiento naffarres, no olvidemos el lema: «Nafarroa osoa sin fronteras impuestas» (aspira a una Gran Nabarra, integrada por todos aquellos territorios que alguna vez estuvieron bajo su órbita, superando con creces la territorialidad del «zazpiak bat»). Aniquilando cualquier expresión política diferente (decapitación de Luis XVI y un incontable número de ciudadanos, derogación de las particularidades vascas, bearnesas…), cultural (persecución y eliminación de todas aquellas lenguas a excepción de la lengua nacional, la lengua del Estado, el Francés) y religiosas (persiguiendo la religión cristiana como enemiga del Estado –pasando por el ateísmo, el Deísmo, hasta llegar al actual Estado aconfesional–).

En la actualidad, la mayor expresión de libertad nacional la constituyen los Estados (como una unidad soberana), sin otro poder superior (sea político o religioso). En los «Estados democráticos» el poder, en forma de soberanía popular, dimana del pueblo que a su vez delega en el Estado. Pasando el ciudadano a ser un agente pasivo, un súbdito del Estado, un mero convidado de piedra, con una falsa sensación de libertad y nula capacidad de gestión sobre las estructuras del Estado.

Si importante es para cualquier grupo social o nacional constituir un Estado propio, no menos, son el modelo y sus bases. Basta hacer referencia a los países americanos, en los que los pueblos originarios permanecieron ajenos a los diferentes procesos independentistas, convirtiéndose en verdaderos extraños de las sociedades que surgieron. Los nuevos países, convertidos en Estados libres y soberanos, supusieron una continuidad de las sociedades coloniales previas a la independencia. Los vascos, cuyas tierras llevan más de mil años siendo colonizadas, ¿a qué tipo de sociedad aspiramos? ¿A una sociedad postcolonial con un territorio más o menos amplio pero asumiendo como propias las culturas, las lenguas y leyes de las naciones que nos someten? ¿O seremos capaces de revertir el proceso y recuperar aquella sociedad genuina y propia, con sus leyes, su modelo político e institucional, que hizo que el mundo nos viera como el pueblo de las libertades genuinas, con una lengua, el euskara, y una cultura propias?

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