Angel Soro
Cantautor

De Etxarri-Aranatz a la ola de consultas

Un ente que supera a partidos y asociaciones variadas. Gure Esku Dago se perfila como un estadio que sin tener pretensión de ser el último, bien podría ser un pulso real de la propia sociedad vasca consigo misma.

Aunque las referencias a Catalunya y comparaciones con esta son constantes desde tiempos desconocidos, Gure Esku Dago vendría a jugar, salvando distancias, momentos y recorrido histórico, el papel de la Assemblea Nacional Catalana y Omnium Cultural, en el sentido en que estas dos han superado el monopolio de la acción política de que disfrutaban los partidos.

Estas dos asociaciones catalanas han sido capaces de movilizar y tejer una base social suficientemente amplia y activa como para que los partidos perdieran su capacidad de hacer y deshacer sus programas y propuestas que luego difícilmente cumplían. Brigadistas dentro de su propio movimiento, han sido capaces de encauzar el malestar y deseo de cambio de la calle y llevarlo hasta el Parlament, intentando que los partidos y sus palabras melosas no sirvan de freno para que nunca ocurra lo que para un sector grande de la calle es anhelo inevitable.

Gure Esku Dago se enfrenta al reto de hacer pedazos las buenas palabras y las palabras de doble sentido, «más autogobierno», «respeto al pueblo vasco», «más capacidad de decisión», que en definitiva llevan siendo utilizadas durante años para cambiarlo todo sin cambiar nada. Está claro que en el espacio económico y social que ocupa «el pueblo vasco» ciertos sectores se encuentran muy cómodos sin mover nada, y habrá que ver cómo se involucran personas a título individual, familias, asociaciones o partidos.

Se trata del derecho a decidir. El derecho a decidir que, aunque algunos lo confundan con la voluntad de independencia, no es así. El derecho a decidir es para los que quieran votar Sí a un «pueblo vasco» escindido del Estado español y para los que quieran votar No y seguir con el mismo estado de las cosas. Un derecho básico democrático de elección como nación, pueblo, nacionalidad, que necesita que muchas manos que lo tienen en su mano decidan ejercerlo y decidirlo.

Son perfiles de personas muy diferentes, desde asociaciones de andaluces hasta grupos tradicionalistas con 30 generaciones de apellidos catalanes (espero que se entienda el cínico recuento) los que han salido a la calle a reivindicar en Catalunya que está en las manos de las y los catalanes decidir el futuro.

No exento de tensiones, el derecho a decidir ha desenmascarado a demócratas que no quieren que se pueda votar democráticamente, incluso ha quitado la careta a «psoe-cialistas» catalanes que han roto con el partido por no permitir un derecho que consideran básico, y por otro lado nacionalistas que hablaban mucho de defender lo catalán, han resultado ser farsantes afincados en Madrid en las cómodas butacas de un teatro malo no, malísimo.
Es hora de saber qué hay detrás de la palabra nacionalista de alguna sigla.

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