Asier Ventimiglia
Sociólogo

De Isaac Newton a Podemos: la teoría de la gravitación política

Si bien las elecciones no suponen una herramienta de transformación porque solo alteran el orden aritmético de una cámara legislativa, y quienes votan no están allí arriba –a donde Podemos quiere llegar– sino abajo, desde donde la transformación debe empezar

Hay un hecho electoral que se ha repetido en todos los comicios que se han celebrado en los últimos dos años: la debacle de Unidas Podemos. Quienes en 2014 se presentaron como alternativa a la economía neoliberal y el modelo bipartidista con una clara apelación al 15-M, han pasado de embestir a los medios de comunicación a ser una formación con cada vez menos apoyo del tejido social. No es casualidad que en todos los territorios del Estado español suceda el mismo fenómeno de decrecimiento electoral, al igual que tampoco lo es el creciente porcentaje de abstención que en estas últimas elecciones hemos vivido (y que debería darnos mucho que pensar).

La formación morada de Pablo Iglesias no solo presentaba una alternativa a lo ya mencionado, sino también se presentaban a sí mismos como una nueva forma de conectar a los agentes sociales con la actividad política (que no tuviera que ser exclusivamente institucional). La intencionalidad de la formación era muy ambiciosa y con un potencial elemento de transformación: presentarse como un movimiento y no un partido. El acercamiento a la política a través de la ruptura con la composición de lo que tradicionalmente conocemos como partido político, que hoy tiene una connotación peyorativa, suponía un avance histórico de conectar la política con los agentes no institucionales. Los círculos que se formaron en los municipios supusieron ese nexo de unión y encuentro entre ciudadanos que ahora poseían una enorme herramienta de acceso a la política. La creación de Podemos fue un éxito para ingentes movimientos sociales que ahora tenían un espacio amplio donde poder acrecentar los decibelios de sus voces. Parecía obvio: Podemos era un movimiento político que partía de lo local como base fundamental para la transformación de un país. Sin embargo, en los últimos años cometieron un gran error que, si bien probablemente no les hará desaparecer, les dejará una enorme huella que tardíamente rellenarán.

De la política localista con base transformadora, pasaron al Congreso de los Diputados, donde todo el trabajo realizado se materializó en 71 escaños que, sin duda, cambiaron el contexto legislativo (que no el político). Y aquí es donde llegó el problema: acceder a una cámara legislativa supone una potencial oportunidad de ser absorbido por el institucionalismo, pues la organización no está sujeta a la unión de agentes sociales que buscan un espacio de transformación común, sino a paradigmas más burocráticos y verticales que rompen con la lógica que debía de seguir la joven formación; y en esa trampa cayeron, y pasaron de ser un espacio de altavoz para los agentes sociales, a la mano derecha del PSOE, sobre todo tras la moción de censura, que estrechó lazos ambos partidos. La organización de Podemos rompió con su horizontalidad y, como sucede siempre en estos casos, las decisiones empezaron a depender única y exclusivamente de la dirección de Madrid.

La ambición de Podemos dejó de ser de carácter localista para directamente asaltar los cielos y querer gobernar, prácticamente suplicándoselo al PSOE tras las elecciones del 28-A. Dejándose llevar por la absorción del institucionalismo, la formación renunció a ser un movimiento de transformación para convertirse en otro partido político más con aspiraciones de poder estatal, haciendo que se retomara el hartazgo político popular por la identificación de Podemos como «otro partido más que solo busca el poder para sí mismos». Quienes quisieron asaltar los cielos sin haber hecho un diagnóstico previo y sin haber retomado su origen localista como su principal razón de ser, se encontraron con que la ley de la gravedad también existe en la política, y que cuantas más aspiraciones avariciosas y elevadas tengas –y más enfatices tu programa en discursos institucionales más que populares–, mayor será la caída, puesto que si bien las elecciones no suponen una herramienta de transformación porque solo alteran el orden aritmético de una cámara legislativa, y quienes votan no están allí arriba –donde Podemos quiere llegar– sino abajo, desde donde la transformación debe empezar.

La teoría de la gravitación nos enseña que la fuerza entre dos objetos es mayor si están muy próximos (movimientos y agentes sociales), pero cuanto mayor es la distancia, esa fuerza pierde intensidad. En el ámbito político, cuanto más alta sea la aspiración de una formación política en la jerarquía del poder político, más se deberá institucionalizar y centralizar, y menos próximo estará a los agentes sociales, perdiendo su identidad, «convirtiéndose en otro partido más» y más dura será su caída. La avaricia es un pecado que el sistema utiliza como herramienta esencial para institucionalizar a los movimientos y convertirlos en aparatos del Estado.

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