Andrea Homene
Psicoanalista

De la noche de los lápices a la banda de los copitos

De aquellos adolescentes, causados por el deseo, por el afán de cambiar el mundo para convertirlo en un espacio más inclusivo, a estos jóvenes, impulsados por el odio, por el afán de cambiar el mundo para convertirlo en un espacio más excluyente.

El 16 de septiembre de 1976, en uno de los hechos más atroces que protagonizó la dictadura militar que azotó al país, diez jóvenes estudiantes secundarios de entre 16 y 18 años, fueron secuestrados y en su mayoría asesinados.

Cuarenta y seis años después, el 1º de septiembre de 2022, un grupo de jóvenes (hasta la fecha aún se está investigando cuántos fueron los que participaron en la planificación, ejecución y encubrimiento del intento de magnicidio) atentó contra la vida de la vicepresidenta de la nación, dos veces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.

Aquellos adolescentes militaban en agrupaciones estudiantiles, con el amor, fervor y la pasión que atraviesa los ánimos de quienes asumen el compromiso de ser parte de la historia de un país, de la transformación de la vida de las personas, de la defensa y reivindicación de los derechos de los menos favorecidos por un sistema que cada vez se torna más y más exclusivo. Sus ideales, sustentados en el estudio del pensamiento de grandes exponentes de la cultura, la literatura, la política, la sociología, la antropología, exhibían un marcado conocimiento de la historia, de los procesos socioeconómicos y de sus consecuencias sobre las poblaciones.

Estos jóvenes, contrariamente, parecen haber conformado su esquema de pensamiento en base a relatos, frases hechas, eslóganes, repetidos hasta el cansancio por representantes de cierto espacio político que reniega de su condición de tal, y de comunicadores que han perdido por completo la línea y se han convertido en una tribuna de insultadores mediáticos. De escasa formación intelectual, (muchos de ellos sin escolaridad secundaria), lejos de ideales colectivos centrados en el bienestar general, impregnados de un discurso que valoriza la meritocracia y el logro individual por sobre lo colectivo, motorizados por el odio a todo aquello que represente a las mayorías populares, exhiben pasiones desenfrenadas, actuando con una violencia que denota que el amor y la belleza, como barreras al goce, han fracasado.

Resulta doloroso sin duda que tras 46 años en los que como sociedad hemos atravesado un sinfín de tragedias, pérdidas, duelos, intentando una y otra vez reconducir la libido hacia nuevas esperanzas, ilusiones, proyectos de país, nos encontremos hoy frente a este escenario en el que, sospecho, cientos de jóvenes asumen que la libertad es sinónimo de destrucción del otro, de aniquilamiento, de furia incontrolable, de locura desatada.

Creo que una de las consecuencias de la premisa psicoanalítica de actuar conforme al deseo ha sido su pésima interpretación como «hacer lo que se me da la gana». No se trata de eso. El deseo, como aquello que surge de la pérdida del objeto, constitutiva del sujeto justamente como deseante, dista mucho de ser un laissez faire, un dejen hacer sin estar sujetos a ningún límite, a ninguna restricción, a ninguna consideración por el otro.

Durante mucho tiempo, en el afán de no ser acusados de censores de la libre expresión, los gobernantes, pero también los fiscales, han permitido pasivamente que las manifestaciones odiantes fueran tomando forma, incrementándose, multiplicándose, hasta llegar al punto en el que hoy nos encontramos, perplejos, frente al atentado consumado por un joven al que ni siquiera podríamos describir como libertario, porque sospecho que carece de toda idea acerca de los fundamentos que esgrime en sus expresiones.

De aquellos adolescentes, causados por el deseo, por el afán de cambiar el mundo para convertirlo en un espacio más inclusivo, a estos jóvenes, impulsados por el odio, por el afán de cambiar el mundo para convertirlo en un espacio más excluyente, selectivo, en el que se ubican a sí mismos como una raza superior «moral y estéticamente», al decir de uno de los personajes con los que se referencian.

Triste involución cuyos alcances no podemos aún dimensionar. Triunfo de lo pulsional por sobre toda forma de regulación deseante, amorosa, bella.

Es hora de asumir responsabilidades subjetivas. Es hora de preguntarnos si estos jóvenes, hijos de los años 90, son en efecto el producto de una época en la que, pizza y champagne mediante, se instaló con prepotencia la idea del goce ilimitado, la Ferrari Testarossa, el acceso a las mujeres como objetos, el ejercicio del poder irrestricto, la fiesta para pocos y el derrumbe del proyecto colectivo.

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