Iñaki Bernaola
Teólogo de a pie

De la política de lo divino a la teología de lo humano

Sin un enemigo al que dirigir sus invectivas el fascismo no es nada. Unas veces han sido los judíos, otra los homosexuales, otra los comunistas, otra los masones… en España, sin embargo, el principal enemigo instrumental del fascismo es el secesionista.

Qué tiene de sacrosanto la unidad de España que no lo tenga, por ejemplo, la independencia de Catalunya? O dicho de otra manera: ¿Por qué la unidad de España es sacrosanta, y la independencia de Catalunya no? Todos sabemos que lo sacrosanto pertenece a la categoría de lo divino, y la política a lo humano. Lo divino es inmutable, absoluto, pétreo (alguna iglesia debió de fundarse sobre una piedra, según sus propios textos); lo político, por el contrario, es dinámico, incesantemente cambiante, contradictorio incluso. Pero el caso es que al oponer la sacrosanta unidad de España a la independencia de Catalunya, de hecho se está contraponiendo una cosa de orden divino a otra de orden humano.

Los dioses siempre han tenido costumbre de intervenir en asuntos humanos, al menos desde la guerra de Troya en la cual había dioses apoyando a uno y a otro bando. Pero cuando las religiones se hicieron monoteístas y, por tanto, incompatibles, Dios, el único, tuvo que decantarse por uno de los dos: Así, partiendo del supuesto de que los caídos franquistas en la Guerra Civil lo hicieron por Dios y por España, es obvio que los del bando republicano lo harían por una razón diferente.

Si hay una ideología política que se mueve como pez en el agua en el ámbito de lo divino, esa es el fascismo. En realidad, la ideología fascista se sustenta en dos pilares aparentemente diversos: el machismo cuartelero y el fanatismo religioso. Lo hemos visto en Brasil con Bolsonaro, aupado por militares, latifundistas y retrógradas iglesias evangélicas. Lo vimos también en el franquismo. Contra lo que muchos piensan, el principal soporte político del franquismo no fue la Falange, sino el Ejército. Y su principal soporte ideológico no fue el pensamiento de José Antonio, sino el nacional-catolicismo. No obstante, fue el fascista José Antonio Primo de Rivera quien mejor formuló el carácter divino de la unidad de España: una unidad de destino en lo universal.

El fascismo como tal tiene muy poco que aportar de lo suyo propio. Su quehacer se reduce a elevar sus presupuestos a la categoría de lo divino, de lo inmutable, de lo indiscutible; y a mantener a la población en un estado crónico de tensión irracional a base de manipular todo tipo de emociones, especialmente la ira. Pero para todo eso necesita inventarse un enemigo. De hecho, sin un enemigo al que dirigir sus invectivas el fascismo no es nada. Unas veces han sido los judíos, otra los homosexuales, otra los comunistas, otra los masones… en España, sin embargo, el principal enemigo instrumental del fascismo es el secesionismo. Como la unidad de España es sacrosanta, los secesionistas no son personas que discrepen políticamente con ellos: son herejes cismáticos.

Quizás la reforma del Estatut fue la última oportunidad de enfocar la cuestión catalana en su ámbito propio, es decir, en el del quehacer humano. Pero al reducirla a la categoría de lo divino, lo que han hecho es convertirla en una guerra de religión. Y en las guerras de religión, el fascismo se mueve como pez en el agua. Ya sé que no todos los que se oponen a la independencia de Catalunya son fascistas, pero el problema no es ese, sino que mientras la cuestión catalana no se sitúe en la categoría de lo humano, es decir, de lo dinámico, de lo cambiante y de lo contradictorio, el fascismo mantendrá ideológicamente cautivos y desarmados a aquellos sectores que, supuestamente desde planteamientos discrepantes con ellos, de hecho están defendiendo lo mismo, y casi de la misma manera.

Todo el mundo sabe que la forma «humana» de resolver la cuestión catalana es preguntando a los catalanes qué es lo que quieren hacer con su país, y a partir de ahí llegar al acuerdo que proceda llegar. Por eso pienso que la principal misión que correspondería a aquellas fuerzas políticas españolas discrepantes con el fascismo sería desgajar la cuestión catalana del ámbito de lo divino y situarla en el ámbito de lo humano. Por el bien de los catalanes, pero también por el suyo propio. Porque de lo contrario van a estar eternamente a remolque del fascismo en lo ideológico, y por ende, a riesgo de que tarde o temprano el fascismo acabe llevándoselos por delante.

No sé si es ya demasiado tarde para que Catalunya pueda tener un acomodo humanamente tolerable dentro del Estado Español. A lo mejor sí que lo es. Pues en tal caso el acuerdo habría que buscarlo por otra vía. Porque dos territorios pegando uno con otro, lingüística, económica y culturalmente con varias similitudes, están condenados a entenderse. En el mismo Estado o en dos. Eso garantizaría no solo que la cuestión catalana, una cuestión política a fin de cuentas, se resolviera en el ámbito de lo humano, sino también que a partir de ahí España pudiera mirarse a sí misma de una forma más humana de como lo ha hecho hasta ahora.

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