Xabier Pombo
Responsable de medioambiente de Ezker Anitza-IU

Decrecer para vivir

La necesaria transición energética, y las medidas para abordar las consecuencias de la crisis por el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, pasan por el decrecimiento y por un cambio estructural de los parámetros sociales, económicos y políticos en los que nos movemos actualmente.

«La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad no». Esta es una de las conclusiones de los expertos científicos de la ONU que elaboran los informes sobre el cambio climático (IPCC).

El IPCC está alertando de que es imposible mantener el modelo capitalista de consumo sin control de los recursos naturales finitos del planeta. Ante esta situación, debemos plantear una alternativa que diseñe un nuevo modelo de sociedad, que atienda las necesidades básicas de las personas para una vida sana. Un modelo capaz de mantener nuestro entorno vital en condiciones óptimas para la vida de todas las especies del planeta mediante una redistribución justa de los recursos que abandone los modelos de acumulación del sistema actual.

Es obvio que los límites del planeta han sido rebasados por la necesidad de crecimiento continuo del sistema capitalista; algo que no solo denunciamos organizaciones de izquierda o movimientos ambientalistas, sino que también ha sido reconocido por los propios científicos del IPCC.

En ese sentido, probablemente una de las afirmaciones más contundentes de las filtraciones del informe del IPCC es la siguiente: «Algunos científicos subrayan que el cambio climático está causado por el desarrollo industrial y, más concretamente, por el carácter del desarrollo social y económico producido por la naturaleza de la sociedad capitalista, que, por tanto, consideran insostenible en última instancia».

No es posible seguir defendiendo esa concepción económica puramente antropocéntrica de crecimiento ilimitado que no tiene en cuenta los límites biofísicos del planeta y la finitud de sus recursos, menospreciando la huella y la deuda que generamos y que nos ha llevado a una crisis energética, climática y de biodiversidad sin precedentes.

Urge plantear una alternativa de izquierdas democratizadora social y medioambientalmente, justa y solidaria, junto a la mayoría social del planeta que respete sus ritmos metabólicos y elimine las fracturas que agotan su capacidad.

En Euskadi, tenemos ejemplos de proyectos liderados y defendidos por PNV y PSE basados en esa concepción del crecimiento ilimitado que nos ha llevado a la situación actual. Por ejemplo, el gasto multimillonario en la Y vasca, que no tiene a la vista conexión con Francia, y con retrasos de muchos años en su conexión con Madrid, que además no servirá para transportar mercancías. Todo ello, mientras se han suprimido líneas de trenes de media y larga distancia o de cercanías, o en lugar de invertir más en mejorar el transporte público que es el que da respuesta a las necesidades de movilidad diaria de las personas para ir al trabajo, a estudiar, a acceder a hospitales o centros de salud, o de ocio.

Otro ejemplo, es el mal llamado «hidrógeno verde», que no lo es, y que va a ser otra forma de desviar dinero público para aumentar los beneficios del oligopolio energético, frente a la necesidad de invertir ese dinero para reducir el consumo a través del aislamiento de las edificaciones, priorizando zonas degradadas y familias con menos recursos. O invertir en una empresa pública de energía verde, que garantice el suministro necesario para satisfacer nuestras necesidades básicas sin tener que depender de la especulación y el chantaje de las grandes empresas energéticas.

Por no hablar por la apuesta ciega por el vehículo eléctrico, cuando se sabe que existe un gran problema de materias primas para baterías y otros elementos, así como de tecnología para abaratar su precio. Un hecho reconocido incluso por Mercedes-Benz, quien ha manifestado que el coche eléctrico será para ricos.

Es imprescindible repensar el diseño de nuestros pueblos y ciudades. No son viables los macro-centros comerciales pensados para que utilicemos vehículos propios. En su lugar, hay que defender, de verdad, el comercio cercano y local que da vida a nuestras calles. El reparto del trabajo, trabajar menos para trabajar todas y todos, con unos salarios que cubran las necesidades de una vida digna. Un nuevo modelo de producción de alimentos con un primer sector fuerte, capaz de autoabastecer los territorios, que proteja y dignifique el trabajo de las personas trabajadoras de dicho sector.

Un cambio en las pautas del consumo y del comercio, porque no podemos seguir fabricando de más para consumir de más, ya que ello supone la sobre-explotación de otros territorios para poder tener los niveles de consumo actuales. Debemos cambiar las formas en las que se diseñan y producen los productos para que den una respuesta duradera, pero también cambiar la mentalidad, de persona consumidora a usuaria, del valor de cambio de distintos productos y servicios a su valor de uso.

Nos encontramos en una crisis que no es solo climática, sino una conjunción de crisis. Una crisis que está produciendo ya hambrunas, migraciones forzosas y muertes evitables en números países empobrecidos, así como el desabastecimiento de elementos -como chips, pinturas, tejidos, minerales como el cobre, o todo tipo de tierras raras, materiales diversos de construcción, materiales imprescindibles para la fabricación de artículos esenciales, así como para la construcción de infraestructuras, equipamientos y viviendas para el modo de vida imperante en la sociedad actual.

Parece estar cada vez más claro que es necesaria una transición energética que suponga el abandono de las fuentes de energías fósiles para hacer frente a las crisis climática y energética y sus consecuencias. Pero también que esa transición, y las medidas para abordar las consecuencias de la crisis por el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, pasan por el decrecimiento y por un cambio estructural de los parámetros sociales, económicos y políticos en los que nos movemos actualmente.

Es decir, o se trabajan estos ámbitos, o el camino hacia una nueva sociedad tendrá más enemigos que adeptos a la causa y será un proyecto que nacerá con pocas posibilidades de prosperar; más, teniendo en cuenta que enfrente tenemos al enemigo más implacable: el capital.

Sabemos de antemano que no va a resultar fácil; los propios científicos del IPCC en su borrador nos señalan uno de nuestros grandes retos: «Lecciones de la economía experimental muestran que la gente puede no aceptar medidas que se consideran injustas incluso si el coste de no aceptarlas es mayor».

Por lo tanto, este necesario cambio de paradigma no puede hacerse de espaldas a la sociedad, debe de tener en cuenta las diferencias culturales, las divergencias entre el mundo rural y el urbano, y, sobre todo, las tremendas y crecientes desigualdades económicas entre las personas cada vez más pobres y las cada vez más pobres y aquellos cada vez más obscenamente ricos.

La «codicia» del mercado global nos conduce al colapso. La planificación de la economía es imprescindible para que podamos sobrevivir como especie, pero debe de ser una planificación democrática, realizada desde la reflexión de toda la sociedad. En un contexto de escasez de materias primas deberíamos abrir un debate social en torno a qué, cómo y dónde producimos, este debe de ser un debate social, porque si no lo decidimos entre todas y todos, otros lo decidirán como hasta ahora, y ya conocemos a donde nos han traído. Es, por tanto, urgente cambiar de la era del antropoceno que marca el capital al geoceno.

Por eso Ezker Anitza IU se abre a la sociedad y a quienes deseen participar en esta reflexión multimodal, para poner negro sobre blanco el nuevo modelo que defenderemos y al cual aspiraremos como marco de una nueva sociedad más justa, igualitaria y, sobre todo, respetuosa con el equilibrio ecosistémico del planeta.

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