Iñaki Egaña
Historiador

Decrecimiento

Nuestra huella ecológica está devastando el planeta. Los avances tecnológicos, ¿nos han hecho más felices? La lógica del beneficio nos está llevando a un callejón sin salida y, por eso, se impone una acción universal.

En medio de una crisis energética que parece abocada a convertirse en sistémica y con las empresas que la gestionan especulando para obtener mayores beneficios, las lecturas mayoritarias sobre la pospandemia vuelven a incidir en el crecimiento como si fuera la varita mágica que nos sacará del atasco. El valor añadido, el aumento del PIB, el consumo o el turismo que aspiran a volver a los datos prepandemia, son huidas hacia adelante que hipotecan gravemente el futuro de la humanidad.

La carrera se ha convertido en una locura sin sentido lógico. La falta de materias primas, de chips de última generación, ralentizan ese consumo acelerado para traspasarnos un mensaje apocalíptico y tramposo por parte de multinacionales y elites políticas: si no corremos hacia el horizonte, da igual el objetivo, la meta volante o final, llegará un estancamiento mortal. Y no es cierto, sino justamente lo contrario.

La reciente cumbre de la COP26 en Glasgow y el Protocolo de Kyoto, firmado en 1997 y que entró en vigor en 2005, junto a la llamada enmienda de Doha de 2012, vigente desde finales del pasado año, son escaparates mediáticos que los Estados han exhibido para abordar el cambio climático y la emisión de gases de efecto invernadero. A pesar del retardo en la puesta en marcha de las decisiones. Estados como Rusia, Canadá, EEUU o las «verdes» Suiza y Nueva Zelanda se descolgaron de los pactos de Kyoto. Recordamos también, aquel portazo de Trump a los Acuerdos de París, por cierto, no vinculantes.

Ahora, además, “The Washington Post” ha revelado la trampa sobre el descenso de CO2 y metano que practican en la mayoría de rincones del planeta, alentados sin duda por las empresas contaminantes, estratégicas en el avance del capitalismo. Una brecha entre lo que esos Estados dicen que emiten y lo que realmente está emitiendo. Al margen de que muchos Estados no actualizan sus datos de emisiones, las diferencias alcanzan al menos un 25%. Es decir, que se contamina más de lo que se señala oficialmente.

Por otro lado, la crisis energética, que por cierto padece desde hace siglos una parte del planeta de forma continuada, nos ha acercado otra evidencia. La de que tanto los combustibles fósiles como las hoy llamadas energías renovables son finitos. Incluso que los picos «rentables» de extracción de los fósiles ya sucedieron en el pasado. Podría parecer que el viento, el sol, o las mareas jamás se detendrán. Y así es, al menos en una concepción geológica y no galáctica de la existencia.

Pero, al margen de la necesidad de multitud de materias primas con fecha de caducidad para poner en marcha los aparatos que hacen posible la conversión de calor o movimiento en energía, habría que recordar que las renovables aspiran a transformarse en hegemónicas en la obtención de electricidad. Y la electricidad supone únicamente el 20% de la energía que consume actualmente la humanidad. ¿Y el otro 80%?

Hay una creencia, muy arraigada también en una época en los países del socialismo real, antes de la caída del Muro de Berlín, y de sus seguidores ideológicos a partir de entonces, de que la ciencia vendrá en nuestra ayuda y nos salvará in extremis del desastre. No teman, la ciencia y la tecnología siempre han estado al lado del progreso y en el momento adecuado encontrarán una salida al calentamiento global y a la falta de materias primas para evitar las catástrofes anunciadas. Es el mantra que nos enseñan, cual profetas religiosos. Términos como crecimiento sostenible, ecomodernismo, capitalismo verde y otros, se han asentado entre nosotros. Y no son sino eufemismos también contaminantes.

El Gobierno de Gasteiz tiene una consejera, Arantxa Tapia, cuya labor parece más decantada a la portavocía de Confebask que a su cargo institucional. Esta consejera dirige un pomposo departamento llamado Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente. Los objetivos de este departamento para la presente legislatura eran, entre otros, la reducción del 30% de los gases de efecto invernadero y que las renovables representen el 20% del consumo final de la energía. En esa línea de ocultar o no actualizar datos, Tapia señaló que el descenso de los gases en 2019 había sido del 2% y que, sin números, «la cuota de energías renovables se ha incrementado, aunque no de una forma significativa».

Intentando encubrir con más de dos millones de litros de agua un vertido de amoníaco por parte de la incineradora de Zubieta, no sería a descartar que el Gobierno Vasco esté en la lista de tramposos que propone “The Washington Post”. Más aún cuando los habitantes de la CAV emitimos por persona 8,4 toneladas anualmente de gases tóxicos, por encima de la media europea.

Nuestra huella ecológica está devastando el planeta. Los avances tecnológicos, ¿nos han hecho más felices? La lógica del beneficio nos está llevando a un callejón sin salida y, por eso, se impone una acción universal. En estos debates en los que el papel lo aguanta todo, hay una responsabilidad manifiesta de Occidente o mejor, de los países del llamado Primer Mundo, sobre el resto de la humanidad. Hemos sido nosotros, principalmente, los que hemos llevado el planeta al abismo. Y seguimos en esas con una estrategia que sigue siendo colonial, en el acopio tierras y metales raros, escasos y estratégicos, como el coltán en Congo, explotados por las elites económicas. Tenemos una deuda de crecimiento con los países del Sur. Como la tenemos con las generaciones futuras.

Serge Latouche, uno de los semblantes del decrecimiento, proponía una línea de actividad que resumía en ocho erres: reevaluar, recontextualizar, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar. Debemos compartir antes que crecer. Y como recordaba en un artículo reciente Vicent Liegey sobre una frase de Jean Baptiste de Foucauld: «Hay que crear abundancia donde se extiende la miseria y la frugalidad allí donde proliferan los excesos». Nos toca trabajar en este último escenario.

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