Isidoro Berdié Bueno
Profesor de Ciencias de la Educación, doctor en Historia y Filología Inglesa

Del etnocentrismo al cosmocentrismo pasando por el ecumenismo

Mantengamos la esperanza de llegar a la atalaya cosmocéntrica, la que propiamente nos facilitará la perspectiva correcta para ofrecer respuesta a cual es el destino del ser humano en el Cosmos.

Pensando antropológicamente, es triste para el ser humano que tenga un cerebro con capacidad de plantearse preguntas que no tienen respuesta posible, que nuestros ruegos no tengan interlocutor válido y que seamos un mero capricho de los avatares del destino, sin importar mérito ni condición alguna.

Esto coloca a la persona en una situación de indigente perpetuo, sus oraciones dirigidas hacia arriba no reciben un eco de respuesta, sus esquemas mentales son otra red que impide vislumbrar la solución a las mismas. Entre otros obstáculos citamos el etnocentrismo como principal rémora, que considera siempre a la cultura propia como superior, y que valora todo con la escala de su cultura original. A esto se opone el ecumenismo, que sería la cohabitación pacífica de todas las culturas terrestres, multiplicando con ellas la lupa de la nuestra.

Así llegaríamos a un geocentrismo pacífico de las culturas humanas, que nos prepararía para el gran reto cultural del futuro. Más allá del ecumenismo  terrestre estaría el cosmocentrismo universal, desde donde quizás tengamos la posibilidad de contestar estas preguntas, aunque respuesta hoy no vemos desde el atalaya etnocentrista en que seguimos.

La cultura, con sus variantes heterodoxas, también tratan el tema de la religión, pero el etnocentrismo se opone e impide que hallazgos de diferentes culturas y religiones sean aceptadas y consideradas por las otras culturas y religiones. Dado que cada una de ellas se considera única y verdadera, se comporta de modo excluyente.

La Tierra existe porque está en contacto constante con el Universo, el sol le transmite toda su energía, y forma parte de un sistema planetario y de galaxia que está integrada en un todo mayor. Mientras tanto, las personas que habitamos un lugar insignificante en la galaxia estamos enfrentados, y nuestras culturas no se reconocen mutuamente, rivalizando entre si como enemigas.

De esta manera reducimos al máximo las posibilidades de enriquecimiento mutuo que tendríamos si ampliásemos nuestro campo de visión con el suyo, y así las cinco mil culturas que todavía existen en el mundo deberían formar parte de una gran cosmovisión planetaria que tuviese a todas en cuenta, pues sólo con nuestra cultura individual no podemos afrontar estos retos, como se ha hecho hasta ahora, cada una por su lado.

Asumiendo esta propuesta, podríamos llegar  a esa gran cultura planetaria, que sería como una lupa aumentada, para afrontar el tercer estadio posible, el cosmocentrismo, pues nuestro planeta Tierra forma parte de un Cosmos, en la que se pudieron contemplar posibles culturas extraterrestres, con posibilidades inigualables para nosotros, y poder contestar a estas difíciles cuestiones, hasta de ahora imposibles de responder satisfactoriamente, dada nuestra limitada lente etnocéntrica. Lo que a una lupa se le escapa, a mil más y superpuestas se les escapa menos.

Esta es nuestra esperanza, de la que tan lejos estamos, por nuestra guerra civil entre culturas terrestres. El ecumenismo sería la paz planetaria, y ésta nos abriría las puertas a la armonía cósmica, de la cual ya hablaba el filósofo griego Platón. Sólo desde ese nivel podríamos dar respuesta a nuestras primeras preguntas desde que tenemos conciencia.

Nos hallamos en un estadio cultural enano y necesitamos crecer como gigantes, como titanes para contemplar el reto en su totalidad. Es evidente que hogaño alguien ha abierto la caja de Pandora, y eso origina el final de viejos mundos y el comienzo de otros nuevos, en los cuales podremos estar o no.

Son seis los proyectos de Humanidad que han desaparecido de la Historia, al no poder superar los retos que su ambiente les puso en su camino, amen de otros humanoides que compitieron con ellos por adueñarse del medio, y esta última, la nuestra, tiene hogaño el gran reto del ecumenismo, fundamentado en el respeto, la tolerancia para todas las culturas. O lo consigue o será el próximo proyecto de humanidad fracasado.

Este múltiple problema ha sido el tormento de todos los pensadores a lo largo de la historia: el problema de origen, identidad y el puesto del ser humano en el Cosmos, sin darse ellos cuenta de que el principal obstáculo que tenían para resolverlo radicaba en el uso exclusivo de instrumentos de su propia cultura, que la consideraban la mejor, dejando olvidados o despreciados hallazgos imprescindibles de los otros, poniendo en vez de cooperación y  paz, destrucción y guerra, incluso dentro de la propia cultura.
Hoy estamos asistiendo al resurgimiento y proliferación de gusanos en forma de ideologías distópicas, que sólo sirven para destruir la cultura en la que nacieron, llegando a olvidar su propio origen, yendo a caer en una mimetización tecnológica. Estamos en una confusión y mentira continua que no ayuda a resolver los retos y problemas, ni al verdadero progreso.

Mantengamos la esperanza de llegar a la atalaya cosmocéntrica, la que propiamente nos facilitará la perspectiva correcta para ofrecer respuesta a cual es el destino del ser humano en el Cosmos, sin ella sólo caben especulaciones sin fin, porque la humanidad es cósmica y las respuestas están en las estrellas.

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