Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Democracia no es libertad

No será desde estas líneas que se defienda la invasión de Ucrania, pero creo que esta batalla ha hecho perder la guerra, o quizás arrancado la careta a la «democracia».

Muchos ciudadanos, quizás demasiados, no se han dado cuenta de que el concepto «democracia» no significa libertad, como tampoco el término «ley» (así, con mayúscula) significa justicia. Apenas sin darle una buena pensada, una mayoría bulliciosa se ha dejado ir por la fácil pendiente de la desidia mental y tiene fe en la creencia suprema, de un modo cuasi metafísico, de que aquella afirmación de que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos es la única verdad indiscutible.

Sin embargo, casi sin percibirse, las «sociedades democráticas occidentales» van asimilando situaciones que hacen añicos las normas de libertad que proclaman y que programan. La libertad de expresión, madre de todas las libertades que asisten a cualquier núcleo humano, ha mermado hasta límites insospechados. Se encarcela por cantar, por escribir y por ser antimonárquico o antibelicista.

Nos encontramos a principios del XXI con que tan alabado sistema que otorga la decisión de gobierno al pueblo, por el pueblo y para el pueblo es, en realidad, el trampantojo político más monumental de la historia desde que la descubrieron los griegos.

Nos engañan con los votos, con unos representantes que no representan y con unos medios de comunicación que sueltan tinta, decibelios y ondas a las órdenes de los cuatro mandamases que dirigen el mundo al margen de los pueblos, de sus ciudadanos y de sus proyectos. Nos encontramos bajo la dictadura de los medios de comunicación de masas que ejercen y practican aquello de que el «el mensaje es el masaje».

La «democracia», particularmente la occidental, se ha convertido en un mero sistema-truco que se utiliza junto con el mecanismo del voto ciudadano. Con él se hacen y se deshacen proyectos que «el estado profundo», del «poder profundo» mundial (geopolítica le llaman algunos) lleva a cabo y con la que justifican (con la democracia) cualquier desmán y cualquier barbaridad antidemocrática. Con la bandera de la «democracia» se invade, se bombardea, arrasa y se asesina sin juicio ni derecho a la defensa a pueblos enteros y a sus dirigentes.

Sin casi apenas darnos cuenta hemos asumido todas las instituciones de mayor poder en la «democracias occidentales» sin ser elegidas democráticamente, a pesar de tener el mayor poder político, bélico y financiero universal (FMI, OPEP, OTAN...).

EEUU, sheriff mundial, manda en Europa y parte del extranjero y sólo les votan a sus dirigentes una minoría de ciudadanos del mundo, minoría incluso de su país. Y su «democracia» es el mejor ejemplo, según se afirma desde los medios de comunicación.

 En este país, maravilla de la democracia, los votos son consecuencia de quién consiga más dinero para rumbosas campañas electorales con las que embobar a los ciudadanos.

La «democracia» deja su esencia de libertad en manos del perfume del dólar al fumigar la igualdad electoral. La tan alabada «democracia» deja de ser un sistema que abre las puertas a la libertad si no existe una verdadera igualdad que otorgue la posibilidad de llevar a cabo proyectos, planes, ideas e iniciativas y que, si bien pueden servir para acopiar votos, puede destruir el ánimo ciudadano cuando los representantes elegidos olvidan ser lo que son y se aferran fieramente a que «la realidad política» es la que es y se impone el pragmatismo por encima de las ideas que les ha catapultado al poder.

Vemos, y con el ello nos adentramos en un mar de dudas, que los medios de comunicación mantienen en pie un nivel medio de cloroformo mediático con el que sostener una guerra «democrática» que se está convirtiendo en una avalancha bélica brutal contra un Estado y una nación: Rusia. Sin resquicio a aceptar el derecho a la disidencia que, curiosamente ya se considera «antidemocrática».

No será desde estas líneas que se defienda la invasión de Ucrania, pero creo que esta batalla ha hecho perder la guerra, o quizás arrancado la careta a la «democracia», ese beatífico sistema que atiborra de armas a un Estado, Ucrania, para que se defienda de otro, Rusia, que pretende defender a otras naciones que aspiran a serlo. Todo ello con el trasfondo escondido del gran proyecto otánico de someter y domesticar a Rusia para beneficio de EEUU.

Es tal el revoltijo de ideas producidos por el encontronazo ruso-ucraniano que a muchos, demasiados, les pasa desapercibido que con el adoctrinamiento democrático estamos aceptando guerras para conseguir la paz «democrática» y su imposición a sangre y fuego: Cuba, Irak, Siria etc. Y en ese camino del sistema político «verdadero» vale todo, desde la destrucción asesina de Hiroshima y Nagasaki, sin olvidar la imposición de la constitución japonesa en inglés, hasta cualquier reivindicación popular.

Pensar que la «democracia» es el campo político en el que debemos desenvolvernos da escalofríos. Hoy no se acepta al contrario, mientras que se admite el intervencionismo en base a la bondad de un sistema que encubre fanatismo y aboga por el individualismo ideológico frente al altruismo social.

Aquí, en casa, la izquierda abertzale se mantiene con cierto equilibrio, pero con ciertas dudas ante una guerra en la que unos se presentan como defensores de su patria amenazada y otros como los agresores; no obstante, este es un escenario engañoso que emana de lo que en la actualidad se entiende por «democracia», un sistema y una doctrina dictada por la OTAN, organismo cuyos dirigentes, no lo olvidemos, no los ha elegido nadie.

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