Aitor González Angulo y Nicola Lococo
Presidente de la Federación de Deporte adaptado de Bizkaia BKEF y filósofo

Discapacidad, inclusión y sentido común

La discapacidad es algo que nos afecta desde siempre a una parte amplia de la población, ora de nacimiento, ora sobrevenida por edad, accidente o desarrollo de una enfermedad, sea directamente en nuestro propio cuerpo, sea indirectamente en un familiar, vecino, compañero de clase, de trabajo... En consecuencia, todos deberíamos ser solidarios con quienes sufren algún tipo de discapacidad, porque aquí, quien no es cojo, es manco, ciego, sordo, mudo, parapléjico, autista, esquizofrénico, epiléptico o padece un ictus, parálisis cerebral, ELA, diabetes, Síndrome de Down y el largo etcétera contra el que lucha la humanidad, como digo, desde el inicio de los tiempos. De hecho, contra el malentendido Darwinismo social que preconiza la supervivencia del más fuerte o más apto, nuestros primeros ancestros, entendieron que la cooperación, la ayuda mutua y la solidaridad con los más desfavorecidos y no la competitividad, la guerra y el sacrificio de los más débiles, era el camino adecuado para la supervivencia de los más fuertes y aptos, entiéndase por estos, aquellos capaces de ayudarse a si mismos y a los demás, porque, los demás somos todos y cuanto más amplio es el espectro de ejemplares diferentes de una especie, más posibilidades tiene dicha especie de perpetuarse en el devenir de la evolución donde reina el azar y la necesidad. Empero, no es así. ¿Por qué?

No somos solidarios con la discapacidad por dos motivos: el primero, porque desde la aparición del chamanismo paleolítico hemos ligado en nuestras creencias alimentadas por el pensamiento mágico, que el padecimiento de un mal es debido a una culpa, dígasele pecado, falta, transgresión... de carácter ético por parte del sujeto, de su familia, clan, pueblo o etnia; y el segundo, porque aunque nos hayamos autoproclamado «Homo sapiens sapiens», es evidente que este título nos queda grande, pues, hemos precisado de 10.000 años desde los primeros asentamientos urbanos a orillas de los grandes ríos para darnos cuenta de rebajar los bordillos de las aceras en los pasos peatonales para un mejor tránsito, no ya de personas con dificultades de movilidad, que también de repartidores, carritos de bebé, el carro de la compra... Por estos dos motivos, nos cuesta mucho a todos, incluidos las personas con discapacidad, entender la discapacidad del otro. ¡Sí! Han leído bien. Porque las personas con discapacidad también somos capaces de mostrarnos insolidarios con la discapacidad de los demás, como en el colectivo homosexual somos capaces de marginar a los transexuales, los gitanos somos capaces de ser racistas y quienes padecimos el holocausto somos muy capaces de cometer un genocidio. Como dijo Nietzsche, somos humanos, demasiado humanos.

Es esta humanidad, la misma que crece pero solo en número, la responsable de nuestra lenta asimilación de la discapacidad como algo con lo que debemos convivir, porque somos humanos y no ángeles, cosa a no obviar en toda reflexión política, pues, si en la mente enfrentamos la realidad con los ideales, siempre ganan los ideales, pero si enfrentamos los ideales con la realidad fuera de la mente, se impone siempre la realidad. Y la realidad es, que nos queda mucho por hacer en asumir la discapacidad; no digamos el proceso de inclusión.

Sea entonces, que la mayor discapacidad padecida por la humanidad no ha sido la personal cuanto la social, atendida únicamente por vía médico-ortopédica, cuando lo ha hecho, desatendiendo, paradójicamente, lo que nos es más propio como especie, que no es la racionalidad, sino la humanidad. Con todo, hemos dado un gran paso al percatarnos de que tenemos un problema como sociedad tan grande, tan evidente, tan extendido y tan perenne, que nos ha pasado desapercibido, a saber: la inclusión de la discapacidad. Porque, atender la discapacidad no puede ser computado como un progreso de la modernidad; los neandertales ya se ocupaban de socorrer, ayudar y proteger a los miembros más desfavorecidos de su comunidad. Es la inclusión de las personas con discapacidad la cuestión pendiente en el siglo XXI.

Quienes conocimos la vida del siglo XX, aquella en blanco y negro, con teléfono fijo, máquina de escribir, salario en metálico... sabíamos que los jóvenes con discapacidad estaban exentos de prestar servicio militar, cosa contemplada como una gran ventaja, de no ser, porque aquel ¡No apto! también les había dejado exentos de acudir a un colegio con los demás niños; ir de campamento en verano, acudir a un concierto en invierno o literalmente poder salir de casa semanas enteras. Luego, hemos de reconocer que en este terreno de la adaptabilidad hemos avanzado bastante, y aunque no tanto como creemos, por cuanto todavía hoy los trenes resultan inaccesibles a personas en sillas de ruedas; las calles continúan señalizadas con letras canijas; la mayoría de establecimientos carecen de mostradores y barras a baja altura, las películas no vienen subtituladas... lo cierto es, que la batalla por la accesibilidad y la adaptabilidad ha pasado a ser un asunto cuantitativo y no cualitativo, pues, basta señalar el problema para que todos entendamos que lo es, quedando muy atrás la época en que solicitar la impresión en Braille de las papeletas para votar, asientos más grandes en el avión para personas con obesidad o la traducción al lenguaje de signos del Telediario eran recibidos como lujos y caprichos propios de gente muy exigente y especial.

Este progreso en la conciencia social ha posibilitado que las personas con discapacidad, desde hace pocas décadas, podamos practicar deporte más allá de la paraolimpiada, pues, la dificultad no radicaba en la discapacidad como equivocadamente se creía, sino en las barreras de todo tipo que impedían ejercer nuestra voluntad como un ciudadano más al no contar con material deportivo adaptado, ni con transporte accesible, ni vestuarios, duchas y baños adaptados en los polideportivos, pero, sobre todo, no disponer de una federación de deporte adaptado como con la que contamos en la actualidad.

La irrupción de una Federación de Deporte Adaptado nació de la necesidad de dar respuesta solvente a un colectivo, hasta entonces, marginado de la práctica y competición deportiva, debido a que las federaciones convencionales, comprensiblemente, no estaban en mejor situación para asimilar la discapacidad que la sociedad a la que pertenecían. Pero, lo que empezó por necesidad, en poco tiempo se ha convertido en virtud, pues hoy es el día en que las federaciones de deporte adaptado somos el referente de familias, asociaciones instituciones y entidades, incluidas las adscritas al deporte convencional, que cuentan con nosotros para asesorarles en reglamentación, informarles de adaptaciones, cursos de formación, préstamo de materiales, mediación para contactar con potenciales usuarios, ayuda con las inscripciones... Pues bien, este éxito traducido en que la práctica deportiva de nuestro colectivo ya no sea una rara avis como antaño, ha provocado la nociva ilusión de que el proceso de inclusión es sencillo con la promulgación de decretos que trasfieran los deportes de las federaciones adaptadas a las convencionales, de la noche a la mañana, corriéndose el riego de revertir el éxito en fracaso por precipitación.

Las federaciones de deporte adaptado estamos comprometidas con el proceso de inclusión; es más, no hacemos otra cosa que trabajar, por y para, la inclusión de la discapacidad en el deporte; es nuestra razón de ser y nada deseamos más que llegue el día en que nuestra realidad no sea necesaria. Hacia esa meta encaminamos nuestros pasos, pero dichos pasos deben darse como camina la humanidad: hacia adelante y con un pie atrás.

Hace una década empezamos con este precipitado proceso de inclusión consistente en trasvasar de las federaciones adaptadas a las convencionales los distintos deportes con toda nuestra buena voluntad, pero sabido es, que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, y lamentablemente, la inteligente decisión de dotarnos socialmente de una entidad especializada en el fomento de la práctica y competición deportiva, se está malogrando por momentos, con un apresurado proceso de inclusión que se está revelando, no ya estéril en la promoción, que hasta dañino en su mantenimiento, corriéndose el riesgo de dar al traste con todo lo conseguido hasta la fecha de no enderezar el rumbo de los acontecimientos con un poco de sentido común.

En la actualidad, no se dan las condiciones adecuadas para un paso automático del deporte adaptado a las federaciones específicas, no por falta de voluntad de estas últimas que la tienen bien acreditada en estos años de cooperación con nosotros, sino por no contar con técnicos ni equipación adecuada ni suficiente para atender la variada casuística de la discapacidad: visual, movilidad, física, mental, intelectual... en sus distintos grados y cualidades. Es normal que así sea; es imposible que haya de todo en todas las federaciones, gente especializada en autismo, sordoceguera; esclerosis... Conseguirlo, es tarea paciente de muchos años, porque sensibilizar a árbitros, monitores, participantes, público, administrativos sobre la necesidad y derecho de estas personas a desarrollar la práctica deportiva, no se hace de un día para otro. Ciertamente, a medio plazo, federaciones grandes de deportes mayoritarios, deberían de estar en disposición de alcanzar dichas condiciones óptimas para atender a las personas con discapacidad, sin embargo, para las federaciones pequeñas de deportes minoritarios, dicha meta resulta poco menos que imposible, no por falta de sensibilidad, sino por mera cuestión de número y recursos.

En consecuencia, la existencia de las federaciones de deporte adaptado somos tan necesarias ahora como antes, sino más. Tanto como antes, porque los motivos que empujaron a las instituciones a crearlas siguen vigentes y más que antes, porque ahora, hemos de salvaguardar los logros obtenidos gracias a este formidable instrumento con que se dotó la sociedad para fomentar y desarrollar el deporte entre personas con discapacidad. En otras palabras, que los pasos a dar en el proceso de la inclusión deben ir sobre el puente construido con la Federación de Deporte Adaptado por donde las personas con discapacidad transitan, primero, a la práctica deportiva recreativa y después, a la competición federada y no de la federación adaptada a la federación convencional donde, en el mejor de los casos, se transita de la competición federada a la competición federada. Porque, si como bien saben todos los federativos, lo difícil no es otorgar medallas sino trabajar la base que aspire a conseguirlas, en deporte adaptado esto es esencial.

Las federaciones de deporte adaptado trabajamos, hombro con hombro, con las federaciones convencionales en proporcionar a los federados con discapacidad, los cauces adecuados para el desarrollo de su actividad con las debidas adaptaciones en infraestructuras, espacios, materiales, reglamentaciones... y nada nos agrada más, que estas personas puedan desarrollar su actividad federada, integradas en las federaciones convencionales. De hecho, es algo bastante factible dada la buena predisposición actual de todas las partes, deportistas con discapacidad, asociaciones sociales, federación adaptada, federaciones convencionales e instituciones públicas, como se ha adelantado, no es difícil pasar de la licencia federativa adaptada a la licencia federativa convencional. Lo complicado, es conseguir que una persona con discapacidad, primero, haga deporte, luego encuentre un deporte que le apasione y finalmente, que dicho deporte le enganche lo suficiente como para federarse con todo lo que ello supone de compromiso personal con el entrenamiento y la competición.

Para conseguir que una persona con discapacidad se federe, es primordial que las federaciones adaptadas mantengamos el control directo de las escuelas deportivas de base, así como el deporte escolar de cada disciplina dado que, si en el ámbito de personas sin discapacidad el paso de escolar a federado es muy bajo, en personas con discapacidad, por todo lo anteriormente enumerado, es todavía más bajo. Pero hay más...

Las federaciones de deporte adaptado atendemos a dos clases de personas: quienes padecen discapacidad de nacimiento o edad temprana y a quienes les sobreviene la discapacidad de jóvenes o adultos. En el primer caso, estas personas, niños y adolescentes generalmente, precisan probar distintos deportes como cualquier otro niño sin discapacidad hasta encontrar aquella disciplina que les gusta o mejor se les da. Esto, que es muy sencillo para alguien sin discapacidad porque puede pasar de un deporte a otro sin mayor problema que cambiar indumentaria o modificar horarios, en el caso de la discapacidad, pasa por: encontrar un club que atienda la discapacidad; encontrar otro entrenador con experiencia en atender su discapacidad; encontrar transporte adaptado para acudir al nuevo polideportivo; etc. Por esta razón, el proceso de probar deportes, es más lento y costoso para alguien con discapacidad. En cuanto a quienes la discapacidad les sobreviene en etapas posteriores a la niñez, también, nos encontramos dos tipologías: las personas que antes no hacían deporte y ahora desean practicarlo, cuya situación sería similar a la explicada; y la de quienes antes de sobrevenirles la discapacidad, ya practicaban un deporte y desean continuar practicándolo con sus adaptaciones.

Pues bien, las más de las veces, estas personas, sea porque son niños, sea porque tienen problemas de habla, sordera, intelectuales, etc. requieren intermediación, generalmente sus familiares, que a su vez, buscan a alguien que: les atienda sus dudas, les den información, les asesoren en deporte, les resuelva problemas de inscripción... ingente demanda social atendida hoy satisfactoriamente por la federación de deporte adaptado, porque conocemos todo de todos: conocemos en primera persona la discapacidad y su terrible circunstancia; conocemos las organizaciones, asociaciones, departamentos de cada discapacidad; conocemos a todos los responsables e interlocutores con los que interactuamos semanalmente de estos organismos, asociaciones, empresas, instituciones; conocemos una por una las discapacidades, sus necesidades y la forma de tratarlas; conocemos todos los deportes y sus adaptaciones reglamentarias y materiales; conocemos todas las federaciones, a sus federativos, administrativos, monitores, entrenadores, árbitros, auxiliares; y por supuesto, conocemos a los deportistas personalmente uno por uno, a sus familiares y hasta a sus acompañantes.

Para desarrollar labor tan exigente como la descrita, las federaciones de deporte adaptado, en estos años de existencia, con apoyo institucional hemos conformado un buen equipo de trabajo en todas las áreas: contamos con personas altamente cualificadas en el terreno de la discapacidad que de modo fijo y constante están semana a semana en las actividades generando gran confianza en familias y usuarios; contamos con personas debidamente formadas para la comunicación telemática-multimedia, sobre todo, telefónica para atender diariamente las dudas y problemas de deportistas y familiares sobre licencias deportivas, reconocimientos médicos, transporte adaptado, compra de material, encontrar acompañante para un día determinado... Contamos con administrativos que saben escuchar, comprenden situaciones y entienden a sus interlocutores porque se manejan en la terminología propia de las discapacidades... Y contamos con una directiva de personas con probada y dilatada experiencia profesional en la discapacidad muy competentes en sus respectivas áreas. Pues bien, esto es lo que podemos perder.

En buena lógica, debemos corregir el rumbo actual del proceso de inclusión consistente en traspasar los deportes a las federaciones convencionales sin conservar el valor positivo generado entre todos en estos años desde la activa presencia de las federaciones de deporte adaptado. Porque, como les digo a mis alumnos, si cometemos un error, cometemos un error; pero si no lo corregimos, cometemos dos.


Podéis enviarnos vuestros artículos o cartas vía email a la dirección iritzia@gara.net en formato Word u otro formato editable. En el escrito deberán constar el nombre, dos apellidos y DNI de la persona firmante. Los artículos y cartas se publicarán con el nombre y los apellidos de la persona firmante. Si firma en nombre de un colectivo, constará bajo su nombre y apellidos. NAIZ no se hace cargo de las opiniones publicadas en la sección de opinión.

Bilatu