Félix Placer Ugarte
Teólogo

Dos obispos vascos en tiempos de conflicto

Con motivo del reciente fallecimiento del que fuera obispo de Donostia, Juan María Uriarte (2000-2009), se ha puesto de relieve, sobre todo, su importante trabajo pastoral por la paz en los conflictivos años de enfrentamientos políticos y sociales y de violencias en los que Euskal Herria vivió épocas muy tensas y dolorosas. En ese contexto ha sido recordado su compromiso por la paz y, según él mismo afirmó, al ser consagrado obispo auxiliar de Bilbao (1976), como «instrumento de reconciliación en esta tierra dividida, enfrentada, ensangrentada».

Para entonces, José María Setién era ya obispo auxiliar de Donostia (1972) y luego titular (1979). Ambos obispos se implicaron en la compleja tarea de lograr sus objetivos pacificadores y una convivencia reconciliada para el Pueblo Vasco. Junto a los demás obispos vascos ofrecieron importantes aportaciones e iniciativas. Críticos con todo lo que podía impedir un proceso de paz, alentaron y propusieron el respeto y práctica de todos los derechos humanos, en fidelidad al mensaje liberador del evangelio. También abogaron, con insistencia, por una «Provincia Eclesiástica» que uniera las diócesis de Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, a lo que se opuso frontalmente el gobierno español.

Cada uno desde su lugar mantuvieron una postura coherente y coordinada entre ellos. Su relación supuso, a mi entender, un impulso y orientación decisivas para afrontar los difíciles años de su mandato pastoral como obispos vascos en unión con los demás prelados.

Juan María Uriarte tuvo un especial y relevante trabajo, durante su estancia siendo obispo en Zamora (1991-2000), como intermediario o mediador entre ETA y el gobierno español. Nombrado obispo para la diócesis de Donostia, manifestaba el deseo de continuar la tarea de su antecesor, José María Setién, promoviendo el diálogo como camino auténtico de paz.

Las posiciones de ambos obispos vascos en su magisterio, trabajos y colaboración lideraron una Iglesia vasca pacificadora. En importantes «cartas pastorales» conjuntas de los obispos de Navarra y País Vasco, también con sus personales aportaciones públicas, estos obispos trataban de comunicar la esperanza de una paz justa después de largos años de represión, condenando las violencias, la tortura, en solidaridad con las víctimas de todos los atentados; también ante la dispersión de los presos vascos, pidiendo su acercamiento.

La sintonía entre Uriarte y Setién fue decisiva para fundamentar las razones ético-políticas y los motivos pastorales de su compromiso por la paz en Euskal Herria. En este proceso delicado y difícil Setién ofreció sus convicciones argumentadas desde la ética y el derecho, compartidas con Uriarte, que, juntamente con los demás obispos vascos expresaron en cartas pastorales conjuntas como, por ejemplo, "Erradicar la violencia, debilitando sus causas" (1985) "Diálogo y negociación para la paz" (1987), "Preparar la paz" (2002) y otras. Defendieron la legitimidad de diferentes opciones políticas, también soberanistas, «mientras respeten los derechos humanos y se logren por medios pacíficos y democráticos». «La opción política a favor de la independencia de un pueblo es éticamente aceptable» y «la autodeterminación debe ser afirmada como derecho propio de cada pueblo». Estas posiciones, razonadas con solidez ética, suscitaron en medios políticos españoles reacciones críticas y agresivas.

En concreto, José María Setién fue el objetivo estratégico de aquellos ataques, en muchos casos viscerales y que, en cierta manera, provocaron que el obispo donostiarra se planteara la conveniencia pastoral de su dimisión. Aceptada por el Vaticano, fue nombrado Juan María Uriarte, como sucesor. No fue una dimisión sin condiciones. Su sucesión había sido bien calculada, propuesta y negociada para que la continuidad de los planteamientos pastorales de ambos obispos quedara garantizada. Durante su estancia anterior en Zamora, Uriarte habían mantenido con Setién su estrecha relación y se fue gestando aquella delicada sucesión de forma en la línea pastoral de la Iglesia vasca seguida hasta entonces. Uno de sus exponentes fue la citada Carta pastoral Preparar la paz, firmada por los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria; abogando por la paz desde la justicia y la libertad, buscando un «proyecto integrador»; posicionándose contra la ilegalización de Herri Batasuna por sus «consecuencias sombrías... que afectan a nuestra convivencia y causa de la paz».

La mayor parte de la Iglesia en Euskal Herria, laicos y sacerdotes, apoyaba y seguía las posiciones pastorales de sus pastores que trataban de aportar esperanza alentadora, solución eficaz al grave problema vasco y reconciliación reparadora ante el dolor generado por las violencias, los enfrentamientos y la cerrazón de la política gubernamental española. Pero también hubo discrepancias.

Ya en tiempos del tardofranquismo, ante la insufrible situación del pueblo vasco, un grupo de sacerdotes de Bizkaia −denominado "Gogortasuna" − había planteado y exigido, con testimonios audaces y acciones radicales, otro modelo de Iglesia vasca «pobre, libre, dinámica» comprometida con el sufrimiento de tanta gente represaliada, con su pueblo oprimido. La ignominiosa cárcel de Zamora, para la que los obispos vascos pidieron su desaparición, fue la respuesta concordataria del gobierno a sus reivindicaciones. Más adelante otros grupos cristianos –«Comunidades Cristianas Populares», «Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herria», «Herria 2000 Eliza»− también deseaban y proponían una Iglesia Vasca −Euskal Eliza− que adoptara posturas y compromisos tanto dentro de ella como con su pueblo desde mayor apertura en una línea liberadora.

Ante estos grupos, ambos obispos, desde su estricta posición jerárquica, expresaron sus críticas pidiéndoles que examinaran su «autenticidad eclesial» pues «carecen de legitimidad eclesial». En estos casos, a mi entender, faltaron diálogo y acercamiento para ir realizando tanto una Iglesia más comprometida con la situación de su pueblo como un anuncio liberador del evangelio, con todas sus consecuencias. Ante estos y otros grupos reivindicativos, ambos obispos mantuvieron sus posiciones jerárquicas. También ante casos personales, como por ejemplo el del teólogo franciscano de Arantzazu José Arregi, el obispo de Donostia, Juan María Uriarte, le pidió «silencio», por medio del Provincial, «para evitar medidas más duras». Sin embargo, ante el libro Jesús. Aproximación histórica de José Antonio Pagola, lo defendió, con algunas matizaciones, ante las acusaciones de «omisiones, ambigüedad... y errores metodológicos» por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Conferencia Episcopal Española.

El nombramiento de nuevos pastores, en especial en la diócesis guipuzcoana con José Ignacio Munilla, fue debilitando el compromiso y pastoral pacificadores imponiendo un cambio de rumbo y generando un amplio malestar en quienes veían y deseaban un horizonte de nueva convivencia, respeto y diálogo. Personas fieles a la línea de Uriarte y Setién por una Iglesia vasca, por la defensa de los derechos del pueblo, de su lengua fueron relegadas de sus puestos en algunas diócesis imponiendo posiciones conservadoras y autoritarias.

Los actuales nombramientos de obispos en Euskal Herria han tenido lugar cuando en la sociedad vasca se están dando cambios cualitativos desde la perspectiva religiosa hacia una secularización y laicidad avanzadas, con incertidumbres importantes para las Iglesias diocesanas. Los problemas sociales, económicos, políticos, culturales, ecológicos han adquirido hondas dimensiones.

Los retos planteados a la Iglesia en su conjunto y a nuestra Iglesia vasca, en particular, son de amplio alcance y exigen nuevas relaciones y planteamientos tanto en su interior como ante la alarmante y amenazadora situación de nuestro mundo. Los problemas y sus vías de solución ya no son solo locales sino globales. El nuevo obispo de la diócesis de San Sebastián, Fernando Prado, advirtió en su homilía del funeral por su antecesor que «hay todavía mucha paz y reconciliación que construir, mucha polarización que vencer, muchos puentes que tender, mucha fraternidad que construir, mucha comunión hacia la que caminar, también en nuestra propia Iglesia diocesana».

José María Setién y Juan María Uriarte ofrecieron un testimonio coherente compartido. Con sus limitaciones, sin duda, abrieron cauces renovadores. Son hoy un referente importante para nuestros obispos e Iglesia vasca por su legado pastoral, por su fidelidad a Euskal Herria, por la solidaridad con la búsqueda de la justicia y la paz en nuestro mundo.

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