Joan Llopis Torres

Dos traiciones

Esa fue una traición al mundo libre, digno y democrático, a todos los que lucharon antes, durante y después de la dictadura. Y más vergonzosa y mayor traición por venir de quienes decían defender y liderar el mundo libre.

La Historia es un paisaje lleno de campos de trigo y olivos y de cultivos cercanos, de arboledas que se extienden hasta las colinas por donde se puso el sol más allá de los campanarios de los pueblos, entre lloviznas y verdes y robustas encinas, y eriales incontables, de calles adoquinadas preparadas para cualquier revolución, de esquinas conocidas e ignoradas, con viento en los páramos, de brisas al mediodía y de tormentas repentinas ya olvidadas, para con el alba, renacer y verse inmutables los mismos campos, los mismos extensos trigales, los mismos olivos y los mismos yermos.

El 21 de diciembre de 1959 llegó a Madrid el Presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, para, en una visita de apenas dieciocho horas, reconocer a la dictadura fascista de Franco como uno de sus aliados internacionales del «Mundo Libre» frente al comunismo, y terminar así con la esquivez que había sufrido el Régimen y el ostracismo impuesto por los que habían ganado la Guerra europea. La misma Europa que había dejado abandonada a la República española, el último régimen legítimo en España aun la sucesión de Franco en la monarquía de Juan Carlos I, la Constitución de 1978 y la llamada Transición, que dejo sin definir adónde se pretendía transitar con aquellos mimbres con los que todavía urde en transitivo buena parte del pueblo español. Un pueblo español sometido a una legislación y a las políticas de un Régimen que pretendidamente democrático, del que se conoce su origen pero por su ilegitimidad histórica, se desconoce cómo pretende legitimarse más allá de la imposición de la Ley y el gobierno de los tribunales, en una separación de poderes del Estado inexistente. Siendo que para muchos españoles, este erial de legitimidades arranca desde el fin de la II República, hasta que se reinstaure nuevamente, cuales fueran sus defectos y miserias y cuáles fueran aquellos años y aquellos inmutables campos.

Hoy es sólo parte del relato –roturadas esas tierras– el Pacto de Madrid que se firmó el 23 de septiembre de 1953. Siquiera un tratado, sino un pacto de adhesión de España a Los Estados Unidos, por el que España permitió instalar –por lo que se definió, aunque sin ninguna obligación para los americanos, como «Pacto de ayuda para la defensa mutua»– la Base Naval de Rota, en Cádiz, y las bases aéreas de Morón, en Sevilla, la que se asentó en Zaragoza y la de Torrejón de Ardoz, en Madrid –adonde llegaría seis años después Eisenhower–.

La desigualdad entre el ministro español de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo, junto al ministro de Comercio, Manuel Arburúa, dos ministros frente a un simple embajador de los Estados Unidos, James C. Dunn, y un inconsistente presidente de la Cámara de Comercio norteamericana en España, Max H. Klein, fue manifiesta y muestra del bajo rango que se daba por parte de los Estados Unidos a esos acuerdos, siendo para Franco de vital importancia para permanecer al frente de la Jefatura del Estado y perpetuar su régimen con esos avales. Lo demás fue simple entrega de material de guerra de segunda mano, proveniente de la recién finalizada guerra de Corea unos meses antes, el 27 de julio; obligándose por el Pacto la parte española a sólo poder usar el Ejército ese armamento en acciones defensivas. Material comprado a crédito valorado en 456 millones de dólares, manifiestamente muy por encima de su precio, a lo que se añadió la humillación de tener que aceptarlo. Del mismo modo un crédito de 1.500 millones de dólares a devolver en diez años, tampoco de libre disposición sino únicamente para pagar importaciones desde los Estados Unidos de productos americanos.

De haber sido un Tratado, hubiera sido necesario ser ratificado por el Senado de los Estados Unidos, no siendo así para un simple Pacto, mientras los senadores americanos miraban avergonzados hacia otro lado, manteniéndose los acuerdos en secreto para los españoles, a los que no se informó de nada. El ABC de ese día informaba de unos extravagantes hechos, decía que Lavrenti Beria, el jefe de la policía política de Stalin, que había sido detenido el 9 de julio de ese mismo año (1953), y había sido juzgado y ejecutado, había conseguido escapar y aterrizado en España, habiendo pilotado el avión que lo había traído un aviador ruso que había luchado en la aviación republicana en la guerra civil española, y que se encontraba escondido en La Mancha a la espera de contar al FBI americano todos los secretos rusos y pasarse a Occidente, versión española con burro y botijo del puente de los americanos o de las inmejorables novelas de John le Carré, «llamándose» ciertamente desde el "ABC" «a un muerto», para ser inmediatamente cesado Torcuato Luca de Tena de la dirección del periódico, mientras Franco se encontraba esos días en Orense, donde había inaugurado el Seminario Mayor del Divino Maestro, donde afirmó en su discurso que «el servicio de Dios y la grandeza de España marchan inseparablemente unidos a través de los siglos».

Quedando y siendo tratada como tal por estos hechos, España como colonia. Y sabiendo los americanos –en esa pasada esquina de la calle de la historia– que España no tenía ninguna perspectiva de guerra con el exterior, sino interna y represiva contra los opositores al régimen de Franco. Esa fue una traición al mundo libre, digno y democrático, a todos los que lucharon antes, durante y después de la dictadura. Y más vergonzosa y mayor traición por venir de quienes decían defender y liderar el mundo libre.

Hoy, en estos minutos y en estos suspiros, en esos difíciles caminos de la Historia, en ese paisaje que es España, y en los mismos horizontes de dignidad que persiguen los mismos opositores como los de siempre a toda dictadura, republicanos y demócratas que no quieren otra cosa que la dignidad y libertad de las personas a elegir su futuro y los derechos que toda sociedad merece darse a sí misma, sin imposiciones que son extrañas a su identidad y autoestima, sean el pueblo catalán o el pueblo vasco, Euskal Herria –de la que seguimos las ponencias de gobierno y el derecho a decidir en el centro del debate: las manifestaciones políticas de EH Bildu y su posición de relación igualitaria con España, con las amenazas represoras y referencias a Catalunya de los partidos uniformistas–, el perenne pueblo gallego y aquellos que tienen en sus labranzas y baldíos, con sus mares, el sentimiento y voluntad de seguir su propio camino, en concordia y hermandad con todos los demás pueblos, no aceptarán nuevamente, ahora la traición de Europa a sus pretensiones, siendo esos pueblos, por llevar ese camino de dignidad, los que mostrarán a Europa su vergüenza y su traición a sí misma. Los caminos por donde quiere caminar Europa, no son para muchos pueblos su camino. Habiendo resultado para España el proceso catalán –y siempre Euskal Herria– el control de calidad de su pobre democracia.

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