Libe Villa Basterretxea

Educación: la otra trinchera infinita

Nos conviene tener un frente de sanitarios fuerte y descansado y un conjunto de profesores con energía e ilusión. Si no entendemos que junto con las medidas de índole política, la sanidad y la educación son los ejes prioritarios para no colapsar como sociedad, para no entrar en una crisis económica brutal es que tal vez nos lo merezcamos.

Los centros educativos siempre han sido, son, centros de «cuidados». En ellos, los educadores, además de impartir nuestras materias, lidiamos con desamores, conflictos familiares, angustias existenciales, trastornos psicológicos, adicciones tempranas y un largo etcétera. En las últimas décadas esta «responsabilidad de cuidado emocional» ha ido aumentando al mismo ritmo que la sociedad moderna ha ido trasladando dicha responsabilidad del ámbito familiar al educativo. Lo cierto es que en tiempo de pandemia esta demanda familiar y social de, además de impartidores de conocimientos, ser cuidadores se ha visto quintuplicada. Demanda social para la cual la ayuda gubernamental llegó tarde y pobre: apenas mil profesores más para toda la comunidad, una mísera migaja. Los profesionales lo sabemos: la verdadera ayuda, la verdadera calidad tiene que ver con los ratios por aula, no con la sobrecarga al profesorado. Solo unos ratios bajos pueden garantizar una atención educativa de calidad en lo académico y en lo personal. Y eso se podía haber abordado desde la administración del Gobierno ya en julio, mes en el que sí estuvieron abiertos los centros (y también en agosto, pues los equipos directivos trabajaron) y en el que muchas y muchos profesionales preparaban el siguiente curso en la orfandad de la nada gubernamental.

La tendencia de este siglo XXI , en términos globales, sobre lo que es una educación de calidad es ir hacia una «educación cada vez más personalizada», alejándonos del modelo industrial del XIX, ir hacia un sistema en el que niñas y niños no sean vistos como pollos industriales, sino que sean instruidos, valorados y cultivados desde sus especificidades (y las de sus familias) y con un seguimiento tutorial personalizado. Pero todo eso es imposible con aulas de treinta alumnos, como las que tenemos este curso. Añadamos a esto la sobrecarga que ha traído la pandemia de covid-19: medidas de seguridad que vuelven a colocar en fila de a uno a todo el alumnado y que impiden el contacto social entre ellos; la imposibilidad de usar metodologías más dinámicas y de cooperación; la obligación de abordar los contenidos que se quedaron perdidos el curso pasado con el consiguiente aumento de registros y papeleo; los confinamientos selectivos por aula que hay que atender fuera de horario; la gestión de la angustia propia, la de los adolescentes y la de sus familias, etc. El resultado es un profesorado exhausto de tareas, angustiado por no poder llegar a nada, frágil porque se siente indefenso, desprotegido y además con muy baja autoestima social, pues nuestra sociedad sigue siendo en eso una cateta que solo ve en el profesorado alguien que «tiene muchas vacaciones». Así pues, con este panorama esa tarea vital de «cuidar» a nuestros adolescentes no se puede hacer si no se cuida al cuidador. Y para eso hay que repensar nuestra función social.

¿Cuál debería ser la labor prioritaria del sistema educativo en tiempo de pandemia? En primer lugar, contribuir en la contención de la propagación. El sistema educativo hoy día contiene siete horas diarias a uno de los segmentos de la población de mayor transmisión. Cada adolescente «contenido» siete horas al día es un éxito en las trincheras, tal y como avalan las estadísticas de mínimos contagios intraescolares. Esta contención permite además que el resto del sistema productivo siga funcionando como bien se demostró en marzo. No darse cuenta de esta labor es estar ciego o ser un necio. Si los escolares se quedan en casa y las abuelas y abuelos deciden priorizar su salud en lugar de cuidarlos, una gran mayoría de ciudadanos no puede acudir a su puesto de trabajo, la producción se para, y en consecuencia el mundo, tal y como lo hemos construido, se resquebraja. Significa eso que las profesoras y profesores estamos en primerísima línea de fuego, pero absolutamente ninguneados e invisibilizados.

Otra prioridad del sistema educativo, sea presencial o telemático, ahora mismo debería ser aportar bienestar mental a todos nuestros jóvenes, y proveerlos de mecanismos emocionales y formativos para poder atravesar esta tempestad lo mejor que se pueda. Educar, hoy más que nunca, debería ser cultivar jóvenes con reisilencia mental y emocional suficiente como para ser portadores de salud y responsabilidad en sus hogares y en la sociedad en general. No se trata de aparcar el currículum, ni de dejar a un lado la disciplina cotidiana de las clases. Al contrario, ambos pueden ser muy buenos aliados para el propósito anterior. Pero sí significa que dejen de ser el fin en sí mismos y que se conviertan en los medios para lograr lo que urge ahora mismo. Cada profesor, profesora sabrá cómo enfocar su área de conocimiento, su sabiduría y experiencia para aportar cierto confort, cierto tiempo y espacio de encuentro y diálogo formativo con sus adolescentes. Pero eso pasa por quitar carga de la mochila. Eso no se puede hacer si no se decide «no hacer» otras muchas cosas. No podemos seguir con la misma carga de trabajo de siempre (que ya de por sí era excesiva) y añadir toda esta nueva responsabilidad. Quizá haya que flexibilizar currículos, horarios, tareas docentes, tareas burocráticas, esto es, echar todo el lastre necesario para garantizar el viaje. Quizá ayudaría que las instituciones, los sindicatos, los medios de comunicación hicieran campañas de concienciación social que restituyan nuestra imagen profesional como agentes fundamentales de salud y formación.

Las sociedades que no valoran los servicios públicos de sanidad y educación como sus mayores tesoros está condenada a un futuro gris y poco esperanzador. Pero, los políticos que ahora nos gobiernan prefieren invertir enormes sumas de dinero en las grandes infraestructuras que reportan beneficios enormes a unos pocos. Llegará dinero de Europa sí, ¿pero qué beneficios reales y efectivos tendremos en el sistemas sanitario y en el educativo? ¿Habrá rescate para ciertos sectores laborales como los hubo para la banca?

Aunque sea por puro egoísmo, nos conviene tener un frente de sanitarios fuerte y descansado y un conjunto de profesores con energía e ilusión. Si no entendemos que junto con las medidas de índole política, la sanidad y la educación son los ejes prioritarios para no colapsar como sociedad, para no entrar en una crisis económica brutal es que tal vez nos lo merezcamos. «Poner los cuidados en el centro», rezaba un eslogan feminista que ha calado profundo en nuestra sociedad; habrá que añadir «Cuidar al cuidador, a la cuidadora». Y las profesoras y profesores somos un conjunto enorme de cuidadores. Solo falta que sea visible para todos.

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