José Luis Úriz Iglesias

El 17-N se llama Enrique Urquijo

Vivimos tiempos especialmente oscuros, terribles en algunos instantes.

La guerra de Putin contra Ucrania, la de Israel asesinando miles de niños y mujeres en Gaza, las tensiones brutales en la política de nuestro país, la subida de los alimentos, de las hipotecas, que empobrecen a miles de ciudadanos.

Pero el 17 de noviembre de cada año eso queda aparcado, eclipsado y se llena de música, de la de un genio que nos dejó demasiado pronto, Enrique Urquijo, junto a Antonia Vega la cúspide de nuestra música.

Este día se cumplen 24 años (parece que fue ayer) que nos dejó, que murió en la fría noche en una calle oscura de Madrid.

Para no olvidarlo cada año dedico estas letras recordándolo.

Esa noche su vida se quebró como un juguete roto por la vida, estaba solo o quizás con una mala compañía y a muchos se nos heló el corazón al enterarnos. A todos aquellos que admirábamos su música, la poesía de sus letras a veces amargas como la vida misma, impregnadas de soledad y amargura. Un chico triste autor de canciones tristes.

Esa misma soledad se extendió a quienes nos emocionábamos con sus palabras musicadas en las tardes de cualquier otoño como el que se lo llevó, quizás porque sentíamos lo mismo que él aunque nos faltara su creatividad, su sensibilidad a flor de piel. Hoy de nuevo volvemos a temblar al recordarlo.

Canciones de amor, pero especialmente de desamor (dicen que las más bellas canciones se escriben en ese estado), de tristeza, llenas de poesía, de pasión, salidas de lo más profundo del ser humano, de esos terrenos que hoy apenas nos atrevemos a pisar. Caricias hechas canción, cataratas de emociones que te hacían sentir, así con mayúsculas, y al mismo tiempo vivir, cuando él estaba dejando de hacerlo.

Ese terrible día uno volvió a recordar a su hermano pequeño fallecido unos años antes, comprendiendo que al perder a Enrique lo perdías de nuevo. El hermano real, también músico como él, líder y compositor de un grupo de rock que se pateó los locales de Madrid allá por final de los 70 y principios de los 80: Retales. Por eso, las veces que hemos coincidido con su hermano Álvaro, ambos han estado presentes en nuestra conversación.

Pero también nos dimos cuenta de que perdíamos a un compañero de viaje en esto del vivir de manera especial, a un amigo. Alguien que entendía lo que hemos sentido en numerosas ocasiones, que era capaz de transformarlo en letras, en canciones que te llegaban muy dentro.

Esas que nos habría gustado componer: "Volver a ser un niño", "Cambio de planes", "Quiero beber hasta perder el control", "La calle del olvido" y que forman parte ya de la banda sonora de las vidas de una parte importante de aquella generación, aunque quizás nunca nos hayamos parado a pensarlo.

Ahora la mayoría de los jóvenes lo desconocen, quizás sus canciones hoy suenen demasiado densas, complejas, melancólicas en un momento que se impone la música de usar. Quizás les atemorice porque activa sensaciones casi desaparecidas.

No entienden que al no escucharlas, al no saber saborearlas se pierden un tesoro, no podrán explorar un territorio sagrado.

Quizás hoy lo volvamos a soñar al escuchar de nuevo esa maravilla de "Aprendiendo a soñar", aunque sea de Álvaro y Tena. Una canción que se mantiene viva a lo largo del tiempo, de esas que te hacen soñar incluso imposibles como este.

Enrique se nos fue, nos hemos quedado huérfanos del hermano músico, pero nos queda su obra esa que te hace despertar en medio de un mundo oscuro, gris y anodino, con la pena de no poder escucharle nuevas historias, nuevas melodías.

Aún nos acompañan en los viajes, o en las tardes de otoño como esta y quizás lo sintamos cerca. Es probable que ahora allí donde esté haya montado un grupo con otros ilustres como Antonio Vega o Antonio Flores, con aquellos creadores de una generación injustamente machacada por una cruel pandemia.

Probablemente sigan componiendo junto. Es seguro que sean los que animan a seguir luchando por ese tipo de música, incluso por esa manera de vivir con los sentimientos activados. Heterodoxos, indomables, libres, frente a la incomprensión de quienes solo valoran lo vulgar, lo que «vende», el éxito por encima de la calidad, de la verdad. Esa gente que no tiembla de emoción al escuchar "Una tarde gris".

Nuestro «amigo» nuestro «compañero de viaje» Enrique Urquijo seguirá vivo mientas sigamos vivos los que aún escuchamos y somos capaces de sentir su música.

Nos seguirá acompañando en nuestros bajones, en los momentos de penumbra, de pena o desamor, y nos levantará el ánimo, nos hará un poco más felices al comprender que no somos los únicos.

Enrique Urquijo, te recordamos, te echamos de menos, y quizás como tú decías: “seguimos siendo chavales ordinarios, que nos volvemos vulgares al bajarnos de cada escenario”.

El mejor homenaje que te podemos dedicar hoy es escucharte, saborearte despacio como te gustaba a ti.

Descansa en paz, Enrique Urquijo, gracias por haber sido así. Gracias por haber sido.

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