El aquelarre no es una invención sin fundamento
El pasado 19 de noviembre, GARA y NAIZ publicaron un reportaje titulado "Sorgin-ehizan eta ondorengo mendeetan isilarazi dituzten emakumeei ahotsa itzuli nahi diegu" ("Queremos devolver la voz a las mujeres silenciadas en la caza de brujas y los siglos posteriores"). El motivo de la pieza, a dos páginas en la edición en papel, es anunciar el inicio de una campaña de «crowdfunding» destinada a recaudar dinero para financiar un documental sobre la caza de brujas dirigido por Asisko Urmeneta, por lo que el texto está articulado con abundantes declaraciones entrecomilladas de éste. Entre ellas destaca lo que podría ser una declaración de principios: «Historia bezain inportantea edo inportanteagoa da nola barneratzen dugun eta zein irudi egiten dugun horretaz» («Tan importante como la historia o más es cómo la interiorizamos y la imagen que nos hacemos de ella»).
Sea como fuere, el reportaje contiene no pocas inexactitudes, empezando por la sobrerrepresentación de la Inquisición Española y la casi total ausencia de las autoridades civiles y locales; sin embargo, protagonistas indiscutibles de la caza. También cabría mencionar la errónea data de la diabolización de la hechicería o la anacrónica teoría sobre la inspiración americana de la caza de brujas, por ejemplo. No obstante, es difícil establecer si estos errores e inexactitudes son debidos a Urmeneta, a la redactora del reportaje o a la falta de contexto de las citas, por lo que me abstendré de comentarlos, aunque quedo a disposición de cualquiera que quiera alguna aclaración sobre este punto.
Sí me detendré, sin embargo, en la siguiente cita: «Akelarrea oso gurea dela iruditzen zaigu, euskal kulturari lotutakoa. Azkenaldian errebeldia zeinu gisa berreskuratzen ari da [... ] Baina historikoki eta positibismo zientifikoaren argira, Akelarrerik ez da izan Euskal Herrian sekula. Elite intelektualaren asmakeria izan zen sekta satanikoaren alibiari lotuta» («Nos parece que el Akelarre es muy nuestro, que está vinculado a la cultura vasca [... ] Pero históricamente y a la luz del positivismo científico, nunca hubo Akelarre alguno en Euskal Herria. Fue una invención sin fundamento de la élite intelectual, vinculada a la coartada de la secta satánica»).
En ningún caso pretendo afirmar aquí que entre los siglos XV y XVII existieran reuniones de brujas a las que se acudía volando y en las que adoraban al diablo y mantenían relaciones sexuales con este. El problema está en la última frase de la cita, la que afirma que el aquelarre es «una invención sin fundamento». Aclararé que, en lugar de usar un término más orgánico como «patraña», he traducido «asmakeria» –de forma intencionada, como se verá– siguiendo el diccionario de Euskaltzaindia, que da como única definición «asmaketa funtsik gabea», esto es, «invención sin fundamento».
Como ya expliqué en un artículo publicado en NAIZ el 26 de noviembre de 2021 ("Akerlarre, alkelarre, akelarre (Azurmendi, Henningsen y otros"), el origen de esta teoría se remonta a la década de los noventa del siglo pasado, cuando el antropólogo Mikel Azurmendi planteó que el término «aquelarre» –con el que generalmente nos referimos a las juntas de brujas tanto en castellano como en euskera– probablemente no existió hasta los procesos de Zugarramurdi (1609-1611), que derivaba del topónimo «Alkelarre» («prado de la hierba alka») y que tanto la palabra como las reuniones a las que hace referencia eran una creación erudita, ajena a la tierra («El akelarre fue un invento forastero y culto para nativos incultos, [...] una coproducción ideológica de gentes de religión y justicia, de artes y de letras bellas que a partir del s. XVII se fue imponiendo a sangre y fuego»). Desde entonces, afirmaciones similares se han repetido un sinfín de veces en todo tipo de medios, del cómic al documental televisivo.
Sin embargo, ya en 1370 encontramos un proceso civil por hechicería contra dos vecinos de Ilharre (Baja Navarra), en cuyas confesiones –realizadas bajo tortura– encontramos metamorfosis en animales e infanticidios junto a reparto de manzanas envenenadas, fabricación de ungüentos con sapos y helechos y la referencia más antigua que, hasta la fecha, conservamos sobre el «aquelarre». La acusada Condesse de Beheythie –tal vez declarando en euskera– afirmó «haber estado en boquelane bien tres veces» y que «iban a boquelane los domingos». El proceso se llevó a cabo en Garris (Baja Navarra) y se vio en apelación en la corte real en Pamplona. El documento en el que se conserva esta información está redactado en occitano gascón, la lengua de uso administrativo en Baja Navarra en el siglo XIV, en la que «boque» equivale al eusquérico «aker» y al castellano «macho cabrío», al tiempo que «lane» equivale a «larre» y «prado». Así, «boquelane» –cuya formulación correcta y habitual en gascón es «lane de boc»– se nos presenta como un calco de «akerlarre» o alguna expresión análoga, que significaría «prado del macho cabrío». Con todo, en los documentos del proceso no hay ni rastro del demonio u otro elemento similar. Así, el documento más antiguo conocido sobre el aquelarre es vasco y, siempre que no aparezcan nuevas evidencias, previo a la diabolización de la hechicería.
Posteriormente, entre 1450 y 1595 y a lo largo de todo el Pirineo, desde Navarra a Cataluña tanto al norte como al sur, encontramos al menos nueve menciones (cuatro de ellas vascas) a la «lane de boc» o a «aquerlarrea» como lugar de reunión –por lo general diabólica– de brujas; entre ellas, una condena, pronunciada en Pamplona y debida a la autoridad civil, por «ir a la junta y campo que llaman aquerlarrea» (1595). Es cierto que hasta 1609 –la siguiente mención conocida– el término «aquelarre» no aparece usado de forma inequívoca para referirse a la junta y no al lugar donde se celebra, pero es evidente que no fue una «invención sin fundamento». La junta diabólica o «sabbat» de las brujas es un constructo –muy probablemente eclesiástico– que consta ya en fuentes del siglo XV de todo el arco pirenaico, Suiza e Italia, y, sí, contiene ingredientes eruditos y demonológicos, pero se nos presenta construido –fundamentado– sobre elementos arraigados en la cultura popular, como el vuelo de las asistentes o el lugar de la reunión.
Repetir machaconamente que se trata de una «invención sin fundamento» vacía el «aquelarre» de su sustrato previo a la diabolización y de su contenido de raigambre popular, silencia a aquellos que han tratado y tratan de descifrar su origen (Carlo Ginzburg y Éva Pócs, por ejemplo), y sin duda acalla la voz de las personas, principalmente mujeres, que usaron ese concepto antes de que acabara en boca de los inquisidores del tribunal de Logroño.