Juan Carlos Mora

El balance de la gestión del gobierno abertzale en Donostia y Gipuzkoa

Las elecciones de mayo son una buena excusa para hacer un balance de lo que estos 4 años de gobierno político nos han deparado. Sobre la mesa hay que situar diferentes elementos que permitan contextualizar de un modo adecuado las políticas ejecutadas en territorio donostiarra y guipuzcoano.

Para ello hay que tener en cuenta la gestión anterior, así como la desarrollada en los territorios vascos vecinos, de claro signo conservador. Al inicio de sus diferentes gobiernos, el partido abertzale era poco menos que presentado como sinónimo de un desastre futuro inevitable. ¿Ha ocurrido eso? ¿O por el contrario la economía ha funcionado más bien que mal, evitando el colapso financiero que los agoreros vaticinaban; la sociedad, dentro de lo que las circunstancias permiten, es más un poco más justa y solidaria; la protección del medio ambiente  ha avanzado (no sin fuertes críticas y oposición), el empleo del euskara se ha normalizado; los únicos casos de corrupción sobre los que se habla se deben a gestiones anteriores; se critica obras faraónicas sin fundamento y sin retorno económico; o se acerca la gestión política a los ciudadanos?

Cada uno debe contestar a estas preguntas desde la más profunda sinceridad. El que escribe no las tenía todas consigo. No por la capacidad de gestión de los nuevos dirigentes (que en algunos casos, también), sino por la dificultad que gobiernos en minoría y una administración sujeta a inercias del pasado podían suscitar.

Pero,como decía, si abandonamos la mentalidad de aficionados al fútbol para hacer balance y analizamos de manera objetiva los logros, veremos que en ningún caso se podría hablar de fracaso.

No es este el lugar para realizar un análisis pormenorizado. Ni la capacidad ni la extensión lo permiten. Sin embargo, no parece que la economía de Gipuzkoa (sus datos económicos por lo menos) hayan sido peores que los de Bizkaia, Araba o Nafarroa, además desde una presión fiscal superior dirigida a salvaguardar los derechos de los más necesitados. Ni que los turistas hayan dejado de afluir por el color político del gobierno local, por ejemplo. Ni que los grupos sociales más desfavorecidos se hayan convertido en objeto permanente de campaña política. Ni que se apueste por un crecimiento ad infinitum de las infraestructuras sin un estudio de viabilidad y sin una reflexión ciudadana conjunta.

Al final, las políticas las hacen las personas. Y aquí entra en juego la psicología social. Cuando el afán de enriquecimiento, de medro o de figurar se antepone a cuestiones de solidaridad y compromiso, nada bueno se puede esperar. Y que cada uno entienda lo que considere oportuno, pero ¿a quién confiarías el dinero de tu bolsillo? Con el dinero de todos la respuesta ha de ser parecida.

También ha habido cuestiones que merecen una crítica. No siempre las decisiones que se adoptan son las más adecuadas, pero para entenderlas hay que contar con todos los elementos de juicio, y eso, frecuentemente, se nos escapa. Basuras, gestión de los tiempos de la violencia, apoyo a las pymes… y otros temas de compleja gestión y que merecen comentario aparte.

Una sociedad rehén de la lógica capitalista, basada en un crecimiento ilimitado que no repara en ningún tipo de coste, no parece la mejor opción de futuro. El sentido de nuestro voto debe articularse en función de una reflexión serena y sincera, cosa sencilla y que a menudo obviamos. De prevalecer en el resultado de nuestro balance el deseo de una sociedad más libre a la hora de tomar sus propias decisiones, más justa, más solidaria, más euskaldun, más innovadora, más abierta al mundo desde la reivindicación de su identidad, y en la que el valor del yo se intente suplir por el del nosotros, el sentido de nuestro voto margina bastantes opciones.

Bilatu