Guzmán Ruiz Garro

El dios balón: autóctonos y migrantes

La conocida frase «la religión es el opio del pueblo» es considerada como la quintaesencia de la concepción marxista del fenómeno religioso por la mayoría de sus partidarios y oponentes. Aclararé que esta afirmación no es del todo marxista. Por ejemplo, en su ensayo sobre Ludwig Börne (1840), Heine ya la empleaba de una manera irónica: «Bienvenida sea una religión que derrama en el amaro cáliz de la sufriente especie humana algunas dulces, soporíferas gotas de opio espiritual, algunas gotas de amor, esperanza y creencia». De haber nacido Marx en nuestra época, es seguro que no habría dado tanto protagonismo a la religión y se habría preocupado más por un espectáculo que, por estos lares, narcotiza más que esta: el fútbol.

La alegría por los recientes éxitos futboleros de nuestro Athletic, por los conocidos valores que representa para todos los que compartimos su filosofía, estos días, en plena competición de la Eurocopa 2024, por los logros de los Williams y Lamine Yamal, se amplifica también entre una parte de los jóvenes de la comunidad migrante que nos acompaña, situando a estos deportistas ricos como referente, orgullo y bandera adolescente. Vernos en un espejo de ensueño, indudablemente, adornaría nuestra vida, pero la fantasía es algo que uno desea que suceda, pero que rara vez lo hace. El equívoco es la triste estupidez de perderse por el camino «del éxito y la gloria» dándole patadas a un esférico.

Los jóvenes de Euskal Herria ya saben que la precariedad en el empleo, la falta de perspectivas profesionales, la escasa inversión en investigación y proyectos de desarrollo propios, son algunos de los hándicaps que nos convierte en un país exportador de talentos y trabajadores muy cualificados.

Ahora bien, del láudano de pan y circo con el que los emperadores romanos amodorraban a la plebe, hemos pasado a otro preparado que no contiene opio, azafrán ni vino blanco, pero que es un buen sucedáneo: el balompié. Y este opioide sintetizado en los laboratorios de los medios de prensa, radio, televisiones y redes, no solamente embrolla las mentes con la potencia del fentanilo de las personas autóctonas, sino también de las migrantes.

Y bajo la premisa de que, a medida que los triunfos de un equipo son más numerosos, también lo serán sus seguidores, nos encontramos con decenas de miles de personas más preocupadas por la lesión de menisco de un jugador, o por los goles que hay que remontar, que por los problemas económicos que nos afectan por muchos anestésicos circenses que nos receten.

Reconozco que a todo se le puede dar la vuelta y habrá quien postule a favor de la teoría «de lo que compensan los alegrones de haber ganado una copa o del pase a la final de la Eurocopa», porque bastante tenemos con ser perdedores a diario por causa de los desorbitados precios de los alquileres o de los bajos salarios para permitirnos encima nuevas derrotas en los avatares futbolísticos de nuestros equipos.

Y ya que estos días se habla tanto de los menores migrantes de Canarias y de la Conferencia Sectorial de la Inmigración, además de propugnar la solidaridad y de versar sobre la influencia positiva de los flujos de personas, habría que reflexionar también sobre los datos del Observatorio Permanente de la Inmigración que, con fecha 31 de diciembre de 2023, indicaba que el 60% de los menores y jóvenes extutelados de 16 a 23 años con autorización de residencia estaban en alta laboral. La pregunta obvia sería: ¿qué pasa con el 40% restante?

Habría que analizar, en nuestro ámbito cercano, los desajustes poblacionales entre hombres y mujeres migrantes y los desequilibrios demográficos. Según los datos del Instituto Vasco de Estadística, solamente de la comunidad de los Países del Magreb, en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia, en el año 2023, había 8.550 hombres más que mujeres. Y esta cifra, sin ser un avispado analista demográfico, algo tendrá que ver con lo publicado por la Comisaria General de Extranjería: algo más del 90% de los Menores Extranjeros No Acompañados son chicos. En nuestro territorio, la Fiscalía General fija en un 97,61% el número de niños extranjeros no acompañados llegados y en un 2,38% el de niñas.

No he leído declaración alguna de nuestros representantes políticos sobre las consecuencias de estas inestabilidades demográficas y las repercusiones en la alteración de las estructuras, en las modificaciones de las condiciones económicas, culturales y políticas. Las personas emigrantes, en la mayoría de los casos, son jóvenes y, consiguientemente, en edad productiva y reproductiva. Cuando emigran más hombres que mujeres o inversamente, se provoca un desequilibrio evidente que afecta a los mercados laborales, a los roles y a las relaciones de género.

Seamos claros: la migración aporta mano de obra barata y desregularizada. Esto le viene bien a los empresarios, pero también a los ciudadanos de a pie, porque hacen los trabajos que nosotros no queremos. La sociedad vasca registra la tasa de natalidad por cada 1.000 habitantes más baja de Europa, con apenas 6 nacimientos.

Alegando que en Euskal Herria es cada vez más difícil tener un hijo debido a los bajos salarios y a la dificultad de conciliar la vida laboral con la privada, se renuncia a procrear y nos viene estupendamente que los hijos los tengan las mujeres migrantes o que se provea el déficit por medio del acogimiento de menores no acompañados siempre que estos aprendan oficios varios y cubran nuestras necesidades. Ah, sin querer ser hiriente, diré que muchas mujeres latinas paren y tutelan a tres o más hijos mientras cuidan a nuestros mayores.

Veamos alguna otra consecuencia de la emigración internacional en los países de origen a fin de contradecir las valoraciones idílicas con que gratificamos a nuestra conciencia proacogida.

Tanto si se trata de trabajadores cualificados como de personas sin formación académica o profesional, la pérdida de población merma significativamente el potencial productivo de las comunidades de origen. Si la salida es de personas derivadas de sectores muy específicos de un incipiente tejido industrial, se convierte en una calamidad. Las pérdidas en el mercado de trabajo nacional por la mano de obra migrante se agrandan porque no se recupera la inversión pública que representa la formación del migrante cualificado.

Incentivar la inversión productiva en las comunidades expulsoras para que las personas más jóvenes y capacitadas no emigren en busca de mejores oportunidades, a todas luces, sería muchísimo más solidario que los buenismos de acogida sin análisis de los efectos de esta.

Creo que, en lo referente a la migración, se han apostado en nuestra sociedad unos mecanismos de análisis muy mediatizados por los miedos a no decir lo políticamente correcto. En lugar de profundizar en los porqués, se replica con eslóganes que, por insuficientes, abren las puertas a los argumentos racistas de la derecha y de la extrema derecha. Estas opciones crecen, a mi modo de entender, por la ineptitud de las izquierdas a la hora de reubicarse, ya que deberían reemplazar su discurso signado con los partidarios de las caducas propuestas socialdemócratas. Y mientras se deambula o se interviene de manera poco proactiva en la defensa de nuestras señas de identidad, otros abonan el terreno para la entrada en las ikastolas de las camisetas de la selección española. El verdadero internacionalismo consiste en el apoyo de planes de desarrollo para los países expulsores de trabajadores.

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