Alexandra Ainz Galende
Dra. en Sociología. Profesora de la Universidad de Almería

El drama de Occidente

La mayoría de los medios de comunicación tienen noticia y debate para unos cuAntos días: ‘el drama de la inmigración’. Aprovecharán algunos y harán propaganda utilizando la dialéctica insensible del poder introduciendo muy sibilinamente palabras y frases como avalancha, llegada en masa y un infinito etcétera que no merece la pena reproducir. Aprovecharán y nos contarán ‘muy a su manera’ quiénes son ‘esos’ y ‘esas’ que vienen conjugando lo comercial del drama con la compasión (al fin y al cabo son muertos, aunque las diferentes imágenes que veamos en la televisión no nos inmuten –si es que lo consiguen– más que unos segundos. Y sí, he añadido ‘comercial’ porque lamentablemente el tabú de la muerte se vende como caramelos a la puerta de un colegio).

Prepárense para que el discurso de superioridad occidental que queda impregnado casi sin darnos cuenta en nuestro inconsciente colectivo nos taladre estos días una vez más hasta límites insospechados. Efectivamente desde ese discurso, esos ‘pobrecitos que vienen’ y que hoy nos dan lástima son a los que a su vez despreciamos en nuestra vida cotidiana. En muchas ocasiones ese rechazo se sustenta en argumentos referidos a su supuesta visión desacertada del mundo (se me ocurre el caso de los musulmanes, a quienes continuamente en los ‘mas media’ se les asocia con fundamentalismo, machismo y otra serie de “ismos” que hacen del colectivo tan heterogéneo de creyentes una masa homogénea) o en su supuesto carácter incivilizado (¿cuántas veces has escuchado que ellos viven como en nuestras sociedades hace sesenta años?).

Pues no señores y señoras, no seamos hipócritas, la Ilustración no fue la panacea y si bien es cierto que ha tenido sus ventajas, también lo es que tuvo sus prejuicios e inconvenientes y uno de ellos es que pensamos –o quizá ni eso; damos por hecho asumiendo lo que otros piensan o pensaron– que todas las sociedades tienen que pasar por los mismos procesos de las sociedades occidentales para llegar al culmen civilizatorio. Queriendo así exportar nuestro patrón ‘civilizado’, que deja por cierto mucho que desear, al resto del mundo.

Pero esta es harina de otro costal…y yo de lo que quería ocuparme en esta breve reflexión es de la falta de humanidad. No pensaba referirme aquí a los Derechos Humanos a los cuales paradójicamente también se les puede y debe hacer una crítica por etnocéntricos, pero para que vean que este es un sistema que se autodebora citaré únicamente parte del preámbulo: «Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias; Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión…”. Me pregunto yo si huir de regímenes tiranos, de pobreza, de malnutrición o simplemente de unas circunstancias que al ser humano no le satisfacen no es luchar contra la barbarie, la miseria y la opresión. Somos hipócritas, muy hipócritas señores y señoras, porque nuestra dejadez, nuestro conformismo, nuestra pasividad, nos hacen indirectamente responsables de cada una de esas muertes.

Somos en realidad como la Declaración de los Derechos Humanos; muy racionales y sensibles a la inmundicia (ahora a ratitos sentimos mucha pena por los muertos y conjugamos esta con mucha canción y mucha poesía, lo cual a nivel estético es una monería) pero la realidad, la cruda realidad es esa… todo queda en palabras. Y a las palabras, qué les voy a contar yo… se las lleva el viento. Los muertos, las muertas, eso es otra cosa, naufragan ahí, en alguna parte de la mar con sus ilusiones y sus sueños, con sus alegrías y sus penas mientras las televisiones se hinchan con palabras y también con billetes. Ese es el auténtico drama, la película completa, la jugada magristral. Show must go on.

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