Iñigo Jaca Arrizabalaga
Médico jubilado

El empoderamiento sanitario

En este escenario que plantean los empoderados, creo que se lesiona la dignidad del asegurado o cotizante a la Seguridad Social y en definitiva la del paciente. Ese empoderamiento médico tiene un tinte autoritario o cuando menos paternalista.

Bélgica y Francia y... son unos países en los que el ejercicio de la medicina en atención primaria es una profesión liberal. El paciente le paga directamente al médico por la consulta, después la seguridad social y la mutua le reintegran integra y directamente al paciente lo abonado. Lo mismo en las consultas ambulatorias de especialistas. Ni qué decir que existe la libre elección de médico y hospital por parte del paciente.

Acabé mis estudios de medicina en la Universidad Libre de Bruselas y allí teníamos una asignatura que se llamaba Medicina Social. A través de ella aprendí que los servicios sanitarios se componían de tres elementos sociológicos: el elemento institucional, el elemento profesional y los que reciben los cuidados. También se aseguraba que de la buena interacción de estos tres elementos dependían los resultados y la calidad del servicio.

El «elemento institucional», en Hegoalde, serian los departamentos de Salud y Osasunbidea y Osakidetza, todos ellos tienen la competencia de planificar, presupuestar, organizar y controlar los servicios sanitarios. En Iparralde, parte de nuestro país, los médicos de atención primaria se instalan por su cuenta y ellos financian sus consultorios y personal auxiliar, además existen también unos organismos públicos con competencias centralizadas en materia de planificación, prevención y salud pública.

El «elemento profesional» del que ya no formo parte por estar jubilado, son los médicos, que en Hegoalde la mayoría son estatutarios o equivalentes a funcionarios, quienes, tras superar unas pruebas alcanzan este estatus. Pruebas de las que en varias ocasiones hemos conocido escándalos de prevaricación etc... por parte de la administración sanitaria. También formarían parte de este componente los médicos privados, que todos ellos ofrecen consultas presenciales, la investigación, la industria farmacéutica y tecnológica, con intereses privados en la actividad sanitaria.

Y el tercer elemento agrupa a «los que reciben los cuidados» entre los que me incluyo. Sí, un colectivo a quien se le ha ido cambiando el nombre en el transcurso de los años por los otros dos elementos. Por ser la parte más débil, a pesar de ser los financiadores del sistema, en nuestro país, muy poco cuentan. Primero se les llamó «beneficiarios», pues a pesar de ser los cotizantes y sostenedores del sistema, se tenía a bien denominarles así para demostrar que todo se lo debían al régimen franquista. Después, con la transición y la UCD, pasaron a ser denominados, «usuarios» los cotizantes y beneficiarios los familiares. Esta democracia siguió avanzando y con la Ley General de Sanidad se les llamó «pacientes», llegándose después a una ley histórica, en parte traspuesta de una Directiva Europea, la Ley de la Autonomía del Paciente. Pero llegó el discurso de la calidad y se decidió que los enfermos serían llamados «clientes».

Los pobres enfermos y la población en general, nada han tenido que ver con esos cambios de denominación y lo que es peor, nada que opinar, pues en este sistema de salud somos el gran mudo, el gran silenciado por falta de representación efectiva, debido a la no asunción de estas responsabilidades por parte de la representación política y sindical. Ni qué decir que el actual sistema sanitario público nació gracias al sudor y esfuerzo del conjunto de los trabajadores. Fue con su trabajo como beneficiarios, usuarios, pacientes y clientes con lo que se construyeron los hospitales, los centros de salud y todos los departamentos de gestión y salud pública.

Con estas raíces históricas, llegamos a la época del nuevo discurso del empoderamiento. Tanto el elemento institucional como el profesional empezaron a decir que el cliente crónico, última denominación de los enfermos, tenía que pasar a ser un empoderado, autocuidándose para ello, sin tener que acudir a las consultas de control a las que anteriormente le habían dicho que debía ir. ¿Y cuál sería el autocontrol empoderador? comprar un tensiómetro, un pulsioxímetro y unas tiras de glucemia capilar etc y ahora el teléfono milagroso.

Es una pena que los pacientes no encontremos unos cauces de representación para participar en las tomas de decisiones. Muchos médicos hablan desde su pedestal sobre lo bueno y lo malo para los pacientes y el sistema. Incluso en algunos escritos parece que quieren ponernos voz, pero en realidad son ellos los que escriben y «relatan» sus versiones sin tener en cuenta lo que nosotros pensamos y sentimos.

La administración hace encuestas de satisfacción siempre con unos resultados magníficos, así nos tienen acostumbrados a escuchar a través de los medios de comunicación que los resultados son estupendos, que estamos muy satisfechos con el funcionamiento sanitario, que somos los primeros de Europa en... y los mejores del mundo en... Y los ciudadanos que no conocemos otra versión ni sabemos dónde encontrar los datos que lo corroboren o no, lo tragamos todo.

Algunos médicos de atención primaria y especialistas, dicen que se han empoderado, que ya se acabó eso de que el paciente vaya cuando quiera a su consulta o revisiones. También dicen que prefieren atender a pacientes con «necesidades de salud» y no a clientes, pues la sociedad consumista y los políticos han fomentado el hiperconsumo en la población, y que ellos solo recibirán presencialmente a aquellos que en la entrevista telefónica logren convencerles de que ello sea necesario. Es triste que el paciente tenga que pasar por una prueba de aceptación para que se le haga una anamnesis una exploración física y la revisión del tratamiento que proceda.

En este escenario que plantean los empoderados, creo que se lesiona la dignidad del asegurado o cotizante a la Seguridad Social y en definitiva la del paciente. Ese empoderamiento médico tiene un tinte autoritario o cuando menos paternalista, como si los pacientes fueran unos seres irresponsables que cada mañana se levantan con la intención de abusar de las consultas médicas.

Los ciudadanos ya conocemos la mala gestión de los servicios de atención primaria, por la precariedad de los contratos de los médicos jóvenes, por el farragoso y tardío sistema de resoluciones de adjudicación de plazas, por los continuos traslados de personal médico, por las reducciones de jornada, por la ausencia de sustituciones de vacaciones e incidencias etc... Pura improvisación la que practican Osakidetza y Osasunbidea –¿Quién es tu medico? Pues no lo sé, cada vez hay uno distinto– Esto se escucha cada día más. Últimamente, ni ponen su nombre en las tarjetas sanitarias.

Los médicos empoderados dicen que los pacientes tienen muy malos hábitos. ¿Cómo pueden esperar mejores hábitos si hay cupos en los que cada vez se encuentran con un medico diferente? ¿Qué capacidad tiene un médico que hace una sustitución, de 2-3 meses o menos, para pautar las consultas y organizar el cupo, ordenar la revisión de los pacientes crónicos, estudiar a los polimedicados para reconducir tratamientos, y para organizar las visitas domiciliarias de los pacientes encamados?

La ley de autonomía del paciente 41/2002 dice que el paciente deberá tener una atención médica adecuada, recibir un trato digno y respetuoso, recibir información suficiente, clara, oportuna y veraz y decidir libremente sobre su atención, otorgar o no su consentimiento válidamente informado, ser tratado con confidencialidad y contar con facilidades para tener una segunda opinión. ¿Es esta la atención que están dispuestos a ofrecer los empoderados en sus consultas telefónicas? ¿El ciudadano ante la hipotética pérdida de derechos que sufra por su incumplimiento, deberá acudir a otras instancias a buscar el amparo que le ofrece esta ley?


En esta situación tan extraña y tecnológica que estamos viviendo, me surge un temor y es el de que se vuelva a postulados previos a los que ya abandonó Hipócrates, a aquellas funciones sacerdotales y mitológicas, anteriores a que la interpretación de la enfermedad solo fuera posible mediante la observación y el control del enfermo.

Y como soñar es libre, me gustaría pensar que el día que nos homologuemos con los de Iparralde, sea el paciente quien pague directamente al médico en la consulta, siéndole devuelto después por la seguridad social. Así el médico cobraría por los pacientes que recibe y no por ser un funcionario de sueldo fijo.

En honor al teléfono acabaré con una frase de Michel de Montaigne, gran humanista y escéptico: «los médicos describen nuestros males como el pregonero de aldea describe el caballo y el perro perdidos, diciendo el color del pelo, el tamaño y la raza, pero incapaces de reconocerlo si se lo presentan» (Libro II cap 13).

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