Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

El Estado tenebroso

La clave para la recuperación de la soberanía no está en su Parlamento sino en la sociedad de Euskal Herria.

No dudo que habrá quienes piensen que a estas alturas del siglo XXI, mencionar la denominada transición española es un recurso político que genera poco más que una extraña melancolía. Algo absolutamente vano; incluso ocioso, porque, para la mayoría de los vascos y vascas que viven hoy en Euskal Herria, aquello no es más que una referencia pretérita.

Es innegable el salto generacional y que la referencia que algunos hacemos al régimen del 78 suene demasiadas veces extemporáneo en los oídos de los jóvenes, más preocupados de su presente y del futuro que de episodios del pasado.

Pero, si el pasado unas veces sienta las bases para un nuevo futuro, otras lo obstruye, lo lastra, lo hipoteca; incluso lo frustra, no quedando otra que seguir luchando para cambiar el rumbo de la historia y transformar el provenir.

Por eso, no es para nada ocioso recordar cómo el Estado español franquista mutó en un presunto Estado social, democrático de derecho sin que nada del poder real fascista perdiera cancha, sin que tan siquiera sus protagonistas rindieran cuentas por sus responsabilidades.

Es de particular importancia recordarlo cuando, a fecha de hoy, siguen aflorando muestras de ese Estado tenebroso que permanece encastrado en los centros de poder y que maniobra de manera incansable contra todo lo que cuestione su modelo de España o se rebele contra su «unidad indisoluble».

Y es que, tras la muerte de Franco hubo quienes pensaron que el paso del tiempo borraría la huella fascista y que, en aras a la «concordia», había que tolerar el hecho de que los mismos personajes que habían tenido responsabilidades en los poderes franquistas siguieran teniéndolas en el nuevo escenario español.

Tan solo el independentismo vasco de izquierda sostuvo y sostiene la idea de la ruptura, cuestionando al Estado, enfrentándose por todos los medios a lo que suponía un fraude a la democracia y manteniendo contra viento y marea la bandera de Euskal Herria y la libertad.

Aquel paso del tiempo, que algunos pensaban limpiaría de fascistas el poder español, lo único que consiguió fue blanquearlos y reciclarlos, de tal manera que, aunque con camisas nuevas, continuaron en la política, las finanzas, la judicatura, la Policía, la Guardia Civil, el Ejército, la Iglesia... A la vista o desde la sombra, de manera directa o delegada, las mismas manos siguieron moviendo las riendas del Estado español.

Siguieron y siguen, pues si aquellos de antaño eran fascistas, sus hijos e hijas, sus nietas y nietos no lo son menos; y como consecuencia de la transición impune continúan representando el auténtico poder en España.

Una sombra derechosa que pasa por encima de su Parlamento, de sus instituciones; que maniobra desde el poder judicial, recrea la realidad en sus medios de difusión e incluso se sirve de los recursos del Ejército, Guardia Civil y Policía.

Un auténtico Estado tenebroso fascistoide cuya perversidad criminal sufrimos los vascos desde decenios por mantener la lucha en favor de nuestra soberanía nacional. Y en cuanto los catalanes caminaron por la misma senda del independentismo, al instante fueron colocados en la diana.

Es imposible alcanzar avances democráticos en un Estado colonizado por elementos de la derecha más retrógrada que actúa sin pudor alguno al sentirse legitimada por la supuesta superioridad moral y política que emana de su casposo concepto supremacista de España.

Están ideológica y psicológicamente en una patología medieval. Cierto. Pero maquinan desde sus cloacas; y ahí es donde está el peligro, ya que no titubean a la hora de pervertir la institución que fuere o violar la separación de poderes. Incluso al Gobierno de Sánchez le están dando ahora un derivado de la medicina que llevan decenios suministrando a los vascos insumisos.

Estamos viendo que la derecha española –derecha o ultra en España es lo mismo– deslegitima todo lo que no controla y está rabiosa por el avance y la influencia que ejerce el soberanismo vasco y catalán y que está dispuesta a todo para detenerlo. Y no solo la derecha etiquetada, sino también esa otra reaccionaria, GALosa y criminal infiltrada en el PSOE.

Es evidente que el actual Ejecutivo español está necesitado de los votos vascos y catalanes para continuar gobernando, y que esa perentoria necesidad nos está dando oportunidad de conseguir ventajas para Euskal Herria e importantes mejoras para la vida de los trabajadores y trabajadoras.

Hasta ahí bien, pero no pensemos que por esa vía vamos a lograr el reconocimiento como nación libre y soberana. Por mucha influencia que consiguiéramos vascos y catalanes en Madrid, hay temas que pertenecen a otro nivel y sobre los que, no seamos ingenuos, jamás se van a sentar a hablar mientras los soberanistas no seamos en nuestras respectivas naciones una mayoría inapelable. Sabemos bien lo que es España.

El camino, pues, no está allá sino aquí; la clave para la recuperación de la soberanía no está en su Parlamento sino en la sociedad de Euskal Herria, en el trabajo diario para conseguir que una inmensa mayoría proclame su derecho a elegir libremente el futuro.

Para esto no tenemos que tener la mirada en Madrid; bastante estamos ya nosotros en la suya, pues continúan elaborando informes, sacando fotos, interceptando conversaciones... Lo sabemos.

No nos relajemos, pues el camino hacia la independencia y el socialismo es hoy el mismo que ayer.

Además, seguimos teniendo 173 prisioneros políticos que aunque en su inmensa mayoría estén ya aquí siguen bajo jurisdicción de la Audiencia Nacional, la mutación del TOP franquista que sigue representando el buque insignia más sórdido del Estado tenebroso.

Precisamente por ellos, por nuestros prisioneros, desbordaremos de solidaridad y cariño las calles de Bilbo el próximo día 7 de enero.

Bilatu