Txema García
Escritor, periodista y miembro de la Plataforma Guggenheim Urdaibai STOP

El «Homo turisticus» en Urdaibai y el PNV

Una nueva e invasiva especie asola la superficie de la Tierra y se extiende amenazadora hasta los más lejanos rincones del planeta. Su capacidad destructiva es inmensa, mucho mayor aún que los grandes beneficios económicos que para una selecta minoría reporta. Comenzó a propagarse hace unos cincuenta años y ahora su erradicación parece imposible.

Sus características son bastante reconocibles: se trata de bípedos que avanzan por tierra, mar y aire; acuden al «efecto llamada» de parientes, amigos, medios de comunicación, empresas privadas o de instituciones; tienden al gregarismo y se mueven en grandes rebaños; consumen ingentes cantidades de energía en sus desplazamientos y arrasan con cuanto paisaje bello les salga a su paso. Se trata, en definitiva, de una plaga que está desequilibrando la sostenibilidad del planeta y deteriorando de forma devastadora el medio ambiente.

A estas alturas es posible que te sientas, querido lector o lectora, algo incómoda y te preguntes si tú perteneces a esta especie. Precisamente de eso se trata. Si me refiero a ti, a mí mismo, a los vecinos de nuestra comunidad, a todas esas personas con las que compartimos horas de charla en los patios de los colegios o en la taberna y, cómo no, a los compañeros de trabajo, amigos y familiares.

Unos más y otros menos, muchos de los ciudadanos que hemos tenido la suerte de nacer en estos lares pertenecemos o nos vinculamos, con diferentes formas e intensidades, a esta variedad de fauna que cada vez prolifera más en todas las latitudes: el «Homo turisticus», un depredador salvaje e inconsciente del daño que produce.

Ya no viajamos, ahora turisteamos, exploramos paraísos y consumimos (y contaminamos) paisajes igual que lo hacemos con la comida plastificada (también contaminada), con los miles de imágenes que nos llegan a diario o el aluvión de mensajes que intercambiamos a diario en nuestros teléfonos móviles.

Vivimos en una excitación colectiva por consumir destinos turísticos y buscar parajes exóticos que nos hagan olvidar, siquiera momentáneamente, una cotidianidad la mayor de las veces anodina y exasperante. Y esto ha devenido en una seña de identidad de la modernidad. Ser «turistas» nos coloca en un mapa imaginario de posesión de experiencias, en un estatus de poder, ridículo, pero efectista y, al parecer, balsámico, puesto que nos hace sentir que por el simple hecho de visitar un destino adquirimos una pátina de conocimiento. Y es que hay una gran necesidad de evasión de la realidad en un mundo convulso y apenas gratificante y un ansia de buscar paraísos siquiera por unos instantes.

El turismo representa ya casi el 10% del PIB mundial. Se trata de una industria pujante y en ascenso que está convirtiendo el mundo en un gran circo de pequeños y grandes parques temáticos con capacidad de atraer a millones y millones de visitantes.

No hay país, región o territorio que escape a esta dinámica avasalladora que se revela como uno de los factores que más están incidiendo en el agravamiento del calentamiento global. Es curioso, hay numerosos estudios de cómo afecta el cambio climático al turismo, pero no al revés, es decir, en qué medida el turismo es un gran agente favorecedor del cambio climático.

Ya se conoce una larga lista de efectos perniciosos vinculados a esta industria altamente contaminante: contribuye casi como ninguna otra a la emisión de gases invernadero; necesita de grandes equipamientos para satisfacer necesidades de poblaciones estacionales que demandan servicios exigentes y congestionan los servicios públicos locales; supedita el desarrollo de los lugares en los que se asientan a este monocultivo productivo; degrada entornos; agota recursos básicos; encarece la vida, etc.

Da igual dónde fijemos la mirada en el globo terráqueo. La lista de lugares afectados es interminable. Todo se está convirtiendo en sinónimo de «turístico»: Nueva York o Benidorm, las cataratas del Niágara o Machu Picchu, Petra o Chichén Itzá, la Acrópolis de Atenas, las Pirámides de Egipto, la Antártida, el Taj Mahal, la Torre Eiffel, la Sagrada Familia, la Alhambra, el Coliseo de Roma, la cumbre del Everest...

No hay lugar en la Tierra que se salve de esta plaga. Tampoco Euskal Herria, donde el «Homo turisticus» está llegando cada vez en cantidades más importantes. Tanto, que muchos empresarios y políticos ya se frotan las manos ante el advenimiento de esta nueva era que nos ha de salvar de todos los males.

De eso precisamente, de males asociados al turismo invasivo, ya saben mucho en numerosos lugares del mundo. De la destrucción y empobrecimiento que provoca la turistificación masiva a muchos niveles. Pero aquí, a nuestros gobernantes, muy viajados ellos, no parece que les interese extraer enseñanzas de las consecuencias terribles de lo que en otras latitudes ocurre.

Si antes (y todavía hoy) tocaba llenar de pinos y eucaliptus nuestros montes y bosques, y después (y aún hoy) saturar todo nuestro territorio con autovías y túneles, ahora la tarea es colapsar de turistas nuestras ciudades, costa, playas, arenales, en definitiva, cualquier paisaje.

Y para un lugar, Urdaibai y su Reserva de la Biosfera, que quedaba mínimamente casi al margen de una depredación de sus paisajes y recursos, la maldición ha caído en forma de querer endosarle un Museo, el Guggenheim, pero en versión doble.

No hace falta ser un adivino ni un graduado en Yale ni un experto en medio ambiente para saber que, de realizarse esta propuesta de instalación del Museo Guggenheim en Urdaibai, significaría el golpe definitivo al aniquilamiento de las particularidades propias y a la identidad de una comarca que se vería afectada por un aluvión de visitantes foráneos que al menos multiplicaría por tres su población en época estival.

El «modelo turístico» del PNV no inventa nada nuevo, ya lo hemos visto en San Juan de Gaztelugatxe: deterioro del ambiente, masificación y privatizaciones. Y en Urdaibai el «modelo turístico jeltzale» sigue la misma senda porque lo que se plantea con el Museo Guggenheim es altamente atentatorio contra un medio ambiente ya de por sí muy vulnerable. Y es que no es de recibo montar un Museo justo en un área que ha de contar con especiales medidas de protección para la fauna y la flora. Cualquier gobernante con un mínimo de sensibilidad por la sostenibilidad del planeta rechazaría este proyecto ecocida.

Nos explicamos. Con 45.000 habitantes locales la comarca de Urdaibai recibirá al menos otros 140.000 y solo en época de verano, según los cálculos de los promotores este proyecto museístico. A estos nuevos visitantes habría que añadir aquellos que habitualmente visitan la zona, tanto procedentes de Bizkaia como de provincias cercanas y otros foráneos.

Por establecer una comparación, es como si Bilbao, con sus 350.000 habitantes, recibiera en cuatro meses de verano casi 1.100.000 turistas cuando, en realidad, en 2022 alcanzó la cifra de 438.973 visitantes, es decir, tres veces menos. ¿Se han vuelto locos, quiere la Diputación de Bizkaia y el Gobierno Vasco que Urdaibai se sature aún mucho más en verano de lo que ya ocurre en estos momentos?

Por si esto fuera poco, hay que señalar que este tipo de turismo estacional no genera empleo de calidad, sino precario, tal y como ocurre en numerosos enclaves ya invadidos por el turismo de masas. Pero hay más consecuencias negativas: disparará los precios en la zona, no solo los de la vivienda, y hará que sus habitantes se empobrezcan aún más; aumentará la afluencia de personas en periodos estivales a un lugar que ya tiene una alta concentración de visitas y acabará masificando todo el entorno de Urdaibai, tal y como ya ha ocurrido, por ejemplo, con San Juan de Gaztelugatxe.

Y una última consideración. Seguro que no quieres para tu territorio lo mismo que has visto en todos esos lugares que como turista, visitante o viajero has tenido ocasión de conocer. La Tierra nos pertenece a todos y la responsabilidad de cuidarla, también. No dejes que la Reserva de la Biosfera de Urdaibai se convierta en un paisaje colapsado por hordas de «Homo turisticus» depredando todo a su paso. No confundas progreso con negocio al servicio de unos gobernantes que son capaces de especular con el medio ambiente e incapaces de articular para Busturialdea una alternativa de desarrollo integral y sostenible.

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