Iñaki Egaña
Historiador

El kaiku del gudari

Los Aberri Eguna como días de recogimiento y misa mayor que organizaba el PNV se rompieron desde Itsasu, ya en 1963, por convocatoria de ETA y Enbata.

Manu Agirre, uno de los fundadores de ETA, vivo por cierto con sus 97 años a pesar de que algunos medios lo consideran fallecido, solía reunirse con el lehendakari Agirre, a quien visitó en varias ocasiones en su sede del exilio en París. Asistía en compañía de Txillardegi, ese gigante de las letras vascas y del renacimiento del euskara al que el PNV del siglo XXI sigue criminalizando a pesar de los 11 años de su falta. Cuando José Antonio Agirre falleció, ETA le dedicó la portada de su publicación Zutik: «gure presidente maitea».

Jesús Mari Leizaola, que participó en otras reuniones con los jóvenes que crearon ETA, fue nombrado nuevo lehendakari. La verdad es que el traje le venía ancho. A pesar, se implicó en la denuncia de las torturas a los militantes de la nueva organización, se volcó en arropar a los del Consejo de Burgos y llegó a defender públicamente las operaciones de ETA: «Los vascos no somos autores de acciones criminales, sino de defensa». El boletín del Gobierno que presidió publicó diversos comunicados de ETA. Y para enfado del Madrid llegó a decir, en fecha tan tardía como 1977, que los activistas de ETA que demostraran «aptitudes militares» podrían ingresar en esos grupos que el PNV estaba preparando, previos a la restitución de la Ertzaintza.

Desde 1958, decenas de militantes del PNV abrieron sus puertas a militantes de ETA, discutieron con ellos, agradecieron su valentía y recuperaron una ilusión que la derrota de la guerra había borrado. Es más, desde esa fecha, centenares de militantes de las juventudes jeltzales ingresaron en ETA hasta el punto que, en 1972, gracias a ellos una ETA descabezada sobrevivió durante los años siguientes. Militantes de ETA muertos por la Guardia Civil en aquellos años habían hecho un recorrido previo en EGI, la misma organización en la que dio sus primeros pasos políticos, años más tarde, el actual lehendakari de la CAV, Iñigo Urkullu.

ETA y PNV firmaron manifiestos conjuntamente en época franquista. Con ELA también. Hasta tal punto hubo ciertos vasos comunicantes que la dirección de PNV en Bizkaia alumbró en 1969 uno de los comunicados que en 2023 más pueden sorprender: «Reconocemos la legalidad de la lucha violenta contra el Estado español y, en general, contra cualquier forma de gobierno basada en la violencia y el terrorismo. Rechazamos, sin embargo, la violencia como táctica, no por injusta, sino por ineficaz; pero creemos en la necesidad de usar de la violencia: accidentalmente, en situaciones concretas y especiales y, sistemáticamente, en la fase final de liberación, posterior a la fase de concienciación popular en la que nos encontramos».

En 1981, Mikel Isasi, miembro de la dirección del PNV, fue juzgado por haber dado armas y explosivos a los activistas Jokin Artajo y Alberto Asurmendi, que murieron cuando manipulaban una bomba, 12 años antes. El mismo Mikel Isasi, fue detenido en 1996, por orden de la jueza francesa Levert, bajo la acusación de colaborar con ETA, tal y como lo habían hecho compañeros suyos en las décadas anteriores. Tras la ruptura en 1986 y la escisión de EA, los jeltzales Xabier Arzalluz y Luis Mari Retolaza se reunieron en Bidarte con Txomin Iturbe y José Luis Arrieta, que representaban a ETA, pidiendo un trato de favor para quienes se quedaban con las siglas del PNV.

La época franquista, sin embargo, ha sido motivo reciente de revisionismo. Y no me refiero a los trabajos del Melitonium, empeñados en arengar que los militantes de ETA surgieron por alguna tara genética y que el abertzalismo es una anomalía contraria a los dictados naturales. Me refiero a ese sector de «ilustrados» del PNV, liderados por Urkullu y esa obsesiva que es Beatriz Artolazabal, que niegan incluso la historia de su propio partido.

El revisionismo, en ese interés de las contratas jeltzales por conseguir votos de los sectores de la derecha española para las elecciones que llegan esta primavera, se balancea en esas tendencias que recorren el mundo ultra a través del planeta. Repetir una ficción para darle credibilidad. Artolazabal lo ha bordado, como si se tratara de un nuevo Pío Moa.

Y con ella, algunos sectores del PNV se han apropiado de nuestra historia desde posiciones retrógradas. Apoyados por advenedizos como la citada, que apenas contaba con cinco años cuando murió el dictador. Solo alguien que frivoliza a torturadores como Melitón puede decir que únicamente el kaiku fue símbolo de resistencia. Solo alguien que no recuerda los estados de excepción y la represión, la organización y la razia obrera en su Gasteiz natal, puede reivindicar que repartir estampitas de San Ignacio fue antifranquista. Por cierto, la Ertzaintza robó la ikurriña que abría en el año 2006 la manifestación recordando el 3 de marzo de 1976. ¿Era la que reivindicaba Artolazabal?

El Frente Cultural de ETA fue motor para ikastolas, kantaldis, concentraciones de reafirmación nacional en Urbia o Mairulegorreta o expansión de la ikurriña, también en cables de alta tensión. Los Aberri Eguna como días de recogimiento y misa mayor que organizaba el PNV se rompieron desde Itsasu, ya en 1963, por convocatoria de ETA y Enbata. Etxamendi y Larralde popularizaron el «Iup la, la», que no era precisamente un rezo dominical.

Nuestra historia es plural y llena de compromisos. Los muertos de la guerra no fueron exclusivos del PNV. Hoy sabemos que, estadísticamente, la mayoría fueron comunistas, anarquistas y ekintzales. Sabemos, también, que el nacimiento de Ekin y ETA tuvo un responsable. Y no lo fue el franquismo, sino la pasividad y la asunción de la derrota por parte del PNV. Y conocemos, asimismo, que la resistencia en esa época, cultural, política y activista fue gracias a una generación que ofreció más que reclamó. Y que la supervivencia llegó gracias a ellas y a ellos. Y si tienen dudas documentales, consulten, entre otros, los fondos de la Fundación Sabino Arana. Leer, aunque sea por una vez, les ayudará a conocer la verdad.

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