Iñaki Bernaola Lejarza
Teólogo de a pie

El legado de Apeles

Creo que los votos no se ganan tanto en las campañas electorales como en las tertulias de telebasura. Y por dicho motivo reconozco el enorme mérito de sus protagonistas para conectar con multitud de personas y para incidir en aquellos aspectos que están en la base de su ideología.

Es probable que en España pocas personas conozcan quién fue en realidad Apeles, a pesar de que casi con total seguridad el nombre les suene de algo. Apeles fue el pintor de la corte del emperador Alejandro Magno, y se le considera el más importante pintor del período griego clásico.

No se conserva ninguna obra pintada por él. Sin embargo, textos de le época nos lo presentan como el inventor, o al menos como uno de sus máximos exponentes, de un recurso pictórico por sencillo no menos importante: la utilización de una fina línea de color blanco para representar el reflejo de la luz en el borde de superficies convexas.

Si comparamos obras de pintores del Quatrocento italiano (Piero de la Francesca, Andrea Mantegna, etc.) con otras de la misma época de la escuela flamenca, nos damos cuenta de que mientras las primeras exhiben un tratamiento impecable de la perspectiva geométrica, su colorido aparece mate, sin brillo. Por el contrario, las pinturas flamencas resultan más brillantes, como con mayor plenitud de color. Sin embargo, observando por ejemplo la obra de Jan van Eyck titulada “El matrimonio Arnolfini” conservada en la National Galery de Londres, frente a una utilización soberbia del color advertimos fallos notorios en el tratamiento de la perspectiva. Ello se debe a que si bien los italianos realizaron avances notorios en este último campo, los flamencos, por el contrario, supieron aplicar las enseñanzas de Apeles respecto a la luz reflejada, gracias a lo cual sus obras muestran una brillantez de colorido de la que carecen sus coetáneas italianas.

Es frecuente, por otra parte, que cuestiones que en el mundo se ven de una forma determinada, en España adquieran un significado totalmente distinto: para la mayoría de los españoles Apeles no era el pintor de la corte del emperador Alejandro, sino un sacerdote asiduo participante hasta hace poco en las tertulias de telebasura, que últimamente se ha decantado de forma pública por su apoyo al partido Ciudadanos.

Creo que existe una tendencia, a mi juicio errónea, por parte de la intelectualidad española (y también vasca, dicho sea de paso) de menospreciar el enorme poder de influencia de determinados personajes, como el tal Apeles y muchos otros sobradamente conocidos, para conformar la ideología y, en general, la forma de pensamiento de millones de adictos a la caja tonta. Porque, no lo olvidemos, los adictos a la telebasura se cuentan por millones.

Creo que los votos no se ganan tanto en las campañas electorales como en las tertulias de telebasura. Y por dicho motivo reconozco el enorme mérito de sus protagonistas para conectar con multitud de personas, generalmente de bajo nivel cultural pero no necesariamente, y para incidir en aquellos aspectos que están en la base de su ideología o, si se prefiere, de su línea de pensamiento: emociones, confianzas ciegas y desconfianzas obsesivas, frustraciones, complejos, rencores, envidias, falsedades y todo lo que se quiera añadir. Haciendo un símil naval, podríamos decir que mientras en los mítines se dispara más a la superestructura del buque, en las tertulias se ataca por debajo de la línea de flotación. Porque, no lo olvidemos ni un momento: las tertulias no son neutras, sino enormemente partidistas y con una clara intención de influenciar ideológicamente a los espectadores.

El psiquiatra alemán Wilhelm Reich en su obra “Psicología de masas del fascismo” intenta dar una interpretación de por qué los alemanes, en una época de estrecheces económicas y de fortaleza de las organizaciones de izquierda, apoyaron mayoritariamente a Adolf Hitler. Y precisamente nos habla de eso: de frustraciones, de orgullo mal entendido, de complejos sexuales, de seducción barata, y de cosas por el estilo que, mal que nos pese, están muchas veces en la base de la decisión que las personas adoptan a la hora de apoyar con su voto a una u otra organización política. Mal que nos pese, y esto es ya de mi cosecha, a un imbécil jamás se le puede convencer: a un imbécil sólo se le puede seducir. Esa es la razón por la que muchos reaccionarios, como por ejemplo Adolf Hitler, fueron a la vez grandes seductores. Y perdonen mi causticidad, pero creo que de entre todos los alemanes fueron muchos imbéciles seducidos por Hitler quienes luego tuvieron que padecer las peores consecuencias de su megalomanía.

El título de este artículo es el mismo que el de un ensayo publicado en los años sesenta del siglo veinte por el prestigioso historiador del arte Ernst H. Gombrich. Espero que al menos sirva para que el conocer la verdadera identidad de Apeles nos ayude a situar a tanto charlatán de telebasura, como por ejemplo el susodicho padre Apeles, en el lugar que les corresponde dentro del acervo ideológico-cultural de nuestra civilización.

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