Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

El machismo daña seriamente la humanidad

En este período en el que se intenta equiparar a la izquierda con la derecha, al feminismo con el machismo; en estos tiempos en los que parece que todo el mundo tiene las mismas responsabilidades y las mismas oportunidades, el machismo sigue dañando seriamente a la humanidad.

La crueldad ha estado de un lado, la violencia también. No es un conflicto el que vivimos sino una guerra no declarada contra las mujeres que se cobra cada día miles de vidas en el mundo entero. Vidas con rostro, vidas con cuerpos, vidas con Derechos. Tenemos un deber de recordar, el olvido no es posible. Tenemos un deber de recordar pero no a la «mujer» sino a Nagore, Marta, María, Olga y tantas y tantas que ya no estarán para contar sus propias historias.

La propuesta feminista es una propuesta para la humanidad mientras que el machismo daña seriamente a la humanidad y nos vuelve más vulnerables, más insensibles.

Hoy, 25 de noviembre, nos toca hablar de lo que ya hablamos todos los días. Desde la rabia, la indignación, pero también desde la certeza de que las mujeres ya no nos vamos a callar, ya no nos escondemos. Toca romper con el silencio de las víctimas. Toca a los machistas asumir la vergüenza por haber practicado durante tantos años el machismo de la broma y el machismo asesino.

A través de los cursos de autodefensa feminista realizamos un ejercicio de defensa pero no solo ante las situaciones de violencia, ante las que estamos hartas, sino ante todas las situaciones donde se vulneran nuestros Derechos. Como cuando nos dicen cómo tenemos que opinar, vestir, salir, si podemos volver a casa sintiéndonos libres. Estamos hartas pero el hartazgo no nos puede llevar a pensar en utilizar las mismas herramientas patriarcales. No son cursos de defensa personal sino cursos de empoderamiento desde lo sicológico, desde el Derecho al propio cuerpo, desde la capacidad de poner límites, desde el Derecho a tener Derecho. Porque a mayor igualdad en mi vida, en mi cuerpo y en mi cama, menor violencia. Y eso no es solo cosa de mujeres.
La información por sí misma no produce un cambio. Tenemos una responsabilidad ética de aumentar la sensibilidad, sumar conciencias y compromiso de actuación. Corremos el riesgo de que el sufrimiento ajeno nos conmocione como un ejercicio de sensibilidad humana de sobremesa o que, una vez de visto el sufrimiento, decidamos seguir viendo y entonces, actuar frente a todas las formas de violencia y discriminación.

El programa “Salvados” nos ha mostrado los rostros del sufrimiento que genera nuestro modelo de consumo en el Congo con miles de mujeres violadas y miles de personas exclavizadas. Un consumo que nos da la falsa apariencia de bienestar. Si tiramos del hilo conductor de nuestra “felicidad”, de nuestros productos de consumo, descubriremos con vergüenza que nuestra ropa, móviles, etc. están manchados con sangre. Quizás y solo quizás esa vergüenza nos lleve a un compromiso de responsabilidad desde nuestra forma de consumir. La fragilidad humana es algo que nos une a todos los seres humanos. Yo podría ser una mujer del Congo, podría ser.

Las movilizaciones de este verano en Euskal Herria contra la violencia sexual no deben quedarse en un mero acto emocional simbólico y deben de ser la representación social, de las mujeres y los hombres, que creemos que «no es no». La sensibilidad es un síntoma de que nos sigue quedando humanidad.

Convirtamos nuestra emoción en una solidaridad permanente para con las víctimas y en una ruptura social con la impunidad en la que han vivido y se han manifestado los agresores. No miremos para otro lado, la violencia está cerca de todas y todos. No le sonriamos al machista, no le votemos, no pensemos que no es cosa nuestra, no creamos que son cosas de pareja. Los delitos nunca son hechos privados. La violencia sexista siempre ha excedido a los sujetos materiales, por lo tanto, la respuesta no puede ser aislada ante los casos puntuales que, por otro lado, nunca han sido aislados ni puntuales.

Acompañemos a las víctimas y rompamos con el silencio, situando la vergüenza en los agresores. Porque son hijos sanos del patriarcado que no aceptan que sus reglas ya no valen, que no aceptan un no por respuesta, que no quieren convivir en igualdad con las mujeres.

Los cinco violadores de sanfermines no nacieron siendo violadores. Lo que sucedió es que nadie les paro, nadie dejó de reírse, nadie les puso límites, nadie ni nada les avergonzó. Fueron creyéndose, cada día, más poderosos sobre las mujeres. Como Donald Trump que, a su vez, en su «todo vale» repudia a «todos» los mexicanos por violadores. Debe de ser que los mexicanos machistas pueden violar pero en México, «cada machista dentro de sus propias fronteras». Debe ser por eso que los maltratadores reciben un buen trato en la cárcel mientras que los violadores no, cada machista violento con la «suya». Para poder entender la violencia sexista tenemos que tirar del hilo conductor de una ideología que la practicamos todos los días con nuestra forma de relacionarnos, de amar, de consumir. Los medios de comunicación, muchas veces, hablan de pelea que acaba con resultado de muerte equiparando al agresor y a la víctima. Que no nos confundan, no es un conflicto, ni una pelea entre iguales. Es violencia machista en un contexto de desigualdad que acaba en asesinato. Donde el esquema de pensamiento es «o domino o me dominan», este es el esquema de pensamiento del orden machista. Que no es equitativo ni aleatorio, es contra las mujeres; que no es descontrolado, sino para ejercer el control sobre las mujeres; que no solo aniquila vida de mujeres sino que aniquila nuestra capacidad para actuar.
 
La violencia contra las mujeres es una expresión de la desigualdad y a su vez del miedo de los varones machistas a la igualdad. El patriarcado está en crisis y por eso les dan miedo las mujeres libres. Antes la violencia era derecho natural de los varones con natural obediencia de las mujeres, yo te protejo del resto de los hombres, tú me obedeces. Las estadísticas dicen que nuestros jóvenes siguen practicando el machismo y hay quien se asusta. ¿Acaso, creemos que el machismo se fue alguna vez? Tomó nuevas formas de representarse, nuevos cuerpos, palabras más suaves, pero nunca se fue. Nunca conseguimos erradicar el machismo y la desigualdad de nuestras vidas y eso facilita no poder entender este contexto en el que se sigue ejerciendo la violencia contra las mujeres como un ejercicio de legitimidad machista. ¡Ah, no, perdón! Que lo hacen sin querer, desde el descontrol, porque no les queda otro remedio, porque sienten celos…

Lo podremos decir más alto pero no más claro, lo que discrimina y mata a las mujeres es el machismo. Y lo que hace que se perpetúe es nuestro sistema de valores y nuestra inacción a nivel institucional, social y relacional. A alguien se le olvidó contar la historia de nuestras abuelas, de nuestras bisabuelas. Una historia de violencia y desigualdad. Pensamos que eso era de otros tiempos pero ni siquiera «eso» lo identificamos. No pusimos en lo concreto la expresión de esa desigualdad, el trasfondo de la violencia, no pusimos rostro al sufrimiento.

Necesitamos actuar frente a los casos materiales de violencia, frente al machismo caballeroso, frente al machismo de la broma, porque todos ellos matan, todos ellos facilitan una identidad subjetiva de los varones que les vincula con la violencia como un rasgo natural.
Del machismo se puede salir. Tiremos del hilo conductor de nuestros mensajes, anuncios, películas y sintamos la obligación de no morir por amor. No es el amor el que viola o asesina, es el machismo más salvaje. Su historia comenzó mucho antes y sigue.

Ahora que tenemos la información podemos impactarnos un momentito y luego seguir con nuestras vidas o podemos decidir que basta ya. Lo que hagamos con ella facilitará las invisibilizaciones, discriminaciones, violaciones y asesinatos de mujeres o que hagamos un cambio de modelo. Nunca más nos riamos con el sexismo, que eso de a poquitos genera a la gran bestia. Tenemos la oportunidad, tenemos la capacidad, hagámoslo real.

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