Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

El PP y los jeltzales

Los intereses partidistas del PNV y los estratégicos de España para mantener su soberanía sobre Euskal Herria confluyen.

Desde hace algunos años el recorrido del PP en Euskal Herria se ha convertido en la patética crónica de un partido menguante que parece estar más centrado en conjuntar bien su canto del cisne que en desarrollar política con un mínimo de fundamento.

La derecha española asentada en nuestro país tuvo su tiempo de floración aprovechándose de las circunstancias que le ofrecía el conflicto armado y sus consecuencias. En ese ecosistema, impulsados por los vientos favorables de Madrid y con el timón extremista y beligerante de Mayor Oreja lograron hacerse un espacio en la política vasca que en algunos momentos tuvo una más que relevante dimensión institucional. Para el Estado español, el PP era, de lo disponible, su representante más cualificado, su activo de mayor confianza.

Pero en la medida en que disminuye la virulencia del enfrentamiento, los mensajes de un retrógrado iluminado como Jaime Mayor Oreja, en crudo o edulcorados, no tienen eco en una sociedad adulta como la vasca. El PP se queda sin discurso y sin espacio.

Desorientados y erráticos en Euskal Herria y fuera del Gobierno en España, purgando a las y los más avanzados, es tal su pérdida de contacto con la realidad que no tienen otra ocurrencia que poner a la cabeza del partido a alguien que es reconocido precisamente por no tenerla, alguien como Carlos Iturgaiz, una calcomanía barata de Mayor Oreja.

En lugar de abrir el horizonte y mostrar la suficiente inteligencia política y conocimiento de la sociedad vasca como para derivar hacia un espacio de derecha unionista vasquista, incluso foralista reconociendo una cierta identidad comunitaria vasca, se enquistan en evocaciones de un pasado felizmente superado que parecen añorar y al que se aferran con un lenguaje atufado de odio.

Y así, el sector de derecha española moderna y joven de la sociedad vasca parece sentirse más atraído hacia el PNV que hacia el PP. Y los jelkides, encantados y felices; aplaudiendo con las orejas por los felices vasos comunicantes.

Estas circunstancias no pasan desapercibidas para quienes mueven los hilos del Estado, y es más que una evidencia que el PP ha dejado de ser su operativo de confianza en tierra vasca y que su estrategia para frenar al independentismo apunta hacia otro lado.

Su apuesta no está en quienes en la actualidad ya no pintan nada en la vida social y política de nuestro país. Porque nadie pone su confianza en un caballo cojo y desnortado. Ningún Estado que pretenda seguir manteniendo el control sobre un país que no le pertenece reconoce como principal operativo estratégico a un partido que cada vez tiene menos relevancia en el territorio y cuyo apoyo electoral se va reduciendo a la irrelevancia.

En todo proceso de colonización llega un momento en el que la sociedad a la que le ha sido arrebatada su soberanía toma conciencia de su situación de dominación e inicia el camino de liberación nacional. En esa fase, lo que el Estado busca siempre es proteger sus intereses políticos, económicos y culturales que, en definitiva, es el fundamento de la colonización. Para ello, salvando el recurso al empleo de la violencia para mantener el control, la fórmula más eficaz es disponer de una fuerza política autóctona que gestione la situación y cortocircuite las pulsiones nacionales cerrando el paso al independentismo.

En este punto, los intereses partidistas del PNV y los estratégicos de España para mantener su soberanía sobre Euskal Herria confluyen. La situación beneficia tanto a ambas partes que el Estado español no tiene problema alguno en sacrificar al PP vasco en favor del PNV. Y la formación jeltzale tiene suficiente con aprovecharse de la coyuntura, pues la situación le coloca en una situación formidable para mantener la cobertura de su sustancioso montaje vasco.

Los unos para perpetuar su dominación sobre Euskal Herria y los otros por la buena marcha del negocio. El hambre y las ganas de comer se dan la mano para frenar el paso al independentismo; en definitiva, para detener el avance de la izquierda abertzale, que representa el único camino transitable hacia la liberación nacional y social del pueblo vasco.

El Estado siempre inmolará lo que haga falta y potenciará lo que le interese para mantener su dominación, y le dará igual abandonar al PP –aunque se resista– y facilitar el trasvase de votos de derecha hacia el PNV que potenciar de manera subrepticia movimientos izquierdosos que pongan en cuestión a la izquierda abertzale.

Lo mismo ayer que hoy, en la fase de enfrentamiento armado como en la actual exclusivamente política, nos encontramos en un conflicto de soberanías: dos Estados que violan la soberanía y la integridad territorial de un pueblo que lucha por su derecho a organizar libremente su futuro como nación.

En este contexto, la clave para recuperar nuestros derechos nacionales está en aglutinar una gran mayoría de la sociedad vasca capaz de forzar a los Estados a reconocer el derecho a la libre determinación. No hay otra fórmula que no sea ser más y más personas en marcha hacia la soberanía y la integridad territorial; combinar todos los recursos de los que disponemos, la militancia, la calle, las instituciones, la cultura hacia el horizonte de la independencia y el socialismo.

No hay más esperanza que la que seamos capaces de sembrar en la sociedad vasca. Porque aquí es donde está el futuro; no en lo que pudiera darnos Madrid o París sino en la fuerza que seamos capaces de alzar para arrancárselo. Porque la soberanía no es algo que nos pueda dar nadie: la soberanía es lo que nos corresponde. Y este año 2023 tenemos que avanzar más hacia ese porvenir.

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