Raúl Zibechi
Periodista

El sorprendente «socialismo con particularidades chinas»

Será la nación más poderosa en la segunda mitad del siglo XXI y su influencia –política, cultural y económica– llegará a todos los rincones del planeta.

El congreso del Partido Comunista de China realizado en octubre pasado, deparó algunos cambios que parecen situar al país asiático en una orientación por lo menos novedosa a nivel discursivo. El PCCh propone una «revitalización» del país que su secretario general, Xi Jinping, valora como «otra gran marcha», evocando la Larga Marcha en la cual los comunistas dirigidos por Mao Zedong recorrieron a pie más de 10.000 kilómetros para eludir las campañas de cerco y aniquilamiento de las fuerzas nacionalistas del Kuomintang (goo.gl/7gkcV6).

En la misma dirección el partido comenzó a mentar el «pensamiento de Xi Jinping» (antes se hablaba del «pensamiento Mao»), como guía para los 80 millones de comunistas chinos. En paralelo, se observa una defensa del pensamiento de Karl Marx con frases que parecen extractadas de otra época: «La historia ha probado y continuará probando que solo el socialismo puede salvar a China y solo adhiriéndonos y desarrollando el socialismo con peculiaridades chinas materializaremos el rejuvenecimiento de la nación China» (goo.gl/7gkcV6).

Los dirigentes chinos aseguran que no buscan la hegemonía y que la «modernización socialista» que se completaría hacia 2035 le permitirá convertirse en un «poderoso país socialista moderno» a mediados de este siglo, «una meta clave en el sueño chino».

Un reporte de la agencia estatal Xinghua del 24 de abril, subraya el llamado de Xi a estudiar el "Manifiesto Comunista" (goo.gl/AJJy5p). En su opinión, el objetivo consiste en «entender y captar el poder de la verdad del marxismo». Destacó el carácter «científico» del texto que debe aplicarse a la planificación del país para cumplir sus objetivos de largo plazo. En la misma reunión, abogó para que sus miembros «conserven siempre las aspiraciones fundacionales del Partido».

Creo que hay material suficiente para la reflexión y para detectar algunas contradicciones en el llamado «socialismo con peculiaridades chinas». La más evidente, es que el pensamiento marxista tiene una clara inflexión clasista, está moldeado en torno a la emancipación de los trabajadores como clase explotada y oprimida. En China, este aspecto está ausente y solo se menciona el nivel de vida de los trabajadores. Ni siquiera se habla de la emancipación de las mujeres, ni de los problemas específicos de jóvenes y niños.

Por el contrario, la referencia al marxismo y al "Manifiesto Comunista" aparece enfocada en la construcción de una nación y un Estado potentes que garanticen el futuro soberano del país. Llegados a este punto, creo necesario hacer algunas consideraciones sobre esta inflexión política e ideológica de China.

La primera consiste en que no puede ser casual que la dirección china se vuelva hacia el marxismo y el socialismo justo en el momento en cual las contradicciones con Estados Unidos crecen de forma exponencial. Más aún, se registran tendencias muy fuertes a una competencia cada vez mayor con Occidente en su conjunto, en la medida que la Unión Europea continúa subordinada a los intereses de Washington.

Un país como China, que fue una potencia global hasta el siglo XIX, cuando el colonialismo francés y británico la humillaron, parece haber sacado conclusiones de la historia reciente. Sufrió dos «guerras del Opio» (la primera entre 1839 y 1842, y la segunda entre 1856 y 1860) y la invasión japonesa (entre 1931 y 1945). La orgullosa nación china quedó hundida y solo comenzó a ponerse de pie con la revolución que triunfó en 1949.

El objetivo central de los dirigentes chinos no puede se otro que evitar nuevas invasiones, para lo que necesitan construir poderosas fuerzas armadas, camino en el que vienen avanzando notablemente. En este marco de creciente confrontación con Washington, la inflexión socialista puede estar destinada a marcar las diferencias entre ambos países, en momentos en que el Gobierno de Trump lanza una «guerra» que no será solo comercial.

Mi hipótesis es que la acentuación de la confrontación con Estados Unidos y Occidente es respondida –entre otras iniciativas como la Franja y la Ruta de la Seda y el lanzamiento del petroyuan para competir con el petrodólar–, con la apelación al principal rasgo diferenciador entre ambas naciones, como lo es su pasado socialista.

La segunda cuestión es que ese pasado no está muerto, aunque sería demasiado abusivo decir que China tiene rasgos socialistas. El egipcio Samir Amin, en un trabajo publicado en 2014 y titulado “¿China es capitalista o socialista?” (goo.gl/rz8cHy), recuerda que Mao «comprendió mejor que Lenin que el camino capitalista no llevaría a ningún lado y que la resurrección de China solo podría ser obra de los comunistas».

Encuentro esta apreciación enteramente ajustada a la historia reciente, aunque el vocablo «comunista» puede llamar a engaño. En rigor, lo que se produjo desde 1949 (no solo en China sino en buena parte del tercer mundo) fue un profundo viraje político-cultural que desplazó los intereses coloniales e imperiales para poner en primer lugar la defensa de la nación. Lo que une a personajes tan diferentes como Mao y Deng Xiaoping (quien puso al dragón en el rumbo capitalista) es la negativa a repetir el pasado, lo que equivale a construir un país próspero y poderoso.

Para Amin hay una cuestión central que le impide concluir que China sea capitalista, aunque tampoco afirma que sea socialista. Esta cuestión sería la «especificidad china»: la tierra no es una mercancía porque, distribuida durante la reforma agraria, «no fue privatizada, permaneció como propiedad de la nación representada por las aldeas y comunas y solo el uso fue concedido a las familias rurales».

No es el único autor que considera que siendo la tierra «un bien común» no debe hablarse de capitalismo, porque «la vía capitalista se basa en la transformación de la tierra en mercancía». Un razonamiento similar propone Giovanni Arrighi en "Adam Smith en Pekín", quien sostiene que el desarrollo chino no lo promovió el capital global sino las «tradiciones autóctonas», entre las que destaca la tradición revolucionaria maoísta.

Arrighi diferencia entre el desarrollo de Occidente y el de China, que estaría basado en la «acumulación sin desposesión» de campesinos y trabajadores, y explica su éxito en la combinación de reforma agraria, educación para todos y la construcción de infraestructuras rurales.

Por último, más que emitir juicios me parece importante estar atentos a lo que sucede en China, ya que será la nación más poderosa en la segunda mitad del siglo XXI y su influencia –política, cultural y económica– llegará a todos los rincones del planeta. El primer paso debería consistir en comprender realidades bien distintas a las occidentales. Entre ellas que China no está destinada a seguir los pasos de las potencias coloniales e imperialistas.

En paralelo, debe recordarse la impronta de una tradición revolucionaria como la china que ha promovido en las capas subalterna una autoconfianza y «combatividad considerablemente mayores que en cualquier otro país del Sur global e incluso que en la totalidad del planeta», como sostienen Amin y Arrighi.

No pretendo sugerir que en la dirección del PCCh anida un potencial revolucionario, entre otras cosas, por su recuperación de un marxismo cientificista y economicista. Sin embargo, la realidad de China desafía los esquemas clásicos occidentales (izquierda-derecha, capitalismo-socialismo, etc.). Se trata de acompañar un proceso que tendrá honda influencia en todo el planeta, en particular en las izquierdas y en los movimientos populares.

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