Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Ellas quieren

Así somos las mujeres: solidarias, virtuosas, capaces de renunciar a todo para hacer felices a los demás. Porque somos promotoras, pero no dueñas de la alegría.

En las últimas semanas se ha hablado mucho de algo que ocurría pero de lo que no nos enterábamos: los rituales patriarcales universitarios. Por gracia de internet y del hecho de que ahora para que algo exista debe ser expuesto en las redes, nos hemos enterado masivamente. La escenificación de los hombres universitarios del Elías Ahuja, colegio mayor con segregación sexual, no se ha hecho de manera espontánea, es toda una puesta en escena orquestada y ensayada. Pero va y resulta que al colgarlo en las redes deja de ser un acto «sin más», que pueda limitarse a cómo se sienten ellos, los performativos del machismo tradicional; o ellas, las posibles empoderadas, desde el espejismo de la igualdad neoliberal, a las que hemos podido escuchar decir «no sentirse humilladas ni indignadas» ante lo que conciben como algo que forma parte de lo normal entre las bromas de sus hermanos. O puede ser que sientan que el mensaje no va destinado a ellas, porque crean que sus hermanos nunca las tratarán como a «putas». En los medios pronto comenzaron los dos discursos posibles: el de la broma sacada de contexto y, el otro, que cuestionaba qué lleva a unos chicos a considerar que llamar putas a sus iguales y decirles que las van a follar les puede hacer sentir encantadas.

En la violencia contra las mujeres, en la materialización de los hechos, suele ocurrir que solo las mujeres afectadas y los agresores directos son testigos de la misma. A diferencia de otras violencias, la sexista se da en un entorno de confianza, privado e, incluso, de supuesto vínculo afectivo. Muchas de las violencias están absolutamente naturalizadas y, a la par, hemos aprendido un discurso igualitarista muy bien articulado que impide distinguir cualquier conducta machista, incluso cuando esta se ejerce desde una incitación directa a la misoginia.

No son jóvenes desarraigados, sin valores, sin educación. Son jóvenes actuales de la modernidad sincrética con la tradición machista. Son los futuros médicos, jueces, ministros, profesores, etc.

Uno de los aspectos que me llama la atención es que se haya puesto el foco en ellas, a las que iba destinado el mensaje, porque no solo no se sienten agraviadas, sino que han justificado la gamberrada. Como hizo algún cargo público con los pinchazos de este verano, «simples gamberradas». Entra dentro del discurso del binomio negacionista-naturalizador, que infravalora y aísla los hechos en anécdotas y, por otro lado, los promueve como parte de la simple tradición o de aquello que las mujeres aceptan. Discurso que suele justificar el machismo señalando que las mujeres son las más machistas o que si las propias mujeres no se sienten agredidas, ¿por qué vamos a intervenir? Para justificar la violencia en un marco de igualdad es imprescindible minimizar, trivializar o ridiculizar cualquier acto de violencia y, a su vez, convertir a las afectadas en no ofendidas ante el agravio. Entonces, ¿a quién le importa lo que haya ocurrido u ocurra entre dos colegios que llevan con esa inocente tradición décadas? Ahora hemos sabido, gracias a la revista “La Marea”, que Casado, aquel que iba para presidente, fue alumno en ese colegio y que escribió un alegato «animal» para incitar a la caza de zorras. Animalillo que es él, sin conciencia, ni valores, sin pensar ni lo que escribe. Escribir más de 140 caracteres conlleva un acto reflexivo donde nos exponemos al visibilizar una y no otra realidad, al argumentar cualquier postura, nuestros valores, nuestras convicciones. Casado tiene valores, los mismos en los que se han construido los chicos que durante décadas han pasado por ese y otros tantos colegios mayores.

En el siglo XVII, frente a la misoginia, se gestó la contranarrativa que promovía la excelencia de las mujeres, con una supuesta superioridad moral de las mismas. Hoy siguen estando presentes las dos. De hecho, hay quien justifica la violencia patriarcal en el miedo de los varones a la supuesta superioridad de las mujeres; obviando que en realidad no es por inseguridad sino por el riesgo a la pérdida del poder sobre ellas. Al convertir la cuestión de la violencia en un elemento emocional, como es el miedo, resulta más fácil victimizar a los hombres, considerarlos unas víctimas de sus acciones. Máxime cuando ya se sabe que no saben gestionar sus emociones.
 
En el espejismo de la igualdad neoliberal ha surgido una nueva narrativa, la de la libertad: ellas quieren prostituirse, ellas quieren ser vientres de alquiler, ellas quieren que las follen. Este septiembre, en Cuba han aprobado, dentro de un paquete de medidas para promover los derechos de la comunidad LGTBIQ+, la «gestación solidaria». Así le van a llamar. El activista y director de cine cubano Héctor Cabrera, en una entrevista de radio, lo mencionó como un elemento necesario para proteger los derechos de las mujeres, a lo que ninguno de los dos periodistas que le entrevistaban reaccionó o cuestionó. ¿Alguien puede pensar que explotar reproductivamente a las mujeres y comerciar con bebés pueden ir en la misma frase que derechos humanos? Pues hay quien sí y, además, lo adorna dentro de un paquete de medidas solidarias, de derechos que van a beneficiar a las mujeres. También nos dirán que cuando lleguen los yanquis, los europeos o cualquier persona rica del norte a comprar un bebé, las mujeres ucranianas, las cubanas, con excelentes capacidades reproductivas, lo van a hacer por amor al prójimo. Así somos las mujeres: solidarias, virtuosas, capaces de renunciar a todo para hacer felices a los demás. Porque somos promotoras, pero no dueñas de la alegría. Es curioso, porque entre las emociones permitidas para los hombres está la alegría, por eso no soportan a las mujeres alegres, a no ser que nos convirtamos en alegres gracias a ellos, que es la acepción que vinculaba la prostitución con la alegría de las mujeres, mujeres alegres decían.

La excelencia moral ahora se nos devuelve convertida en libertad y solidaridad. Mientras las mujeres, supuestamente, queremos todo esto, una de las preguntas que me surgen es: ¿qué quieren ellos?

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