Alfonso Ríos Velada
Responsable de Salud Laboral y Medio Ambiente de CCOO de Euskadi

Emergencia climática y conflicto de clase: elementos de la ecuación para una transición justa

Las personas ricas estiman que van a poder adaptarse a la catástrofe climática, y que podrán pagar con dinero un bienestar al que el resto de la sociedad no accederá.

A día de hoy pocas personas y organizaciones niegan que nuestro planeta y las sociedades que lo habitamos estamos sufriendo ya los efectos del cambio climático, aunque quede mucho trabajo de sensibilización para que la respuesta proactiva a esta problemática sea realmente amplia.

A largo plazo, el nuevo pacto social en defensa del planeta no es ya entre las y los actualmente presentes, sino que, al estarse dirimiendo las condiciones de vida de generaciones futuras, éstas han de ser tenidas en cuenta. La Organización Mundial de la Salud alerta sobre el aumento de fallecimientos debido al cambio climático, asociados entre otras cosas al aumento de temperatura, aumento de las radiaciones ultravioletas o mayor concentración de la contaminación, lo que se traduce en enfermedades respiratorias, golpes de calor, deshidratación o patologías de la piel.

La clase trabajadora del futuro también ha de ser tenida en cuenta, puesto que lo que ahora se determine acabará influyendo sobre condiciones laborales y calidad el empleo. Por poner un ejemplo sencillo, es fácil imaginar las consecuencias en sectores que normalmente trabajan al aire libre, como construcción, limpieza o jardinería. De hecho, los datos aportados por el Ministerio de Trabajo y Economía Social nos muestran que mientras que en 2014 se registraron 829 jornadas de trabajo perdidas debido a insolaciones o accidentes relacionados con el calor, en 2017 el número ascendió a 2.260.

En contraposición con esto, a nuestro juicio es posible aprovechar la lucha contra un agravamiento aún mayor de los efectos del cambio climático para generar empleo. En un reciente estudio del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud de CCOO, que lleva por título Escenarios de rehabilitación energética para la recuperación y la creación de empleo, se elaboran una serie de previsiones sobre la rehabilitación de edificios para la eficiencia energética en el conjunto del estado. Las más optimistas, muestran como realizable la rehabilitación de 2,8 millones de viviendas hasta 2030, alcanzándose el objetivo de quince millones de viviendas rehabilitadas en 2050. Al ahorro energético, el recorte en las facturas de consumo que las personas usuarias tendrían que pagar y la reducción de gases de efecto invernadero, tendríamos que añadir otra consecuencia beneficiosa para la clase trabajadora: la creación de 463.000 empleos en el sector de la construcción, sector que no había terminado de recuperarse plenamente de los efectos de la crisis económica de 2008 cuando ha sido nuevamente golpeado por la crisis sanitaria y económica provocada por el covid-19.

La Comisión Europea también se pronunció sobre este particular en su comunicación de 2014 “Hacia una economía circular: un programa de cero residuos para Europa”, donde establecía que la aplicación de medidas para el fomento de la economía circular y la reutilización podrían reducir las emisiones totales anuales de gases de efecto invernadero entre un 2% y un 4%, suponiendo a las empresas de la UE un ahorro neto de 600.000 millones de euros, lo que representaba el 8% de su volumen de negocio en aquel año.

Este ahorro puede trasladarse a la negociación colectiva para una mejora de las condiciones de trabajo y para la implantación de medidas frente a las consecuencias del propio cambio climático.

Cuando desde el ámbito sindical reivindicamos una transición ecológica justa, a todo esto nos referimos. La lucha contra los efectos del cambio climático no tiene que tener impactos negativos sobre la cantidad del empleo ni sobre las condiciones de trabajo. Al revés, existen sinergias que pueden incluso traer mejoras. Pero es imprescindible hacerlo con perspectiva de clase, al ser la clase trabajadora la que va a soportar, de una u otra forma, las consecuencias del modelo que se potencie.

Pertenecer a una u otra clase social hace encarar de forma distinta los problemas. En su magistral “Cuatro Futuros. Ecología, robótica, trabajo y lucha de clases para después del capitalismo”, el escritor y activista estadounidense Peter Frase nos recuerda que son las clases sociales más adineradas quienes,en general, menos temen perder ante el cambio climático, pudiendo escapar a los peores escenarios mediante la imposición de sus costes a la población trabajadora. En estas capas pudientes abundan las personas negacionistas ante la emergencia climática. Pero en algunas ocasiones, estas personas no rechazan afirmaciones científicas ya consolidadas sobre el calentamiento global, sino que se muestran indiferentes a sus impactos porque pronostican que no les afectarán.

Es otra consecuencia de la desigualdad reinante en nuestras sociedades. Las personas ricas estiman que van a poder adaptarse a la catástrofe climática, y que podrán pagar con dinero un bienestar al que el resto de la sociedad no accederá. Perciben comodidad para unos pocos, frente a privaciones para la mayoría de la población. Pero olvidan que, cuando hablamos del cambio climático, la externalización del riesgo a terceras personas como forma de negarlo, no es más que un espejismo. Además, no todas las personas tenemos las mismas responsabilidades en la generación del cambio climático. Nos debemos, como sociedad, uno y muchos debates sobre un tema que nos va a afectar ahora y en el futuro.

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