José Ignacio Ansorena
Músico

Empecinados plastificados

Las sociedades y personas que se opusieron entonces encendidamente al asunto hoy dicen que no se acuerdan y hacen ver que en sus tamborradas también participan las mujeres con normalidad. En algún caso hasta es verdad. A los plastificados les va a pasar otro tanto.

Debo de estar haciéndome mayor porque me han entrado unas ganas irrefrenables de escribir unas líneas de apoyo a la Denis Itxaso, lo cual es preocupante. Pero su petición para que desaparezcan los plásticos luctuosos del Alarde de Hondarribia lo merece.

Con ese motivo, un grupo de mujeres de la localidad le ha pedido respeto a su libertad de expresión y en informativos diversos oigo las tan repetidas palabras de participantes en el alarde tradicional (así lo llaman) de que «los de fuera no tienen que decirnos cómo vivimos la fiesta». El mismo discurso de los que tiran la cabra del campanario, alancean toros y gustan de matar gallinas u ocas con acompañamiento musical.

No me queda claro dónde se coloca la frontera de lo foráneo. Muchos veraneantes, originarios de diversos lugares, pasean en el alarde recalcitrante (mejor denominación) y lo apoyan con fiereza. A estos se les admite su participación y su criterio sin ninguna objeción. Tengo que preguntar si algún chino, judío o gitano participa ya en él. O algún refugiado en tránsito. Siempre en masculino.

Recuerdo haber asistido en varias ocasiones al Alarde. Un amigo tomaba parte en él y se empeñaba en que acudiéramos. Éramos muy jóvenes, menos de veinte años, y en varias compañías participaban chicas (mi amigo todavía guarda fotos de aquello). Pero eran enchufadas, las hijas, sobrinas o alguna otra cosa de los que mandaban en el cotarro. Lo admiten los temosos, pero añaden: «Si todo iba bien. Hasta que vinieron las progres y lo destrozaron todo». ¡Qué malas son!

Cuando comenzó esta pelea estúpida, escribí un artículo pronosticando lo siguiente: «Antes pronto que tarde las mujeres tomarán parte en los Alardes de Irún y Fuenterrabía con igualdad derechos respecto a los hombres. Y muchos que últimamente han dicho numerosas tonterías malintencionadas tendrán que callarse avergonzados». No sospechaba entonces que pudiera haber tanta terquedad por medio. Recibí innumerables llamadas de reproche y algunas amenazadoras. En una me decían lo siguiente: «No se le vuelva a ocurrir aparecer por Fuenterrrrrrabía (la «rrrrrr» denotaba al euskaldun que me llamaba, aunque me habló en español), que tenemos buena memoria». A lo que contesté, con mi poquita sabiduría: «Voy a donde quiero cuando puedo» y colgué.

Al poco, falleció una buena amiga hondarribitarra, de familia arrantzale muy conocida en la localidad. Acudí al funeral y, como tengo por costumbre en estos casos, en el momento de la poscomunión, improvisé con el txistu una elegía en su recuerdo. Todo el acto resultó muy emocionante con la iglesia repleta de asistentes. Al salir, apretado entre el gentío, una voz me susurró en el pabellón de la oreja: «Ansorena, ya puedes volver a Hondarribi. Estás amnistiau». Cuando caí en la cuenta de qué iba, giré la cabeza, pero no localicé al autor de mi indulto. Sospecho que estas líneas me traerán una nueva pena, con agravante de reincidencia.

En San Sebastián hace bastantes años también vivimos nuestra pelea sobre la materia. Las socias de Kresala plantearon que querían tomar parte en la Tamborrada y se lo trabajaron muy bien, como suele ser habitual en estas cuestiones. Al ser vicepresidente de la sociedad en aquellos momentos, me tocó defender el frente institucional. La bronca inicial –hasta piedras nos arrojaron en la primera salida– fue sonada. Pero, a los veinte años, los representantes municipales, tan tibios en aquellos momentos, otorgaron la Medalla al Mérito Ciudadano a aquellas socias por su labor a favor de la convivencia ciudadana. Y las sociedades y personas que se opusieron entonces encendidamente al asunto hoy dicen que no se acuerdan y hacen ver que en sus tamborradas también participan las mujeres con normalidad. En algún caso hasta es verdad. A los plastificados les va a pasar otro tanto.

Acaso, a pesar de que la utilización abusiva del plástico no es ecológicamente aconsejable y de que el color elegido no acompaña el espíritu festivo, sí deban utilizar los plásticos negros. Para ocultarse tras ellos, no salir en las fotos y no tener que explicar en el futuro a sus descendientes qué pintaban haciendo el ridículo de esta manera. O quizá, para que entiendan, el resto de los mortales tengamos que llenar las aceras al paso del Alarde empecinado y ocultarnos tras plásticos amarillos. Por lo de la libertad de expresión.

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