Iñaki Bernaola Lejarza

En la guerra perdemos todos (o casi)

Cuando sucedieron las atentados del metro de Madrid, allá por el año 2004, yo era director de un colegio público.

Al enterarnos de la magnitud de la noticia, se convocó una reunión del profesorado, a fin de plantear alguna respuesta determinada. Yo propuse repartir un comunicado a las familias, a cuyo efecto había preparado ya un borrador, que leí en la reunión. En el escrito decía que, al margen de las iniciativas de rechazo que desde la sociedad civil fueran a plantearse, los profesores debíamos manifestar que esos hechos eran totalmente contrarios a los valores que deben inspirar cualquier proyecto educativo, y que nuestra obligación era acometer desde el propio entorno escolar una educación para la paz, que sirviera para que el alumnado aprenda a resolver los conflictos sin recurrir a la violencia, y acaso en el futuro para que hechos como el de Madrid no volvieran a producirse.  

El escrito tuvo una acogida más bien tibia. Por fin un miembro del equipo de profesorado se atrevió a dar una opinión: dijo que no reflejaba suficientemente la rabia que sentíamos por el atentado. Ante esa situación, inmediatamente retiré la propuesta. Porque aunque la rabia es un sentimiento tan legítimo y natural como cualquier otro, no es, sin embargo, el mejor sentimiento para inspirar valores educativos.

No está mal ante este tipo de noticias hacer un ejercicio de introspección para darnos cuenta de lo que sentimos con cada una: ¿Qué sentimientos nos inspira el atentado de París? ¿Y el avión ruso que partió de Egipto? ¿Y los que pierden sus casas y la mitad de su familia tras un bombardeo, huyen a la desesperada, pierden todo su dinero pagando a mafiosos y al final se ahogan intentando llegar a Europa por mar? ¿Cuál de todos ellos nos da más rabia y cuál menos, y por qué?

Entender y compartir no son la misma cosa. Pero para lograr la paz, hay que saber entender al otro. Desde el sentimiento de rabia, eso es imposible. Pero aún sin ella, entender lo que pasa con el ISIS y con el mundo árabe es difícil, entre otras cosas porque gran parte de lo que nos cuentan es mentira. Mentiras grandes, como la de las armas de destrucción masiva o la atribución a ETA de los atentados de Madrid en aras de obtener un rédito electoral. Y mentiras pequeñas, como aquella foto de un ave marina impregnada de petróleo, que la propaganda yanqui atribuyó a la invasión de Kuwait por Irak en año 1991, y que luego se supo que tal pájaro sucio de petróleo no tenía nada que ver con Oriente Medio.

Nos cuesta entender cómo el ISIS ha llegado a ser lo que es en tan poco tiempo. Tampoco entendemos cómo tantos voluntarios acuden, con indudable riesgo personal, a meterse en una guerra sin principio ni fin. No lo entendemos, aunque al menos estamos casi seguros que todo eso no obedece exclusivamente a razones subjetivas por muy convincentes que para algunos sean éstas, sino que también existen razones objetivas. Algunas ya las conocemos: en los últimos tiempos, Francia ha intervenido militarmente en Siria, Chad, Libia, Mali... ¿Cómo? Bombardeando.   

Pero si realmente queremos la paz tenemos que entender algo más. Por ejemplo, tenemos que entender que no se puede andar un día sí y otro también diciendo gilipolleces sobre la religión musulmana, porque así ofendes a cientos de millones de personas. O que si en un país el diez por ciento de su población es de religión musulmana y tiene el árabe como lengua materna, eso quiere decir que la identidad de ese país es al diez por ciento musulmana y de raíces culturales árabes. Y si queremos la paz, tenemos que saber respetar los derechos de todos y reconocer todas las identidades.

Tampoco son fáciles de entender el señor Francois Hollande y sus acólitos: hace poco bombardearon al ejército de Gadafi en Libia, propiciando su caída del poder y su brutal asesinato. Y hoy resulta que en la misma ciudad donde le mataron a Gadafi el ISIS se ha hecho con el poder, y está festejando los atentados de París. ¿Qué pretendía Hollande entonces? ¿Acaso es tan inútil políticamente que ha conseguido justo lo contrario del objetivo deseado, o acaso no es tan inútil y las cosas son más complicadas de lo que parece?

Es triste, enormemente triste que un cliente de un bar acabe sin más tiroteado. O que una mujer siria tenga que soportar el enorme infortunio que hemos descrito en este mismo artículo. O que un joven veinteañero, sin que nadie diga saber realmente por qué motivo, ponga fin a su vida causando de paso una tragedia. Es triste y, hasta cierto punto incomprensible. Sólo hasta cierto punto, porque sí que sabemos que su enfática declaración de guerra no le va a hacer a Francois Hollande mucha pupa, porque si las cosas se ponen feas ya le sacarán en helicóptero de donde esté. A quien sí le va a hacer pupa es a los ciudadanos de a pie, que somos quienes más necesitamos la paz. Porque en las guerras modernas, siempre somos los ciudadanos de a pie quienes acabamos pagando el pato.

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