Víctor Moreno
Profesor

¿En qué quedamos, República o Monarquía?

En estos tiempos en los que se recuerda la figura de Zumalacárregui como heraldo de una República Federal Independiente de las cuatro provincias vascas peninsulares, es ilustrativo recordar el manifiesto de Jaime III, del 23 de abril de 1931, recién instaurada la II República. Lo común es afirmar que, «tras la huida de Alfonso XIII, el Carlismo, con Jaime III al frente, y tras enfrentarse con dureza a la dictadura de Primo de Rivera, acogió con esperanza la proclamación de la República, proponiendo un proceso constituyente, una federación de repúblicas ibéricas, políticas sociales igualitarias y un respeto escrupuloso a la voluntad popular». ¿A que suena bien?

Solo que Jaime III añadía que esa federación de repúblicas «debería ser liderada por un gran partido monárquico, federativo y anticomunista, donde la Iglesia y el Ejército estuvieran en su verdadero lugar». Ese partido sería quien «rigiera los destinos de esa España». Porque «no puede haber más que un solo partido monárquico en España y a la cabeza de esa federación esté un Rey», el jaimista. Pues ese «ha sido siempre el fundamental objeto de nuestra política: realizar la federación de las distintas nacionalidades ibéricas», o lo que es lo mismo, «la obra inmensa que es construir la federación de la nueva España».

Jaime III desconfiaba de la II República, porque «en un tiempo brevísimo puede ser arrollada por la avalancha del comunismo internacionalista, destructor de la Religión, de la Patria, de la familia y de la propiedad». Así que le embargaban «hondas preocupaciones en estos momentos solemnes de la Historia». Jaime III murió de una angina de pecho el 2 de octubre de 1931.

Y ya que estamos, preguntemos. ¿Cómo acogieron la llegada de la II República los carlistas de "El Pensamiento Navarro"? Antes de constituirse el Gobierno, el periódico calificó el hecho como «la más grave de todas las horas que ha vivido España». Como católicos, lo primero que hicieron fue «acordarse de Dios y del Caudillo» (Jaime III), para implorar, no el derrumbe de la República, sino «levantar nuestro corazón a lo alto, pedir a Dios que proteja a España y hacer nueva protesta de nuestra fe inquebrantable en los principios que encarna nuestra Bandera. Y un cada vez más identificados con nuestro Augusto Caudillo don Jaime de Borbón, representante legítimo de la Monarquía y la Tradición». Luego, manifestarían que «los carlistas estarían frente a todos los regímenes que no se ajusten al que propugnamos, continuaremos luchando dentro y al amparo de la ley, por el triunfo y exaltación de la Iglesia católica, por prestigio y engrandecimiento de España y por el reconocimiento de los derechos de nuestro Rey ("El Pensamiento Navarro", 14.4.1936).

Ante un régimen extraño a su ideología, confesaban que adoptarían «una actitud beligerante, siempre dentro de la ley», conducta que se saltarían los requetés una y otra vez, conspirando. Viendo los carlistas que la II República iba en serio, los de Pamplona enviaron a Jaime III dos telegramas pidiéndole orientación ante la que se había armado. La Hermandad de Veteranos Carlistas telegrafió: «momentos críticos para Patria, ofrécese incondicionalmente. Eleta Presidente». La Juventud Jaimista de Pamplona se limitó a «reiterar hoy adhesión monarquía legítima. Presidente Tapia».

Los editoriales de "El Pensamiento" mostrarían su desazón ante los hechos consumados. Así el editorial titulado "Hoy como ayer" se sinceraba: «El pesimismo de que impregnábamos nuestro último editorial se ha confirmado plenamente. Señalábamos la gravedad del momento estimándola máxima, y a nadie se ocultaba que lo era. Como que ese estaba concertando, no la entrega de poderes de uno a otro Gobierno, sino el cambio absoluto en la estructuración política del Estado español».

La declaración posterior fue más contundente: «Las esencias tradicionales Unidad Católica y del amor a la Patria común han chocado con la oposición firmísima de los mal avenidos con la Monarquía».

Hay que reconocer que los carlistas aceptaron que las elecciones de febrero fueron democráticas: «Hemos de reputar el plebiscito de fiel expresión del verdadero anhelo del país, y aunque lo aceptemos como un hecho consumado indiscutible, han dado al traste con el usufructo de la corona española», frase que ya contenía el manifiesto de su rey.

Luego, desde «la ecuanimidad y la justicia», advertía de que el presente «nos lleva a considerar que sea cualquiera el carácter de la recién nacida República Española, nosotros, con la lealtad que es peculiar de siempre en la Comunión Tradicionalista, figuraremos en la avanzada oposición y, dentro del amparo de la ley (...); nos dedicaremos a trabajar con el máximo fervor y entusiasmo por el restablecimiento en nuestra Patria de la Monarquía federal» ("El Pensamiento Navarro", 15.4.1936). Y una Monarquía federal no es una República, ¿verdad?

También afirmaban que el triunfo de la República no significaba la derrota del carlismo jaimista. Al contrario, los carlistas sentían «haber salido indemnes y si nos apuran, ganando». Para añadir que, mientras «los intereses de la Iglesia y la integridad y el buen nombre de España no se dañen», lo demás vendrá por añadidura. Cosas de la providencia divina. Seguro que sí.

Y ello, «porque contra la monarquía constitucional hemos sido nosotros quienes con más encono hemos luchado». ¿Cómo negarlo? Claro que sí. Para concluir: «sin que nos duela, podemos lamentar el triunfo de la República en nuestra patria por los antecedentes que su primera actuación nos ofreció». Al fin y al cabo, «ya habían avisado que la proclamación de esta República sería el primer paso hacia la revolución» ("El Pensamiento Navarro", 16.4.1936). Y la conspiración, pudieron añadir.

Puede que Zumalacárregui defendiera una República Federal Independiente. Me pregunto si tendría algo que ver con la monarquía federal con que soñó Jaime III, confesional, anticonstitucional y anticomunista.

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